Se tiende a recrear al escritor como alguien instalado en el anarquismo que proporciona la ausencia de horarios, vivir al límite y pasarse solo y refugiado en sí mismo gran parte del día. Crecer y envejecer entre grandes extremos le aporta la sensibilidad necesaria para crear personajes creíbles y reconocibles. Dice Alfredo Bryce que el escritor es un hombre sorprendido. Durante su corta existencia Frank Vandenbroucke (Mouscron, Bélgica, 1974- Senegal, 2009) tuvo elementos para ser un cotizado narrador de historias y las suyas podrían haber sido fuente de inspiración para varias novelas. Gran parte de sus entresijos quedaron reunidos en una biografía titulada No soy Dios, en la que confesaba su eterno intento de alcanzar nuevas oportunidades y ser incapaz de conservarlas. “Todo el mundo iba dopado de EPO. Yo también”, denunciaba Vandenbroucke, al que muchos en su país vieron como un relevo potencial de Eddy Merckx y que acabó muriendo el pasado lunes día 12 en un hotel recóndito de Saly, a 70 kilómetros del sur de Senegal. La última persona en verle con vida habría sido una joven con la que habría estado en su habitación del hotel y, según la autopsia, Vandenbroucke falleció por una doble embolia, acentuada por un problema cardíaco que ya tenía, y no presentaba signos de violencia en su cuerpo.
VdB, como le conocía la prensa belga, fue una de las grandes promesas del pelotón de los noventa. Antes de hacerse profesional en 1993 con tan sólo 19 años y fichar por el Lotto de su tío Jean Luc, Vandenbroucke ya había sido campeón del campeonato belga de principiantes y bronce en el Mundial de ruta juvenil disputado en Atenas. Conseguiría su primera victoria como profesional en la París-Bruselas y con Mapei, al que llegó tras partir peras con su familiar de malas maneras y del que tampoco salió bien. Su mejor triunfo fue ganar la Lieja-Bastogne-Lieja en 1999 tras anunciar por TV, y cumplirlo después, donde y cómo iba a atacar. Ese excelente triunfo y un par de exhibiciones en la Vuelta a España en Teruel y Ávila marcaron el pico más alto en la carrera llena de altibajos del talentoso ciclista belga, ya en el Cofidis, que se fue consumiendo poco a poco, personal y deportivamente.
El doctor Mabuse
Vandenbroucke se vio implicado en una compleja trama de dopaje con Bernard Sainz, conocido como doctor Mabuse. Pese a haberse gastado casi 9.000 euros en las consultas de Sainz, el corredor salió exculpado de culpas, pero cayó en depresión, probablemente por ser sancionado por Cofidis. Su progresión deportiva se paró por completo: cayó en depresión, fue encadenando equipos y despidos (Lampre y Domo). Prácticamente sólo se hablaba de él por sus excentricidades, como la de plantar a su mujer para irse con una azafata, simular su suicidio, disparar al techo en una discusión… Su fin oficioso como deportista fue en 2002, cuando encontraron en su domicilio un material importante de EPO, morfina y clembuterol después de que el doctor Mabuse fuese descubierto con un arsenal de productos prohibidos. “Son para Frank”, dijo el presunto médico. Ahí se acabó definitivamente la credibilidad de VdG, que se refugió en el alcohol y las drogas y continuó su currículum de equipos pena ni gloria (Quickstep, Fassa Bortolo, Unibet.com, Acqua & Sapone, Mitsubishi-Jartazi y Cinelli-Down Ander). Lo máximo que hizo después sería lograr un tercer puesto en el Tour de Flandes (2003) y un sexto lugar en la París-Niza de 2004. Llegó a participar en una carrera amateur con un nombre falso (Francesco Del Ponte) y la fotografía del ciclista Tom Boonen y, harto de frustraciones, intentó suicidarse en 2007. El pasado abril se impuso en una modesta prueba francesa, la Boucle de l’Artois-Trophée Arras. Un escenario demasiado menor para las cortas que podía haber alcanzado.
“Voy a recuperarme, voy a ser el de antes”, prometió a los conocidos que se encontró en el pasado Mundial de Mendrisio. Fue otra promesa vacío y acabó muriendo en un sitio apartado como Marco Pantani, envuelto en la melancolía como Chava Jiménez. “Es un débil que no soporta que le dejen”, le definió su padre Jean Jacques. Probablemente Vandenbroucke nunca llegó a soportarse a sí mismo. Su adiós, trágico, lleno de dudas y excesos, estaba predestinado. Era el desenlace lógico para una vida en la que jamás acabó de encajar.
1 comentario :
Una pena la verdad. Que descanse en paz. Saludos
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