Carolina Marín, con su medalla de oro mundial - EFE. |
—¿Cómo has dicho que se llama esa
cestita?
—Pluma o volante.
—¿En serio que puedes darle
tan fuerte a eso?
—Sí, sí.
—¿No te aburres?
—Ni mucho menos. Me gusta
entrenarme. Pruébalo, te gustará.
Puede que Carolina Marín mantuviese
una conversación similar con la amiga que le motivó para apuntarse a bádminton.
Es muy posible que desde los 8 años la nueva campeona del mundo haya tenido
diálogos parecidos, pero siendo ella la defensora de su deporte, con amigos y
compañeros de clase, familiares y vecinos curiosos. Seguro que había un alto
porcentaje que no supieran pronunciar bien la disciplina por la que Carolina aparcó
el flamenco. Seguro que muchos le decían algo como esto: “Deja ese deporte
tan extraño y desconocido del que no podrás vivir. ¿De qué comerás?”.
Recomendaciones a las que
Carolina Marín, como tantas otras pioneras, no sólo hizo oídos sordos, sino que
utilizó como motivación extra. Sabía que el suyo no era un camino convencional,
pero sentía que su futuro pasaba por practicar una disciplina en que el volante
(o la pluma) puede superar los 300 kilómetros por hora, que exige movimientos
ágiles y rápidos y una coordinación perfecta, casi como el de una bailaora. A
esta estudiante de fisioterapia le ponía la piel de gallina convertirse en una
jugadora reconocida en el mundo, también por los que tanto se han sorprendido y
todavía se sorprenden cuando les explica a qué se dedica.
Es la tortuosa trayectoria que
han superado otros pioneros como el patinador Javier Fernández, capaz de irse
de España para crecer y formarse, olvidándose de las barbaridades que le
llegaron a decir algunos de sus compañeros de clase de pequeño (la crueldad
infantil es digna de una tesis); la patinadora Sheila Herrero, la deportista española con más
títulos, y en proporción, la más anónima entre las pioneras; Gemma Mengual,
Paola Tirados o Anna Tarrés, que escribieron las primeras (y brillantes)
páginas de un deporte, la natación sincronizada, con poca letra en España hasta
su irrupción; la luchadora Maider Unda; el deportista extremo Kilian Jornet…
Carolina Marín, más que acento
andaluz, tiene tono de pionera, de satisfecha porque su esfuerzo ha llegado a
las pistas (en abril fue la primera española en ganar el Europeo y en agosto mordió el oro mundial) y también
fuera de ellas. Durante unas horas logró que el bádminton tuviese hueco en los
medios, que hasta 400.000 espectadores sintonizasen Teledeporte para seguir su
final, por más que la mayoría no supiese nada de ese deporte. Entre la multitud
de felicitaciones que recibió seguro que estaba la de algunos de los que dudaron
de su sueño. Incluso le dio la enhorabuena su deportista favorito, al que
admira por su tesón y por los valores que representa, un tal Rafa Nadal. Más
de un niño y de una niña le habrá dicho a sus padres que de mayor quien ser
como Carolina.
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