Lo más parecido al Barça es el futbolín. Al futbolín con reglas estrictas en el que no se permiten controlar la pelota ni, por supuesto, el vulgar ventilador. Así que del movimiento seco de muñeca depende todo. El líder de la Liga aplica dicho método al fútbol y lo traspasa al césped: es la fantasía hecha sencillez. Juega con la inercia del que tiene tanta confianza en sí mismo como claro cuál debe ser el camino a tomar. Juega sin conformarse nunca de lo obtenido, sino pensando en que aún puede lograr más. Con 2-0 a favor Dani Alves llegó como una exhalación para recuperar un rechace con la cabeza y marcar de tiro cruzado. Un gol de actitud y calidad, ideas que definen a este equipo, que tras superar 3-1 al Sporting acumula diez partidos consecutivos ganando y 18 triunfos en los últimos 19 encuentros. “Tienen de todo: garra, fuerza física, actitud, juego... El Barça es el mejor equipo del mundo”, concretó el técnico visitante Manuel Preciado. “Recuperan a la velocidad del viento”, añadió.
En el Camp Nou se dieron todos los condicionantes para que el partido fuese un triunfo meloso y amable. Un homenaje improvisado a Quini, el mítico delantero azulgrana de principios de los ochenta que llegó a perdonar a los delincuentes que le secuestraron y que se presentó en el banquillo visitante como el técnico ocasional. Tanto el primero, Manuel Preciado, como el segundo estaban en la grada por sanción. Quini charló distendidamente en los vestuarios con Xavi, abrazó a Pep Guardiola y recibió la ovación del público. “Gràcies, Quini” rezaba una pequeña pancarta en la grada con fondo amarillo.
Estrellas y currantes
El Barça entiende muy bien el sentido coral y no pone reparos al sacrificio. Todos, desde el último defensor al delantero centro, colaboran en defensa. Lo hace Samuel Eto’o, que anotó dos goles y ya está a tan sólo uno de lograr los 100 en la Liga con el conjunto azulgrana, lo repite Thierry Henry, cada vez más desequilibrante. El grupo construye y destruye. Estrellas y currantes hacen bueno un método que condiciona por completo el juego de los rivales. El Sporting no fue una excepción. “Hemos venido con la sana intención de asustarles, pero han sido ellos los que nos han asustado a nosotros”, se sinceró Preciado, al que no le sirvió de mucho su planteamiento de estar bien ordenados atrás para contraatacar. De hecho, eso fue precisamente lo que hizo el Barça en los dos primeros goles. Uno surgió de un córner a favor de los visitantes, el otro de un saque de banda. En el primero Alves rechazó con la cabeza, Iniesta controló la pelota, avanzó unos metros y asistió a Henry para que al primer toque y sin controlarla se la pasase a Eto’o. El camerunés remató de primeras. Jugada de futbolín. En el segundo Leo Messi demostró que los genios no necesitan espacio para maniobrar. Al argentino, al que no se puede discutir su condición de número uno mundial, le bastó con aprovechar los escasos centímetros entre dos defensores para asistir a Eto’o, que recortó a Gerard y volvió a marcar. Una jugada digna de un cómic, en el que la imaginación y el rotulador del dibujante determinan la línea de lo que es posible.
Los dos goles del conjunto azulgrana eran la recompensa a su propuesta alegre y fresca desde el primer instante. Cuando tan sólo habían transcurrido unos segundos de partido Henry ya se había internado en el área y si no remató fue porque no pudo controlar bien con el pecho. Poco después Messi no superó al último defensor. Aportaba el Barça por un fútbol pragmático y a la vez espectacular, pero no generaba ocasiones demasiado claras. De hecho, Iñaki Lafuente sólo tocó dos veces el balón en la primera parte y fue para sacarla de su portería. Sin embargo, el Barça tiene la grandeza de asustar incluso cuando está en su propio campo. Hoy en día, con un deporte tan conservador y encorsetado en tácticas, eso tiene un valor impagable.
Gol de Kike Mateo
Poco pudo aportar el Sporting más allá de intentar hacerlo. En la primera parte cayó en un par de fueras de juego intrascendentes si los que llevan la pelota no forman parte de un grupo selecto de jugadores. Carmelo tiene otras cualidades, pero no esa habilidad extraordinaria. Tampoco Luis Morán, cuyo disparo rechazó un defensa, ni Kike Mateo, que marcó desde fuera del área en el único remate entre los tres palos de su equipo.
Hay pocas tan sinceras como la carcajada, que al fin y al cabo no deja de ser la reacción a un comentario o una situación que la persona no se espera. En la tribuna de prensa del Camp Nou varios compañeros no paraban de reírse porque no podían creerse lo que estaban viendo: que Henry hiciese una asistencia perfecta cayéndose o que Sylvinho rematase de cabeza. Todo parece normal en este Barça de cómic y futbolín.
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