miércoles, 20 de noviembre de 2019

Amaya Valdemoro: "Jamás me he reído de una rival"

Cronómetro de Récords entrevista a la exjugadora internacional, que debuta en la literatura infantil y juvenil con 'Los Trugos. El enigma del Trece' 

Amaya Valdemoro. Foto: Esther L. Calderón / Cuatro. 

Toni Delgado (@ToniDelgadoG)

—Amaya, no te oigo bien. ¿Es tu cobertura o la mía? –le pregunto. 
—Bueno... Me pillas en la cocina, con el manos libres. ¿Podemos hablar en cinco minutos? 

Después, Amaya Valdemoro (Alcobendas, Madrid, 1976) desvela el misterio: "Estaba preparando mi primer cocido. ¿Cómo te quedas? Es ligero, lleva verdura, dos huesos de jamón y uno de ternera, un trozo de morcillo de ternera sin grasa y... Lo que más me gusta del cocido,  garbanzos". La exjugadora internacional, comentarista de Movistar + y escritora ha cocinado, también a fuego lento, Los Trugos. El enigma del Trece (Loqueleo, Santillana), su primera incursión en la literatura infantil y juvenil junto a Nora Bucket y con ilustraciones de Mikko.

Amaya, Silvia, Nando y el perrito Trece tienen 13 días para formar un equipo y  ganar un partido amistoso para poder competir en la liga entre colegios, entre otros, contra su gran rival. "Amaya, el personaje principal, soy yo, y lo que le pasa es una mezcla de realidad y ficción. Quien me conoce, me reconoce en la historia", advierte Valdemoro, 258 veces internacional y ganadora de cinco medallas con la selección. Los personajes tienen mucho de personas que le han influenciado durante su carrera deportiva. Su familia, claro, está muy presente. 

—Álvaro, el padre de Amaya, es un "loco" del deporte, "del de chicos y del de chicas". En casa tienen referentes femeninos: Almudena Cid, Gisela Pulido, Ana Carrasco, Carolina Marín, Alba Torrens, Anna Cruz...   
¿Sabes qué me pasó el otro día? En una firma del libro una niña de 10 años se puso a llorar al verme. Era una sorpresa de su padre. ¡Esa pequeña no me ha visto jugar en activo! Por suerte, ahora es más fácil encontrar partidos, vídeos y referencias de la época. Cuando empecé no tenía referentes femeninos. Los focos eran para ellos. 

—Te llamaban "chicazo". 
Siempre he sido un chicazo. Entonces pocas chicas hacían tantos deportes como yo. Mis padres se sacrificaron mucho para que pudiera ser quién soy ahora y, sobre todo, para que aspirase a cumplir mis sueños. 

—¿Navegar y triunfar a contracorriente tiene un sabor especial? 
Bueno... Se metían mucho conmigo, pero mi clase me protegía tanto... Además... ¡Me resbalaba lo que me dijeran! ¡El chicazo les ganaba corriendo, al balón prisionero...! ¡A lo que fuese! [Se ríe].  

—¿Te daba un plus de motivación que te llamasen así?  
Es posible. Tú me has visto jugar. Sabes que con el público en contra nunca me vine abajo.  

—Te crecías más. 
Puede ser. Un poco como Rudy [Fernández]: cuando le pitan está en su salsa. Eso es carácter.  

—"Las niñas ya no quieren ser princesas, necesitamos muchas Onas, Carolinas y Amayas", proclamaste en una de las presentaciones de Los Trugos. El enigma del Trece. Tradicionalmente la princesa de cuentos y películas ha sido débil, dependiente y acaba siendo rescatada.   
Bueno... Por suerte el abanico se ha ampliado mucho y las princesas ya no son solo así. Tiene que haber historias de todo tipo y hay cuentos de princesas muy bonitos. Ahora las niñas quieren ser deportistas, científicas, políticas, abogadas... Por fin las mujeres tenemos más visibilidad y a las nuevas generaciones les es más fácil aspirar a triunfar en el deporte. Las niñas tienen que aprovechar el momento. Mi padre podía haber sido un excelente ciclista, pero en la familia había otras prioridades. Y mi abuelo, un gran atleta. Renunció porque tenía que trabajar. 

—¿Qué es para ti rendirse? 
Algo que no entra en mis planes. [Risas].  

—¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste?
Mis últimos años como jugadora fueron una lucha continua para seguir, aunque el cuerpo me dijera que ya no podía más. Al final, me rendí a la realidad. Lo pasé muy mal. 

La entrevistada y su perro, Trece. Foto: Emilio Cuenca/ Loqueleo. 

—El libro nos invita a arriesgar y es una oda a la autenticidad. 
Muchas gracias por esas bonitas palabras. Quiero que los niños y las niñas que lo lean se diviertan y aprendan, sobre todo, valores. Puedes haber ganado muchos trofeos, pero las copas se ponen feas con el tiempo y lo que te queda es el aprendizaje. 

—"[A Amaya] no le gustaba perder a nada", escribes. ¿Con el tiempo has aprendido a digerir mejor la derrota?
Sí. [Risas]. Si eres ganadora, perder te duele más. Cuando perdía carreras atléticas, me metían en una ambulancia porque no podía respirar. Poco a poco fui asimilándolo. Al final, la derrota es tu gran aprendizaje. No hay nadie más exigente conmigo misma que yo.  

—¿Te gusta que te aprieten?
Sí, porque quiero sacar mi mejor versión. Quizás eso tenga que ver con mis años con Miki Vukovic, un entrenador que me marcó. Siempre me han gustado las personas transparentes, como Mingo [Díaz]. A José Ignacio [Hernández] lo tuve en Salamanca, cuando mi carácter todavía no estaba moldeado, y me echó de dos entrenamientos. Ahora somos muy amigos. Puedo tardar más o menos, pero te acabaré diciendo lo que pienso. Con el tiempo, he aprendido a decir las cosas de otra manera. Si no comunicas bien, pierdes la razón aunque la tengas.  

—Es muy importante el cómo. ¿Tu carácter ha hecho que los demás tengan una opinión extrema sobre ti?  
Definitivamente, sí. Soy muy impulsiva. Tengo mucho carácter. En la pista hacía gestos, aspavientos... "¡Qué chula!", pensaba mucha gente. Es que me gustaba tanto jugar, soy tan expresiva.... Levantaba el dedo índice hacia el cielo por mi madre, no porque me sintiera la mejor. Y si sacaba el puño era porque disfrutaba jugando. Jamás me he reído de una rival. El mayor respeto que le puedes tener es jugar los 40 minutos dejándote el alma. Eso, solo eso, es sentirlo y vivirlo. He llorado tanto de joven... Tanto...  

—¿Por qué llorabas, Amaya?
Porque no entendía que no me entendiesen. Saltaba a la pista, quería ganar y ser la mejor. Ya está. Con los años, me di cuenta de que todo el mundo no tiene el mismo carácter ni las mismas metas. 

—¿Te llegaste a sentir incomprendida?
No... En España te ponen muchas etiquetas y si te bautizan con algo, ya no te lo sacas. Tenía la conciencia muy tranquila.  

Portada del libro. 

—¿Cuándo aprendiste a aceptar que la gente podía malinterpretarte y que había muchas cosas que no podías controlar? 
Hombre... [Hace una pausa]. Mi carácter fue bastante diferente desde el principio... Me daba igual... La gente puede decir un millón de cosas. Había una Amaya dentro de la pista y otra fuera, y en el libro se ve cómo soy realmente. En mi primer entrenamiento en la WNBA hubo una reunión en el vestuario y Cynthia Cooper y Sheryl Swoopes se pusieron verdes delante del entrenador. Acabada la tormenta, el técnico habló un momento y empezó la práctica. Eso en España es inviable. ¿Por qué no puede haber un diálogo abierto en los equipos? Es compatible con que un entrenador mande. 

—Escribiendo Los Trugos. El enigma del Trece has recordado muchos momentos con tu familia. 
Un montón. Mi abuelo y mi madre ya no están. No te voy a engañar, para mí ha sido muy duro revivir los momentos con mi madre. He llorado mucho escribiendo y releyendo los capítulos. Mi familia me ha felicitado porque, entre Nora Bucket, la editorial y yo, hemos plasmado, de una manera actual y con mucha verdad, mi relación con mi madre. Y con mi abuelo, con quien tuve un vínculo súper especial. Me fascinaban sus historias y eso se ve en el relato.  

—El diálogo interior de la Amaya literaria es muy rico. Es divertido leer lo que piensa y no puede decir. 
Era una bichita buena, una traviesa de buen corazón. Cuando me llamaban la atención y/o me castigaban, era porque metía la pata... Pero sin maldad.  

—"Mi padre me ha contado que cada dos por tres les llamaban del colegio: 'Señor Valdemoro, que Amaya no aguanta sentada ni dos minutos, que no hacemos carrera con ella'", cuentas en Nací luchando, la biografía que escribió sobre ti Julián Redondo.  No podías parar sentada nunca. 
Sí. Era bastante inquieta. Bueno... Muy inquieta. Desde los 6 años les pedí a mis padres que quería hacer deporte, pero no me apuntaron hasta los ocho. ¡Quería ser atleta! Tenía demasiada energía y necesitaba gastarla. [Se ríe]. 

—Para mí la inquietud es sinónimo de inteligencia. 
Hay muchos tipos de inteligencia: la social, la emocional... Me quejo mucho de que estoy cansada porque digo a todo que sí. Quiero probar cosas nuevas y aprender de todo el mundo.  

Amaya Valdemoro, Elisa Aguilar, Anna Montañana y Luci Pascua celebran la remontada imposible de España ante Francia en los cuartos de final del Mundial de la República Checa de 2010. Foto: AP. 

Los Trugos. El enigma del Trece transmite valores como el juego en equipo, el compañerismo... Nos invita a exigirnos lo máximo. 
Y a olvidarnos de las excusas. Cuando pasé del atletismo al baloncesto, era una niña que quería ser la primera en todo: meter más puntos y coger más rebotes que nadie... Me costó entender que ya no competía sola y que por mí misma podía ganar un partido, pero no un torneo. Aprendí qué es un equipo, que es vital rodearte de personas sanas y ponerte en la piel de los demás. En el libro hemos querido reflejar muchos valores, como el de ayudar, que es un don. Para mí es un orgullo situar gran parte de la historia de El enigma del Trece en mi colegio, el Príncipe de Asturias, de Alcobendas. No teníamos libros, sino apuntes. Nos sentábamos en mesas de ocho y realizábamos trabajos en grupo, exposiciones orales individuales y en equipo...   

—Habéis hecho un gran esfuerzo para explicar de una manera sencilla nociones del baloncesto. 
¿Cuántas personas sabemos qué significa flash, pick and pop o pick and roll? Se trata de llegar a más público. Quiero que cualquier niño y niña entienda lo que lee y que la historia le atrape. De pequeña devoraba las aventuras de Los Cinco. Aquí también hay misterio. 

—¿Dani el Sucio es una persona tóxica o representa a la sociedad que nos pone trabas? 
Nada... Tampoco es el malo de la clase. Simplemente también es competitivo y quizás tiene menos inteligencia emocional y sabe conectar menos con los demás que Amaya. Los dos se pican mucho.   

—Dani el Sucio tiene un gran talento, pero para él ganar es humillar.
Bueno... No... 

—O no sabe ganar. 
Puede ser eso. Tiene que ganar siempre. 

—En Los Trugos. El enigma del Trece también hay humor: "Por cómo bostezaba, cualquier cosa que se hubiera puesto habría parecido un pijama". ¿Te has reído mucho escribiéndolo?
¡Muchísimo! Con el personaje de True, sobre todo. Lo hemos clavado. Como lectora sé que es difícil encontrar libros con los que te rías a carcajadas. Quería sacar sonrisas. 

—El final es tan abierto que huele a segunda parte. 
Estamos hablando con la editorial para ver cuándo la empezamos. Mi prioridad es que el resultado sea óptimo.  

—¿Cómo te ha ayudado Nora Bucket a adaptar el lenguaje a los niños y niñas? 
¡Mucho! Me siento afortunada de haberme encontrado con alguien que ama tanto el baloncesto. Nora Bucket es un seudónimo que se podría traducir como "ni una canasta". Es una escritora con una larga trayectoria en libros infantiles y juveniles. Donde me ayudó más fue con el hilo del misterio que tienen que resolver los Trugos. Poníamos muchas cosas en común, hablábamos, leíamos y redactábamos de nuevo los capítulos, los enviábamos a la editorial...  

—¿Le diste alguna instrucción previa a Mikko con las ilustraciones? ¿Cómo fue el proceso? Dile de mi parte que a tu yayo, de 60 años, le ha puesto cara de más mayor.  
Mikko es un ilustrador impresionante y muy reconocido. Tanto para la editorial como para él he sido, con perdón, una mosca cojonera. Al final, es un libro de baloncesto y tienes que mostrar el baloncesto real, con sus movimientos. El proceso me ha encantado. No había pensado lo de mi abuelo. A mí me gusta cómo lo ha retratado Mikko. Sí que recuerdo que después de verlo le pedí que le pusiera una boina.  

—¿Qué tipo de líder eras en la pista?
Aunque no era una súper especialista en nada, hacía de todo (podía  anotar de tres, postear, jugar al contraataque y en estático) y era muy completa. Era muy vertical al aro.  

—¿También lideras en tu faceta de periodista?
No. Soy una debutante en un mundo fascinante: observo y escucho mucho.   

—"Amaya Valdemoro está considerada la mejor jugadora española de baloncesto de la historia" se lee en la solapa del libro. ¿Tú también lo piensas? 
Para gustos, los colores. ¿Quién soy yo para asegurar que Blanca Ares, Alba Torrens o Silvia Domínguez no lo son? A mí no me toca decirlo. Estoy orgullosa de lo que he hecho y de lo que lucho por el baloncesto femenino. Jamás he dicho ni diré que he sido la mejor. No voy a negar que he sido muy buena. De lo contrario, no habría estado jugando 21 años.  

—En Nací luchando, tu biografía escrita por Julián Redondo, adviertes varias veces que "soy leyenda". ¿Qué es ser leyenda?
Estar con nombre y apellidos en la historia del deporte español, como muchas otras. Laia Palau también figura ahí. Hay muchas menos de las que se lo merecen. Desgraciadamente las deportistas no hemos tenido ni tenemos las mismas oportunidades que ellos. 

—Tu perro, Trece, es clave para resolver el enigma del libro. 
¡Aquí está, a mi lado! [Risas]. Los animales nos hacen mejores personas, nos ayudan a socializarnos más y nos enseñan qué es el amor incondicional. Mi padre me regaló a Trece un año después de mi retirada. Lo estaba pasando muy mal sin horarios ni rutina, y Trece me reubicó en la vida. Es un gran compañero de viaje. Hablo mucho con él y le digo lo guapo que es. Si me vieras... ¡Parezco tonta! 

—Pero él sabe que hablas de y con él.  
Depende de mi tono detecta si ha hecho algo bien o mal. ¿Sabes? Tenía mucho miedo de que fuera tan nervioso como yo. Todo el mundo dice que los perros son como lo dueños, pero... ¡Tengo el más tranquilo de la historia del universo! [Trece empieza a ladrar]. Eh, ya eh, Trece. [El perro ladra una vez más y flojito, y Amaya lo imita. Trece se calla]. En el libro es un personaje más. Fue clave para que la protagonista superase una enfermedad y lo será, como decías, para resolver el enigma.  

—La Amaya literaria vive en la calle de los Cometas, un guiño a las Houston Comets, el equipo con el que ganaste tres anillos de la WNBA. Jugaste solo 324 minutos. ¿Esa situación te ayudó a ampliar tu mirada sobre el baloncesto y un equipo?
A veces iba a los entrenamientos asustada porque tenía que enfrentarme a Tina Thompson, Cynthia Cooper, Sheryl Swoopes... Sus carácteres me hacían pequeña. Entendí que en España yo podía provocar eso. Siempre quería más y exigía como estaban haciendo conmigo en la WNBA. Tenía miedo a fallar y, cuando te pasa eso, te equivocas más. Fue un momento clave para mí.  

—¿Un punto de inflexión?   
Te diría más: el punto de inflexión. Con 20 años entendí que no somos iguales y que hay personas a las que no les puedes decir "vamos, espabila" y les va mejor un "intenta hacer esto". Años después, el entrenador me acabó echando el último día en el último segundo. Tras el Mundial de China, en el que formé parte del quinteto ideal y jugué contra Estados Unidos, me propuso de volver. Y, claro, no acepté. Tuve muy buena y muy mala suerte de que las Houston Comets me escogieran. Cuando me daban minutos, respondí con puntos y muy buen juego en un súper equipo en el que las estrellas eran las de casa. Aprendí muchísimo con compañeras de esa calidad.  

—Amaya, muchas gracias por tu tiempo y suerte con el cocido.
¡Gracias a ti, Toni! A ver cómo me queda... Lo he hecho como se tiene que hacer todo: disfrutando. 

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1 comentario :

Myshkin dijo...

Muy buena entrevista, Toni. Todo un carácter. El deporte de élite es una vía espiritual. Una práctica moral. Por otra parte, el libro parece bastante recomendable. Habrá que comprarlo. Espero con impaciencia tu próxima entrevista.