lunes, 2 de junio de 2008

Pedro García: “Hasta que me muera y esté en la caja de pino no canto victoria”

Pedro García ha sabido alejarse de las drogas y los excesos -Foto de Meri Santos (mesafu@gmail.com).

“¿Te das cuenta de que ya no nos brillan los ojos?”, le dijo un día a su amigo Jesús Rollán, el eterno portero de la mejor selección española de waterpolo de la historia. Pedro García (Madrid, 1969) no pudo evitar tragar saliva. Era demasiado cierto: en tres años ambos habían sido campeones olímpicos en Atlanta (1996) y del mundo en Perth (1998) y sin embargo vivían amargados y sin incentivos a los que agarrarse. De hecho, Pedro García tenía poco más que medallas. Se había convertido en alguien capaz de abandonar a su familia como quien se cambia de ropa. Las drogas, el alcohol y el waterpolo le tenían completamente enganchado: “Era un personaje de mí mismo, estaba enfermo y veía a los demás como culpables de todo”.

El rendimiento del waterpolista madrileño había bajado tanto que ningún club le quería. Finalmente y, gracias a un favor personal de Joan Jané y Rafa Aguilar, pudo fichar por el Terrassa. En su segunda temporada en el club catalán Pedro García fue nombrado MVP de la Liga, se comportó más y volvió al Barcelona ese mismo año, en 2001. Pero no lo supo aprovechar del todo y acabó volviendo a las andadas, continuó su autodestrucción.

Necesitaba Pedro García un golpe de efecto, algo que le hiciera reaccionar definitivamente y asumir su enfermedad. Ese momento llegó cuando Jané le comunicó que no contaba con él para el Mundial de Barcelona en 2003. Primero se tomó esa decisión como una traición, días después la vio como una oportunidad e ingresó en una clínica de desintoxicación. Ahora, ya recuperado, Pedro García es terapeuta en la Clínica Marenostrum e intenta ayudar a seguir adelante a la gente que está pasando por lo que pasó él. “Merece la pena el esfuerzo. Ningún día malo de hoy no tiene nada que ver con uno bueno de antes”, sentencia.


¿Cuándo y por qué decides explicar tu historia en Mañana lo dejo (Bresca Editorial)?

La primera vez que pensé en contar mi experiencia fue durante el tratamiento, cuando ya estaba mejor. Pero desde el día en el que me surge la idea a cómo la cuento ahora hay mucho de asimilación, de aceptación, de saber realmente qué es esta enfermedad.

¿Qué es lo que más te ha costado reconocer? Prácticamente lo cuentas todo…
Y lo que no cuento… ¡Son sólo 160 páginas! No me ha sido difícil porque tras haber hecho la terapia y comprobar que mi comportamiento respondía a una enfermedad no puedo sentirme avergonzado.

Aunque sea en otro ámbito, ¿cómo estás viviendo tu reencuentro con el éxito?
Tras la gran acogida del libro he tenido que apoyarme en grupos de terapia para no subirme a aquel pedestal imaginario en el que pareces inmune a todo. Estoy viviendo una situación similar a la de ganar medallas, pero con la diferencia de que ya no lo vivo intoxicado. No sé qué síntomas me aparecerán, pero de momento lo llevo bien. Sí que cierto que me cuesta dormir por las noches, pero me doy un baño caliente, me relajo y me pongo a dormir.

Llegaste a desear que tu hija parase de llorar para meterte otra raya…
Aquel día quizás había tomado dos cervezas o vino en la cena y como la niña se despertó llorando me puse nervioso. Siempre tomaba algo de coca después del vino y supongo que al tenerla en brazos le transmití aquel nerviosismo. Sólo tenía ganas de meterme una raya, que en vez de calmarme aún me alteraría más.

También abandonaste a tus dos mujeres y a tus hijas.
La excusa para dejar a mi primera mujer y a mi hija de ocho meses fue que no quería hacerlas desgraciadas. Me fui como si no pasase nada, para seguir consumiendo sin que nadie me estuviese taladrando. Después conocí a mi segunda pareja, tuvimos la niña y cuando ésta tenía dos años me vi en un estado malo: era alguien irascible, violento. Me separé de ella, volví a abandonar a otra niña. Un mes después ingresé en la clínica.

¿Los demás eran los culpables de todo?
En aquel momento sí. Cuando culpas a los demás de lo que haces no te haces responsable y entonces no puedes ponerle remedio, pero nadie es culpable de tener una enfermedad.

¿El victimismo te ayudó a huir de la responsabilidad?
Exacto. Generalmente el adicto no es como el loco, que hace locuras y no se da cuenta y no sufre. Los adictos somos conscientes de que hacemos cosas graves y duras, pero nuestra adicción nos obliga a tomar para no ver esa realidad. Una persona justifica el consumo de esas sustancias pensando que la culpa es de los demás. Normalmente pierdes el trabajo porque te drogas, no te hablas con la gente porque te drogas. Tenemos que girar la cámara y preguntarnos qué parte de responsabilidad tenemos.

Estás metido en un caparazón…
La droga te anestesia, te hace esconder la cabeza debajo del ala. Hay que vivir las emociones y no esconderlas como hacemos los adictos. Todo se convierte en una excusa válida para ponernos hasta aquí.

Y para tener actitudes discutibles, como la de irte mal del Cata (CN Catalunya).
El adicto no sólo se mira por lo que consume, sino por cómo se comporta. Aunque no consuma sigue siendo adicto por su forma de ver el mundo, con esa prepotencia y soberbia. Les tenía que haber dicho que no estaba de acuerdo con los derechos de formación, pero era un chavalillo de 20 años... Luego, con el tiempo, te das cuenta de que aquella gente había invertido en mí y sí que tenía derecho a recibir dinero por ello.

Les llegaste a amenazar con que no jugabas la Copa de Europa.
De hecho, no la llego a jugar. El Barcelona tenía que pagar dos millones por mí al Cata y yo les dije que se los dieran a Mariano García, que fue quien me había entrenado. No vi que ellos habían estado pagándome tres años de carrera, así que les dije que amenacé con que si no eximían al Barcelona de pagar los derechos no me presentaría en el aeropuerto, y como no me hicieron no fui. Con dos cojones…

Entonces para ti reaccionar así era eso, tener un par de cojones.
Sí, mi actitud fue un poco radical. En aquel momento sólo interpreté que les estaba dando en los morros. Ahora sé que ese tipo de decisiones no están bien.


García, en su etapa como jugador de waterpolo -pedrogarciaaguado.net.

Tenías esa necesidad de quedar por encima de todos y de ser el mejor que te había transmitido Mariano García. Sorprende que en el libro defiendas sus métodos: os insultaba, incluso os tiraba balonazos…
Defiendo el método de Mariano en los entrenamientos, pero no en cuanto a psicología deportiva. Su actitud, que generaba mucha presión, “fabricaba” deportistas indefensos, inmaduros e inseguros fuera del agua. Hablo al menos de lo que me pasó a mí. Su forma de actuar en el agua era muy buena: el nivel competitivo que teníamos era fantástico, pero te dabas cuenta que en la vida no todo era competición ni pisarle el cuello al otro. Como entrenador Mariano me parece un maestro, aunque su carácter le ha jugado malas pasadas. Por eso no ha triunfado en el waterpolo. De él aprendí a tener carácter, lo demás lo he tenido que ir puliendo después.

¿En sus sesiones se aprendía más a ser duro que una base técnica?
También enseñaba la técnica. Un tío al que el entrenador le hace repetir 500 lanzamientos al final acaba tirando bien. Si en la piscina tiene que nadar una serie de metros controlados por cronómetro y con un tipo diciéndole que tiene que hacerlo más y mejor al final acaba haciéndolo muy bien.

Cuentas que os llamaba “mierdas”.
Sí, así era Mariano. Nunca te reconocía que lo habías hecho bien, y eso me generó mucha frustración. Supongo que fue por mi personalidad adictiva, porque cuanto peor te sientes más justificas el consumo de sustancias y más evasión consigues cuando tomas. Si metes cinco goles y el entrenador te dice que “eres un mierda” te vas al bar y te pones ciego. Piensas que eres un mierda, pero que al menos te lo pasas pipa.

La escuela del CN Catalunya era muy diferente.
En el Cata todo era más técnico, más profesional. Realmente se entrenaba muy poco: al mediodía una hora y pico y por la tarde una hora de partido. El gran objetivo era el partido del fin de semana. Sabía que a través del esfuerzo y del entrenamiento podía llegar a ser bueno y que sino sería uno más.

¿Cómo veías la figura del entrenador?
Depende del entrenador. Hay técnicos a los que he respetado siempre y a otros que no.

A Joan Jané no lo respetaste al principio y acabaste haciéndolo al final.
A Jané tengo que agradecerle estar vivo. En el libro cuento que como entrenador dejaba mucho que desear, pero fue quien me abrió la puerta de la recuperación. Si me hubiese vuelto a readmitir en la selección en 2003 quizás estaría muerto. Hubiese pensado que tenía problemas cuando bebía, pero que cuando jugaba seguía siendo bueno.

Y poco después ingresaste en la Clínica Marenostrum. ¿Qué recuerdos tienes de ese primer día?
Cuando llegué pensé que me conocería todo el mundo. Tenía vergüenza. Pero después me di cuenta de que simplemente era alguien que se había estado drogando, y eso me relajó. Hay que ponerle sentido del humor.

¿Cómo reaccionaste cuándo te dijeron que eras politoxicómano?
Así me llamó el terapeuta. Le insulté, le dije que era un hijo de puta. Creía que el politoxicómano era el yonqui. Yo tomaba porros, éxtasis o cocaína, bebía alcochol, así que realmente no me dijo nada que no fuera verdad. El psiquiatra me llamó alcohólico. “Entonces ya no soy tan mala persona… Pero quiero dejarlo y ser feliz”, le respondí. Pensaba que dejándolo sería un puto amargado.

Poco después de acabar el tratamiento la clínica te propuso que trabajaras para ellos como terapeuta. ¿Cómo surgió esa oferta?
Me llamaron para proponerme que les ayudase en el departamento de marketing y para que hiciese de monitor. Tres meses después me ficharon como “chico Marenostrum”, y me metí en terapias a escuchar y aprender.

¿Cuál es tu metodología de trabajo?
Hay 15 días de desintoxicación, que son fantásticos hasta que el cuerpo baja la medicación y vives sin que nadie te anestesie. Son dos meses de ingreso y la terapia dura cinco horas. Durante un tiempo al paciente se le dice lo que tiene que hacer: no entres en bares, no te relaciones con gente de antes, cumple los horarios, ve al gimnasio por la mañana (por la tarde siempre hay terapia) y, si puedes permitírtelo, deja de trabajar al menos durante seis meses. Los sábados por la mañana toca terapia, de dos horas y algo, que se retroalimenta con gente que ya lleva más tiempo.

¿Qué es lo que más le recuerdas a tus pacientes?
Siempre les digo que ser campeón del mundo me sirvió para tomar más drogas, no para dejarlas. Si dices que eres un gran empresario o eres un gran abogado y un médico, ¿qué motivos tienes para dejar de consumir? ¿Qué haces en una clínica? ¿Por qué te ha traído aquí la familia? Poco a poco les intentas hacer ver la realidad que ellos no quieren ver.

Si Jané te ayudó a ver que el camino era ingresar en una clínica de desintoxicación, el ex jugador Manel Estiarte se implicó económicamente.
Al cabo de un año me enteré de que me había estado ayudando económicamente. Siempre que le llamo está dispuesto a echarme una mano.

También le debes mucho a Rafa Aguilar, que te acogió en el Terrassa cuando ningún club te quería. Allí volviste a recuperar la ilusión en un equipo de zona baja que pasó a optar por ganar la competición gracias, en parte, a tus actuaciones.
En el CN Catalunya, el año después de ganar el Mundial de Perth (1998) fue un desastre. No iba a entrenar casi nunca, salía entre semana y al día siguiente ya no podía entrenar. El entrenador me dijo que estaba fatal. Sí que asumí parte de la realidad. De hecho, no me renovaron el contrato, es más, me echaron. Ningún club me quería y fiché por el Terrassa gracias al favor que me hizo Jané de hablar con Rafa Aguilar. Era la temporada 1999-2000. Sabes que pasa algo, te pones las pilas y sales menos. Aún controlas esos espacios de tiempo de consumo, pero no la cantidad porque cada vez que salía me ponía hasta arriba. Aquella temporada al no desfasar tanto fui capaz de rendir bien y ser el mejor jugador de la Liga. Me llamó el Barcelona y me fichó.


Pedro García, el último empezando por la derecha, celebra con sus compañeros la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Atlanta -pedrogarciaaguado.net.

Seguramente uno de tus peores momentos de su carrera fue perderte el Mundial de Fukuoka (2001), en el que España ganó el oro. Acababas de ser nombrado MVP de la Liga…
Ese momento duele, pero también te hace darte cuenta de que no eres imprescindible, de que la vida pasa aunque no estés ahí. Lo vi injusto, pero con el tiempo asumo que seguramente no hubiese llegado a ese Mundial. Era mi época del Terrassa y no tomaba tanto, pero pesaba 84 kilos y los demás estaban en ciento y pico.

¿A aquella selección os faltaba humildad para afrontar las finales? Perdisteis tres seguidas…
Más que humildad éramos muy chulos. Quizás nos faltó un plus, creérnoslo.

A veces no os preocupabais nada por el rival, como en la final del Europeo de Atenas’91. Horas antes de la final celebrasteis la lesión de Aleksandar Sostar, el portero titular de Yugoslavia. Veíais al suplente como un vulgar porterillo...
Pensábamos que era un paquete. Nos vimos campeones antes de tiempo cuando supimos que Sostar no podría jugar. Salir antes de tiempo ganando es malo. Aquel mismo año, en el Mundial de Perth 91, los yugoslavos nos dijeron que viéndonos celebrar el pase a la final les dio la sensación que ya habíamos ganado el torneo. Así que ellos estaban convencidos que nos ganarían como así fue.

Dices en el libro que sería imposible que aquel grupo de campeones se volviese a reunir. ¿Sería como remover la mierda?
Ya no estamos todos. No tendría sentido para mí.

Eras el gamberro de aquel grupo.
Realmente era el tonto del grupo que hacía las bromas que no se atrevían a hacer los demás para sentirme protagonista. Es una reacción propia de los adictos: todos en algún momento hemos querido ser el muerto en el entierro, el del cumpleaños… La gente te encasilla allí: buscas la aceptación de los demás siendo el más bebe, el que más chistes cuenta, el que más gorda la hace… Cuando a los 34 años te das cuenta de que tienes que cambiar, que tienes que ir como una persona normal y te planteas que has hecho el panoli…

¿Cómo se madura a los 34?
¡Por cojones! O maduras y aceptas el miedo y el reto del cambio o te vas a consumir otra vez. A los 34 aún no sabes cómo eres y debes buscar el término medio, es decir, ni ser ni demasiado gracioso ni un amargado. Convives con esa inseguridad, con las mariposas propias de los 15 años. Superar esos momentos que nos has vivido cuando estabas inmerso en el alcohol mola. Si quieres seguir siendo la misma persona sin tomar no podrás: hay que romper formas de comportamiento, conductas, pensamientos. Por eso la Organización Mundial de la Salud establece el período de recuperación entre 4 y 5 años. La gente cree que podrá ser la misma, ir a los mismos sitios y hablar con la misma gente sin tomar, pero no es así.

¿Te reconoces en algo con el Pedro de entonces?
Amigos que me ven ahora me dicen que no me reconocen. Es verdad, antes era un personaje que había creado de forma inconsciente. Era muy buena persona. Normalmente los adictos de puertas para fuera somos la hostia: espléndidos, los primeros que vamos a ayudar… Actuamos así para la gente no nos censure. Si has faltado dos días a los entrenamientos al día siguiente vas y lo haces mejor que nunca para callar bocas. Siempre estás forzando las situaciones, no eres natural. No eres honesto contigo ni con lo demás.

¿Qué cosas has descubierto sobre ti?
Que tengo capacidad de escuchar, de reflexionar y esperar el momento adecuado. Antes quería que mis hijas hiciesen todo lo que les decía para tenerlas controladas. Para mí lo más bonito es dejarlas ser ellas y conocerlas como son. Los adictos queremos tenerlo todo controlado para que nada se nos escape de las manos.

¿Cómo afrontas una nueva vida sin alcohol, drogas y waterpolo?
Tuve que asumir que eran dañinos para mí y generar otras actitudes, ver que no podía tomar sustancias y reconocer la derrota ante la droga.

¿Ahora realmente te sientes libre?
La libertad a veces da mucho miedo. Es un miedo a cambiar tu forma de comportarte porque no sabes qué vendrá. Si no modifico mi actitud sé lo que me viene, es una mierda, lo sé. Te planteas si vas a gustar o no. Hay gente que no sabe ligar, yo no sabía hacerlo. Sólo tenía una copa o una medalla.

¿Aún piensas en la recaída?
En el tratamiento te dicen que no eres culpable, que eres un enfermo, y te relajas, pero realmente te sientes culpable. Te preguntas qué será de tu vida, estás fluctuando en una montaña rusa emocional y hasta que no equilibras eso estás en riesgo de recaída. Bueno, la recaída siempre puede estar ahí... Siempre digo que hasta que me muera y esté en la caja de pino no canto victoria. Lo que sí que sé es que tengo muchas menos ganas de tomar que antes y que ya puedo salir a bares, restaurantes y a discotecas.

1 comentario :

Anónimo dijo...

Hola Toni

Dejo el link al Centro Marenostrum donde se trato Pedro, he visto que no lo has puesto en la entrada

Marenostrum