jueves, 20 de agosto de 2009

Blanka Vlasic vuelve a las alturas a ritmo de baile

Vlasic medalla su medalla de oro en los Mundiales de Berlín-EFE.


Visto a cámara lenta, el salto de altura es pura poesía, la reunión de detalles máximos concentrados en un tiempo mínimo. Gran parte de ese arte corresponde a Dick Fosbury, un atleta inglés afincado en Estados Unidos y ya fallecido al que se le ocurrió innovar saltando de espaldas en los Juegos Olímpicos de México de 1968 y el black power de Bob Beamon. La técnica de Fosbury gustó tanto que desbancó a las anteriores y ahora es el casi el único nexo de unión de las atletas, cada una con un estilo y unas rutinas y manías diferentes. A Blanka Vlasic (Split, Croacia, 1983) le gusta que el público le aplauda antes de cada salto. Lo reclama con palmas porque le motiva oír el ritmo pausado y coordinado de miles de personas. Mientras que Ariane Friedrich, la gran rival de la croata, prefiere pedir silencio para concentrarse y oír sólo sus propios mensajes de ánimo. Vlasic y Friedrich son tan iguales como el mar y la montaña, pero protagonizan los mejores duelos en el salto de altura. Como el de la final de los Mundiales de Berlín, con la alemana ante sus paisanos y Vlasic presionada por vencer en su casa a una rival que le había ganado en cuatro de las cinco últimas pruebas disputadas y, sobre todo, por la responsabilidad de revalidar su título mundial conseguido en 2007 en Osaka. Un duelo mediatizado –así lo reconocieron ambas– que acabó con Friedrich aplaudiendo a Vlasic en su tentativa de saltar 2’10 metros y conseguir el récord mundial, cuando la croata ya había ganado una competición exquisita saltando 2’04 metros y se había marcado uno de los bailes: un paso para allí, otro para allá. “He recuperado la confianza”, resumió Vlasic, después de llorar oculta en la bandera de Croacia y fallar en su intento de lograr la mejor marca de la historia, en propiedad de la búlgara Steftka Kostadinova desde 1987 (2’09 en 1987). La campeona en Berlín saltó 2’07 en Estocolmo en 2007.


Confianza era la palabra más anhelada por Vlasic, muy afectada por haber perdido la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Pequín ante la belga Tia Hellebaut, que superó los 2’05 a la primera y no a la segunda como ella. La trayectoria de la croata desde entonces había sido muy irregular y especialmente dolorosa había sido perder en la Golden Leage de Berlín contra Friedrich (2’06, marca nacional y mejor registro del año). Pero en el Estadio Olímpico de Berlín Vlasic se evadió del lógico favoritismo del público hacia su rival y se mostró impasible conforme iba pasando las primeras alturas sin fallo (1’87, 1’92, 1’96 y 1’99). Una actitud diferente que la de Friedrich, tupé rubio tan rígido como su mirada, completada con una cara de haber ganado antes de empezar. La germana empezó el concurso con 1’92 y renunció al 1’96 para superar sin dificultades también los 1’99. Con cinco supervivientes (las dos favoritas, más Chicherova, Di Martino y Beitia) se llegó a 2’02, que decidió quien podría optar a las medallas. El punto y final para Di Martino y Beitia, “por primera vez contenta en una competición al aire libre. Porque he peleado y he estado muy cerca en los tres intentos sobre 2’02. El primer nulo para Vlasic y los dos primeros para Friedrich, que superó la marca a la tercera. Un dato que acabaría privándole de la plata, ya que Chicherova saltó dicha altura a la primera y la alemana falló su arriesgada apuesta de relevar el listón hasta los 2’06 para seguir aspirando al oro después de que Vlasic saltase a la segunda 2’04.


“Me ha sorprendido mucho”


“Vlasic me ha sorprendido mucho porque yo pensaba cien por cien que iba a ganar Friedrich. Igual la presión le ha podido un poco”, analizó Beitia. “Felicito a Blanka. Ha sido mejor. Estoy contento con quedar tercera en mis primeros Mundiales. Ahora sólo pienso en dormir, algo que por los nervios no he hecho en los últimos días”, replicó Friedrich, ya mucho más relajada.


El de Vlasic es otro caso más de deportista a la que las adversidades han convertido en una fuera de serie. Vlasic compitió en los Juegos Olímpicos de Atenas de 2004 mermada por una enfermedad desconocida que le hacía perder peso y sentirse muy agotada. Logró un discreto 11º puesto con 1’82, un puesto y una marca muy por debajo de sus condiciones en una situación normal, pues con 16 años ya había debutado en la cita olímpica de Sydney (1’92) y había ganado dos Mundiales júnior en Santiago de Chile (2001 con 1’91) y Kingdom (2002 con 1’96), y los Juegos del Mediterráneo en Tunicia. Meses después descubrió qué tenía: hipertiroidismo, que puede acelerar el metabolismo de su cuerpo hasta en un 100 %.


2007, su gran año

Tan exuberante como sencilla, Vlasic vive el tiempo que puede en Split, cerca de su familia y amigos, alejada de los grandes centros de alto rendimiento: el talento y el esfuerzo no entienden de escenarios. Quien dirige sus entrenamientos es su propio padre, Josko, un brillante decatleta que en 1983 ganó el oro en los Juegos del Mediterráneo disputados en Casablanca. Josko se enamoró de la ciudad marroquí y decidió ponerle Blanka a la hija que iba a tener con Venera, también decatleta y que aún posee la plusmarca croata –la familia Vlasic se completa con Marin, Luka y Nikola–. “Mi padre es mi gran apoyo, sabe animarme y entender cómo me siento”, suscribe Blanka, todo un icono deportivo y patriótico en Croacia, donde se llegó a proyectar un mini documental hecho por un amigo de la familia sobre los momentos previos a su medalla de oro en el Mundial de Osaka de 2007. Un año perfecto con 18 victorias en 19 pruebas y en el que saltó 20 veces por encima de dos metros.

Vlasic creció muy rápido y no tenía un gramo de grasa. Demasiado poco cuerpo para ser velocista como soñaba, pero una constitución perfecta para la disciplina que acabó entusiasmándole: el salto de altura. La atleta croata también disponía de la coordinación adecuada, ya que su padre le llevó mucho tiempo por las pistas de tenis. Un deporte en el que, según reconoce la propia Vlasic, era muy negada.


De su debut en unos Juegos Olímpicos, los de Sydney, Vlasic extrajo tres grandes sensaciones. El inconformismo –quedó “un poco decepcionada” pese a saltar 1’92 en un curso en el que mejoró su marca hasta 13 centímetros–, el placer de estar entre las mejores y una certeza: “Aprendí que algún día sería una gran saltadora”. En Berlín ha sido la mejor y ha vuelto a las alturas a ritmo de baile.


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