Ajeno a la búsqueda de adjetivos que definan qué hace y cómo y sse refiera a su inagotable repertorio e inventiva, Messi cultiva un lenguaje propio. Gambetea y resiste, se ofrece y ofrece. Propone un estilo de fuerza bruta y elegancia de bailarín llevando a cabo lo que nadie se plantea, en la línea de Dick Fosbury, un atleta que cambió la historia de su deporte en los Juegos Olímpicos de México de 1968 cuando se le ocurrió saltar de espaldas. Messi es inimitable, aunque para empezar a lograr ese reconocimiento mundial tuviese que imitar, o más bien calcar centímetro a centímetro, los dos goles más recordados de su compatriota Maradona. El 10 azulgrana se escapa del tópico que relaciona a los genios con soledad, inaccesividad y vanidad. Su palabra favorita es “equipo” y suele encabezar sus frases con la primera persona del plural. Messi habla y juega en colectivo para suerte de un Barça solidario con la presión y convencido ante las circunstancias que remontó un gol en contra para ganar por 4-1 al Arsenal en el Camp Nou. En 21 minutos Messi marcó tres de sus cuatro goles y dejó en anecdótico el tanto inicial de Bendtner, ilegal por falta previa a Milito, el exponente de sacrificio del grupo de Guardiola, ya semifinalista de la Champions. Un título que aspira a repetir contra el Inter de Eto’o y Mourinho, vencedor a domicilio ante el CSKA de Moscú por 0-1.
Se empeña Messi en fruncir el ceño cada vez que un periodista le pregunta sobre su juego. Parece ruborizado por los elogios y marcas que atesora a punto de cumplir los 23 años. Marcas que mejoró siendo el protagonista del partido que Guardiola había clasificado como el más importante del curso. Un oportunismo que bien valdría para un trabalenguas: acumula 39 goles este curso (uno más que la temporada pasada), marcó cuatro en partido de Champions (como sólo habían logrado Van Basten, Simone Inzaghi, Prso y Van Nistelrooy), se convirtió en el octavo máximo goleador de la historia del Barça con 118 superando a Stoichkov y también superó como pichichi de esta Champions a Cristiano Ronaldo. Messi lleva ya ocho goles, por siete del portugués, ya eliminado.
Milito y Márquez
Valiente y decidido a pesar del resultado final, el Arsenal no claudicó en su idea de pelearle el balón desde el principio al conjunto azulgrana en su casa. Rodeó a Xavi para evitar que el faro del Barça guiase a sus compañeros. Incluso así, sin su cerebro suelto, los locales no dejaron de acumular oportunidades, las dos más claras de Messi, una salvada por el salvador de la ida, Almunia; la otra pasaría cerca de la cruceta. El discurso era del Barça, pero quien tuvo puntería primero fue el Arsenal, que se adelantó en una jugada polémica: el árbitro no advirtió la falta a Milito y Bendtner, a la segunda, superó a Valdés. Era la segunda vez en casi dos años que Milito, coloso, compartía puesto de central con Márquez, que había perdido presencia y relevancia en el equipo en consonancia con su corte de pelo, como Sansón. Ambos cuajaron un partido interesante. Ambos rebañaron un par de pelotas a Bendtner que hubiese dejado en clara opción de marcar ante Valdés. No hicieron que nadie echara en falta a Puyol y Piqué, sancionados, y que siguieron el partido en la grada.
En el campo Bojan, titular por la baja de Ibrahimovic, la redención de Henry y por saber aprovechar sus oportunidades, incordiaba a los centrales y al portero. Busquets incomodaba a todos y, cansado, Eboué le soltó un manotazo. A Rosicky, conocido como El pequeño Mozart le faltaron varias partituras para dar con la sinfonía idónea al Arsenal privado de Cesc, melancólico y lesionado en tribuna. Rosicky, que parecía comerse el mundo en el Borussia Dortmund, se ha quedado en proyecto de jugador grande en Londres e, impotente, pudo romper a Márquez. Pero también en eso Messi fue protagonista. Fue quien más patadas recibió en un partido que convierte al Barça en semifinalista y en el que se esperaba bastante más de Walcott, agitador en la ida y bien cubierto primero por Abidal, que se retiró con molestias, y después por Maxwell, que sueña con tener la oportunidad de jugar el próximo cruce. A su equipo le esperan sus ex, el Inter. Eto’o y Mourinho –y apurando Motta– volverán a Barcelona.
Se empeña Messi en fruncir el ceño cada vez que un periodista le pregunta sobre su juego. Parece ruborizado por los elogios y marcas que atesora a punto de cumplir los 23 años. Marcas que mejoró siendo el protagonista del partido que Guardiola había clasificado como el más importante del curso. Un oportunismo que bien valdría para un trabalenguas: acumula 39 goles este curso (uno más que la temporada pasada), marcó cuatro en partido de Champions (como sólo habían logrado Van Basten, Simone Inzaghi, Prso y Van Nistelrooy), se convirtió en el octavo máximo goleador de la historia del Barça con 118 superando a Stoichkov y también superó como pichichi de esta Champions a Cristiano Ronaldo. Messi lleva ya ocho goles, por siete del portugués, ya eliminado.
Milito y Márquez
Valiente y decidido a pesar del resultado final, el Arsenal no claudicó en su idea de pelearle el balón desde el principio al conjunto azulgrana en su casa. Rodeó a Xavi para evitar que el faro del Barça guiase a sus compañeros. Incluso así, sin su cerebro suelto, los locales no dejaron de acumular oportunidades, las dos más claras de Messi, una salvada por el salvador de la ida, Almunia; la otra pasaría cerca de la cruceta. El discurso era del Barça, pero quien tuvo puntería primero fue el Arsenal, que se adelantó en una jugada polémica: el árbitro no advirtió la falta a Milito y Bendtner, a la segunda, superó a Valdés. Era la segunda vez en casi dos años que Milito, coloso, compartía puesto de central con Márquez, que había perdido presencia y relevancia en el equipo en consonancia con su corte de pelo, como Sansón. Ambos cuajaron un partido interesante. Ambos rebañaron un par de pelotas a Bendtner que hubiese dejado en clara opción de marcar ante Valdés. No hicieron que nadie echara en falta a Puyol y Piqué, sancionados, y que siguieron el partido en la grada.
En el campo Bojan, titular por la baja de Ibrahimovic, la redención de Henry y por saber aprovechar sus oportunidades, incordiaba a los centrales y al portero. Busquets incomodaba a todos y, cansado, Eboué le soltó un manotazo. A Rosicky, conocido como El pequeño Mozart le faltaron varias partituras para dar con la sinfonía idónea al Arsenal privado de Cesc, melancólico y lesionado en tribuna. Rosicky, que parecía comerse el mundo en el Borussia Dortmund, se ha quedado en proyecto de jugador grande en Londres e, impotente, pudo romper a Márquez. Pero también en eso Messi fue protagonista. Fue quien más patadas recibió en un partido que convierte al Barça en semifinalista y en el que se esperaba bastante más de Walcott, agitador en la ida y bien cubierto primero por Abidal, que se retiró con molestias, y después por Maxwell, que sueña con tener la oportunidad de jugar el próximo cruce. A su equipo le esperan sus ex, el Inter. Eto’o y Mourinho –y apurando Motta– volverán a Barcelona.
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