martes, 25 de noviembre de 2008

Nicolas Anelka: el goleador nómada que parece haber encontrado su sitio


Anelka se ha convertido en el referente en ataque del Chelsea.

Castigado por su carácter y condicionado por su independencia, Nicolas Anelka (Trappes, Francia, 1979) lleva años de ciudad en ciudad y de club en club sin la menor intención de quedarse en un sitio demasiado tiempo. Responde al perfil del futbolista que no se casa con nadie y se cansa de todos. De hecho, nunca estuvo tres temporadas seguidas en un equipo y ha pasado por ocho diferentes en la última década. Una rutina que La Pantera parece querer cambiar. Anelka confiesa que está contento en Londres y que su objetivo es retirarse en el Chelsea, en el que se ha convertido en el pichichi provisional de la Premier con 12 goles en 14 partidos y al que llegó en enero como apuesta personal de Avram Grant, el técnico de circunstancias que reemplazó al destituido Jose Mourinho. Una operación cifrada en 21 millones de euros que le convirtió en el jugador más dinero ha generado de la historia (120,02). Otro dato extravagante para una carrera marcada más por sus frases y reacciones que por sus goles.

“Ahora pienso antes de actuar”, asegura el jugador francés, uno de los delanteros de moda en Europa. En las grandes ligas sólo dos jugadores mejoran su marca: Eto’o en el Barça (13 en 12 encuentros) y el sorprendente Ibisevic en el 1899 Hoffenheim alemán (con 16 en 14). Pero pese a todo, pese a encontrarse en el momento más brillante de su vida, la imagen que interesa vender de Anelka es la de extravagante y raro. O por lo menos eso es lo que piensan los responsables de marketing de Puma, su marca deportiva, que en el último anuncio le han caracterizado atado a una silla y con la boca tapada. Anelka está secuestrado por una chica con poca ropa que no le liberará hasta que el técnico Luiz Felipe Scolari deje jugar con sus nuevas botas al jugador. La idea del spot no desentona con la trayectoria del protagonista.


Van der Sar para el penalti lanzado por Anelka en la final de la Champions -AFP.


El penalti fallado
“Antes era hipersensible y arrogante. No calculaba las consecuencias de nada. Ahora soy más sabio”, confesaba Anelka días después de fichar por el Chelsea. En mayo no demostró esa madurez en la final de la Champions ante el Manchester United. Grant, su gran valedor, le pidió que lanzase uno de los cinco primeros penaltis de la tanda, pero el jugador se negó. Lo hizo porque estaba dolido tras haber salido en el minuto 99 como lateral derecho y “sin apenas calentar”. “Finalmente tuve que encargarme de lanzar el séptimo y Van der Sar me lo atajó. Estuvo bien el portero, el fútbol es así”, resumió, impasible, Anelka, que en el campo pareció destrozado y minutos después no estaba demasiado preocupado por fallar el penalti decisivo. Al fin y al cabo el capitán, John Terry, también había errado tras resbalarse.
Dice Anelka que su paso por el Fenerbahçe (entre enero de 2005 y junio de 2006) le ayudó a crecer como persona y darse cuenta de que hasta entonces había estado equivocado, que le habían perdido las formas. La Pantera se vio como un líder de un equipo “alejado de las grandes ligas europeas” y se frustró. ¿Cómo y por qué había llegado a aquella situación? No había duda, se había dejado convencer por una oferta irrechazable y el dinero le estaba obligando a desaprovechar el tiempo en un torneo poco prestigioso. Así que se propuso (y logró) ganarse su vuelta a la élite con buenas actuaciones –“en Turquía he jugado mis mejores partidos”, asegura–. Su primer premio fue volver a la selección francesa -su última convocatoria había sido en noviembre de 2002, pero rechazó la propuesta de Santini porque no le hizo especial ilusión reemplazar a un lesionado, Sidney Govou-.

Anelka, en su etapa en el Fenerbahçe.


"No ha sido posible"

En verano de 2006 Anelka volvió a Inglaterra, un país que nunca fue de su agrado. “Allí no conozco a nadie. Es un sitio que ni me gusta ni me interesa lo más mínimo”, dijo en 1998 para justificar su ausencia en la ceremonia en la que iban a darle el trofeo al mejor jugador joven de la Premier. Su próximo destino fue el Bolton, al que no tardó en desprestigiar: “Cuando me fui del Fenerbahçe quería jugar en un gran club, pero no ha sido posible”. Esa declaración fue uno de sus pocos pecados en el Bolton, donde sí que se integró y llegó a invitar a sus compañeros a su boda en Marrakech (Marruecos). Incluso participó sin problemas y con una inesperada desenvoltura en los actos promocionales del equipo. Tras dos años y medio bastante buenos el Chelsea le reclamó este enero y el jugador aceptó sin reparos. Por fin lograba su objetivo, fichar por un grande, aunque estuviese inmerso en una inmensa crisis deportiva e institucional.

“Me di cuenta de que a mi familia le afectaba lo que se decía de mí”, confiesa el jugador francés, que probablemente se arrepiente de varias de las declaraciones que efectuó en el pasado. Le sobran motivos para hacerlo. Nico podría publicar un libro de frases. Una de las más célebres sería la que pronunció con tan sólo 20 años. Entonces aseguró que se estaba planteando la retirada porque no disfrutaba del fútbol ni en el Real Madrid. En un alarde de egocentrismo, se atrevió a exigir que el conjunto blanco cambiase su estilo de juego –“muy lento”, señaló– para que él pudiese dar lo mejor de sí. Aún se ganó más enemigos dentro del vestuario. Nadie tragaba a un jugador que no admitía sugerencias y que parecía un calco de su guiñol, siempre con la consola en las manos y los cascos en las orejas. Era un tipo solitario, rebelde e irascible.


El delantero sostiene la Champions que ganó con el Madrid.

Material para un libro de frases

“Me di cuenta de que a mi familia le afectaba lo que se decía de mí”, confiesa el jugador francés, que probablemente se arrepiente de varias de las declaraciones que efectuó en el pasado. Le sobran motivos para hacerlo. Nico podría publicar un libro de frases. Una de las más célebres sería la que pronunció con tan sólo 20 años. Entonces aseguró que se estaba planteando la retirada porque no disfrutaba del fútbol ni en el Real Madrid. En un alarde de egocentrismo, se atrevió a exigir que el conjunto blanco cambiase su estilo de juego –“muy lento”, señaló– para que él pudiese dar lo mejor de sí. Aún se ganó más enemigos dentro del vestuario. Nadie tragaba a un jugador que no admitía sugerencias y que parecía un calco de su guiñol, siempre con la consola en las manos y los cascos en las orejas. Era un tipo solitario, rebelde e irascible.
“Nos hemos quitado un problema de encima. Anelka es un buen jugador, pero no marca las diferencias y es muy conflictivo. Estaremos bien sin él”, sentenció su ex compañero en el Arsenal Martin Keown cuando La Pantera fichó por el Madrid en verano de 1999. Una opinión que parecía más responder a rencillas personales que a otra cosa: el curso del conjunto londinense había sido excelente (logró la Premier y la FA Cup) y Anelka marcó 17 goles en la Premier, uno menos que la tripleta de máximos goleadores formada por Owen, Yorke y Hasselbaink. Pero Keown tenía razón: en Madrid Anelka se peleó con todos. Llegó a las manos con periodistas de Antena 3 que intentaron grabar imágenes de un pequeño incendio en su chalet de La Moraleja, se negó a entrenarse antes de un encuentro ante el Celta (dijo en su entorno que se había caído por las escaleras, pero no estaba lesionado) y al final viajó a Vigo obligado con el equipo. También la armó en Oviedo: mientras era sustituido se llevó las manos a los ojos simulando unas gafas. Era su forma de protestar que sus compañeros no sabían aprovechar ni su visión de juego ni sus desmarques.

Ésta es la particular forma de Anelka de celebrar goles -PA Photos.

Dos goles decisivos

Vivía en una burbuja formada por su familia y el ocio. A Anelka no le interesaban el resto de cosas y no se dejaba ayudar ni asesorar por los demás. Un día incluso se fue lesionado a casa por no hablar con los médicos del club. Al día siguiente apareció cojeando por la Ciudad Deportiva… No había más: era una bomba de relojería en el vestuario blanco. Pero el jugador problemático acabó siendo decisivo para la consecución de la octava Copa de Europa del Real Madrid en 2000 con dos goles en semifinales ante el Bayern de Munich (en Liga marcó cuatro). Al final del curso regresó a su club de origen, el PSG, por casi el mismo precio que había costado (fichó por 31,25 y se fue por 31). Sin embargo, La Pantera no cuajó en su segunda etapa en París y se fue cedido al Liverpool. Parecía en el ocaso de su carrera, pero no fue así. Otra vez más (como si la vida diese una cantidad ilimitada de oportunidades) un club confió en él. Esta vez fue el Manchester City, que puso 17 millones de euros. El jugador cumplió con 43 goles en 94 partidos en la Premier en dos temporadas y media. Un registro excelente que le cegó y le hizo aceptar la oferta del Fenerbahçe. Un error que acabó siendo el mayor acierto de su carrera.
El delantero francés explica que se ha replanteado su forma de comportarse ante los medios , sus entrenadores y sus compañeros. Intenta pasar desapercibido porque se ha dado cuenta de que su familia sufría por lo que se decía sobre él. Por eso Anelka, descubierto por Arsène Wenger en 1997, asegura que ha hecho el esfuerzo de no tragarse las cosas, escuchar más y valorar los consejos que le dan. En lo que no ha cambiado demasiado ha sido en su tranquilidad para celebrar los goles. Nunca fue un jugador especialmente efusivo, sino todo lo contrario. Desde hace tiempo festeja sus tantos cruzando los brazos y poniendo las palmas de sus manos en el pecho. Dicen que el gesto simboliza una mariposa, pero él prefiere no hablar de ello. Es su secreto. Uno más de este goleador nómada que parece haber encontrado su sitio: en Londres y defendiendo la camiseta del Chelsea.

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