martes, 30 de diciembre de 2008

La bengala de ‘Cóndor’: el mayor fraude de la historia del fútbol



Como la propia vida, la historia del fútbol está repleta de engaños y amaños. De goles que se celebran en un despacho antes que en el campo, jugadores que se revuelcan por el césped para justificar que el contrario les ha hecho una entrada de expulsión o vitaminas que aumentan la resistencia y minimizan el esfuerzo. Los pactos, las trampas y el dopaje adquieren relevancia en cuanto el fútbol pierde la categoría de puro divertimento y se convierte en negocio absoluto. En el Mundial de Italia 90 Carlos Bilardo, entonces seleccionador argentino, preparó un bidón adulterado para el brasileño Branco. Cuatro años antes Maradona, con su Mano de Dios contra Inglaterra, había despertado tanta admiración por la picardía (guerra de las Malvinas aparte) como rechazo por la estafa. Una jugada que en tiempos de aparatos precisos como el ojo del halcón en tenis sólo sería sancionada en campeonatos como el italiano si quedase impune durante el encuentro: Gilardino fue castigado con dos partidos por marcar con la mano y Adriano tuvo la misma sanción por simular un penalti. El Calcio es también de los pocos que ha perseguido y castigado a los que se dopan. Ninguno de estos sucesos es comparable a la pantomima protagonizada por Roberto Cóndor Rojas (Santiago, Chile, 1957) una noche de 1989. Probablemente representa el mayor fraude de la historia del fútbol profesional.

Apodado Cóndor por su gran capacidad de salto, Roberto Rojas tenía un presente inmejorable: estaba considerado el mejor portero chileno (para muchos el número uno mundial) y su llegada a Europa parecía inminente. Incluso se rumoreó que había firmado un preacuerdo con el Real Madrid. Pero sus expectativas y su carrera (había jugado en Colo-Colo entre 1983 y 1987, con el que ganó dos Ligas y una Copa chilena, y en ese momento defendía la camiseta del Sao Paulo, con el que había levantado dos campeonatos paulistas) acabaron para siempre en Maracaná el 3 de septiembre de 1989, en un Brasil-Chile. El último partido del grupo 3 de la zona sudamericana en el que se decidía cuál de las dos selecciones se clasificaba para el Mundial que Italia organizaba el año siguiente.

Los brasileños, a los que les bastaba un empate para lograr el objetivo, se adelantaron con un tanto de Careca en el minuto 49, pero 20 después lo extradeportivo acabó relativizando la eliminatoria: una aficionada lanzó una bengala desde tribuna. Cuando las cámaras enfocaron la portería chilena Cóndor estaba en el suelo con los guantes en la cara. Se movía de un lado a otro desesperado. La bengala le había herido. El teatro tan sólo acababa de empezar.

'Cóndor', con las manos en la cara: l'a farsa continúa.

Un artilugio de la Marina

Millones de telespectadores de todo el mundo asistieron a la escena: jugadores de los dos equipos rodearon al portero, mientras el árbitro argentino Juan Carlos Loustau prefería mantenerse al margen –“me dio la sensación de que la bengala no había alcanzado a Rojas... Ese día me sentí muy mal, porque siempre había confiado en los jugadores”–. Finalmente los chilenos se llevaron en brazos a los vestuarios a su compañero, que sangraba mucho. Y convencidos por el seleccionador Orlando Aravena, no volvieron a saltar al campo. El encuentro sería suspendido poco después y esa misma noche la Embajada de Brasil en Chile fue apedreada. Las autoridades chilenas pidieron que el encuentro se resolviese en terreno neutral, pero la FIFA dio como vencedores a los brasileños y organizó un juicio en Zúrich, en el que Brasil presentó todo tipo de pruebas que demostraban que la bengala no había alcanzado a Cóndor. Incluso desde la propia empresa fabricante de la bengala, que curiosamente tenía el mismo nombre que el apodo del portero, se especificó que era un artilugio que utiliza la Marina como señalizador que alcanza los 80 metros de altura y que de la cápsula de aluminio que se separa en el aire sólo sale humo y fuego. Roberto Rojas presentaba un corte importante en la cara. No había dudas: era un farsante y fue suspendido para siempre de la práctica del fútbol. Su carrera había terminado y ni tan siquiera se atrevió a ratificar que la bengala le había herido.

Los efectos colaterales fueron duros para Chile, que en el primer informe realizado el día del partido aseguraba que la herida del portero era consecuencia de la bengala. La selección chilena no podría participar en las eliminatorias para el Mundial de 1994. Una de las mejores generaciones de futbolistas perdería una gran oportunidad de hacer historia. Mientras, los presuntos cómplices del complot también fueron castigados individualmente: el técnico Aravena nunca más pudo participar en encuentros internacionales y estuvo inhabilitado durante cinco años en Chile; Fernando Astengo, segundo capitán de la selección, no jugó los cinco cursos siguientes y el médico Dani Rodríguez jamás pudo ejercer en el fútbol por haber falsificado informes; la sanción para el kinesiólogo Alejandro Kock y el utilero Nelson Maldonado fue de un año.

La famosa entrevista publicada en el diario 'La Tercera'.

“Yo me corté en el Maracaná”


En Suiza se supo parte de la verdad, pero aún faltaban la confesión de rigor y las explicaciones de Roberto Rojas, que llegaron, a medias, meses después. “Yo me corté en el Maracaná”, confesaría Cóndor en mayo de 1990 al periodista de La Tercera Orlando Escárate, cansado de que sus ex compañeros le señalaran como único culpable. Según explicó Cóndor entonces tenía un bisturí vendado escondido en los guantes y en cuanto vio la bengala se autolesionó. Dos días antes del partido había pactado con el segundo capitán de Chile, Fernando Astengo, retirarse “a la primera cosa rara que pasara”. “Si le pasaba algo a él, el equipo lo retiraba yo. Si me pasaba a mí, lo hacía él. No teníamos clara la forma en que este acuerdo debía operar”, añadió. Una versión que matizó en 2002 en el programa de TV Testigo ocular: “Nunca tuve un acuerdo con Astengo. Sólo le conversé, porque él parece que no me habló, que si pasaba alguna cosa, había que retirarse. Pero yo le dije que no se preocupara, que yo me preocupaba del asunto...”.


En 1990 Roberto Rojas aseguró que el kinesiólogo Alejandro Kock también había participado en el engaño: “En el vestuario me pasó un bisturí forrado con tela adhesiva del que sólo quedaba un centímetro al descubierto”. Una versión opuesta a la que expuso en Testigo ocular, en el que subrayó que él mismo había pedido el bisturí “a la parte médica del hotel Atlántico Sur, donde estábamos concentrados”. En el programa del Canal 13 el ex portero no mencionó a otro de los implicados, el utilero Nelson Maldonado, de quien dijo que le había guardado los guantes 15 días tas el incidente. “Siempre conoció la verdad, igual que Astengo, así es que no puede declararse ‘engañado’ ahora. Distinto es el caso de Orlando Aravena (el seleccionador). No conocía nuestro acuerdo ni la existencia del bisturí”. Nunca se sabrá toda la verdad, si Cóndor fue premiado por terceros o si el complot se redujo a desbancar a la omnipotente selección brasileña como fuera.


La seguidora que lanzó la bengala posó desnuda en Playboy.

La fama de la aficionada

La bengala perjudicó a la imagen de Chile, sirvió de excusa perfecta para el complot del propio protagonista y acabó por premiar a Rosenery Mello Nascimento Barcelos Da Silva, la joven de 24 años que trabajaba en una compañía eléctrica que lanzó el artilugio. En el documental Informe Especial 1989. Caso Rojas confiesa que compró el artilugio en la entrada de Maracaná y que no tuvo que pagar multas. De hecho, incluso ganó dinero: fue portada del Playboy brasileño y se convirtió en La Fogueteira.

“Tuve problemas en mi casa con mi mujer, mis compañeros me dieron la espalda... pero si yo hubiera sido argentino, uruguayo o brasileño no estaría suspendido. Como soy chileno no me dieron la posibilidad de reivindicarme”, lamentó Cóndor, que fue acogido como entrenador de portero en su equipo de entonces, el Sao Paulo, a quien entrenaría en 2003 y clasificaría para la Libertadores, un hecho que hacía diez años que no ocurría. En 2007 dirigió durante once partidos al Guaraní paraguayo.

“Me corté con una Gillette y la farsa se descubrió. Fue un corte a mi dignidad”, llegó a decir Roberto Rojas. Su error inicial fue pertenecer al gremio de los guardametas, colectivo castigado por los fallos y casi ignorado cuando salva goles. Moacyr Barbosa es el ejemplo llevado al extremo de ese ingrato rol. El primer portero negro de la selección brasileña jamás fue perdonado por encajar los dos goles del uruguayo Ghiggia y perder en casa la final del Mundial de 1950. “En un país sin cadena perpetua sólo yo estoy condenado de por vida”, analizó años después Barbosa, el culpable popular del famoso Maracanazo. A su entierro sólo acudieron 30 personas: ni una vez muerto encontró el perdón. Un perdón que hace cinco años sí obtuvo Cóndor en el partido de despedida del fútbol de su compatriota Iván Zamorano. El Estadio Nacional de Chile le ovacionó cuando el speaker leyó su nombre en el combinado de estrellas mundiales y durante los 20 minutos que jugó. “No lo esperaba… Ni tan siquiera pensaba jugar. Es lo bonito del fútbol. Creo que las cosas positivas en mi carrera son más importantes que las negativas”, dijo emocionado, aparcando por momentos su surrealista actuación en el mismo escenario en el que Barbosa fue condenado para siempre: el Maracaná de Río.