Tadea Lizarde con su libro 'La ordenada vida del doctor Alarcón'. Foto: Calleja / Diario de Navarra. |
—¿Acaba de pasar un tren?
—No. ¡Es el viento de Pamplona!
-responde la entrevistada al otro lado del teléfono.
Es una buena metáfora para describir la fuerza con la que Tadea
Lizarbe (1988) defiende sus historias. Con la primera, Comiendo sonrisas a
solas (Ediciones B), se coló entre las diez finalistas del Premio
Planeta 2014. Con la segunda, La ordenada vida del doctor
Alarcón (Harper
Collins), nos presenta a un protagonista muy cuadriculado con el que no es
difícil identificarse y que tendrá que alterar su orden para tratar de resolver
unas muertes en extrañas circunstancias. En su entorno. Es probable que la escritora
dé a luz a su tercera criatura literaria en 2019. Más pronto que tarde, esta
terapeuta ocupacional en Salud Mental y monitora de Psicobasket para niños y
niñas con discapacidad intelectual se ganará la vida con sus relatos.
“Para un o una deportista es más fácil escribir un libro que
para el resto”, reivindica
Tadea Lizarbe, que ve el deporte como una pizarra infinita: “Te lo enseña
todo. Aprendes en el vestuario; tienes que gestionar la frustración y la
euforia; compartir cualquier detalle con un equipo que se convierte en tu
familia…”. Formada en el Club
Larraona navarro, con 18 años se vio sola en Zaragoza con dos retos: su
aventura en el Basket Zaragoza, con el que tiempo después debutaría en Liga
Femenina, y estudiar Terapia Ocupacional. Tenía que empezar de cero: “Aproveché
esa libertad que siempre había echado de menos”. Incluso se atrevió a
escribir más en serio “o con más intensidad”.
—Recordaré toda mi vida mi primer
entrenamiento en el Príncipe Felipe con el primer equipo del Basket Zaragoza.
—¿Qué pasó, Tadea?
—Me senté en un banco y me puse a
escribir a todos los entrenadores que había tenido en Pamplona para darles las
gracias. ¡Ellos me habían hecho llegar a un pabellón brutal y a estar con
jugadoras increíbles!
Entre ellas, Cindy Lima, que la perseguía por la pista.
—Me gritaba “¡Tadea, eres fea!”. [Nos
reímos]. Era una cachonda. ¡Me estaba poniendo a prueba para ver cómo reaccionaba!
Creo que lo superé con humor. Le tengo mucho cariño a Cindy. También a Paula
Palomares o a Cristina Ouviña, con quien mantengo el contacto. Albert Cuadrat fue
un libro abierto, igual que César Rupérez, que me entrenó y me enseñó tantos
valores en el Unión Basket Navarra... Claro que quería jugar un poco más, pero aprendí
mucho. Volvería a trabajar igual de duro o más.
—La recompensa es el aprendizaje, que
cada vez se valora menos.
Si disfrutas y aprovechas el proceso, el premio acabará
llegando.
—El protagonista de tu segunda novela,
La vida ordenada del doctor Alarcón, es un médico de atención primaria
con altas capacidades que se cree más inteligente que nadie, metódico hasta el
límite...
Tal cual. Se ve obligado a enfrentarse a sus miedos y dificultades
sociales para tratar de resolver unas muertes en su entorno que le inquietan
emocionalmente. El doctor Alarcón no está acostumbrado a enfrentarse a lo
emocional.
—Para algunas muertes no tiene
coartada...
Tiene miedo de estar implicado porque no recuerda qué hizo durante
esas horas. Por mucho que sienta que no puede ser un asesino, su racionalidad,
a la que siempre ha sido fiel, le dice que puede ser culpable.
—“La empatía nunca me ha sido útil” es
una de las frases de cabecera del doctor Alarcón.
Se equivoca tanto… ¡Está lleno de empatía! Puede no
comprenderla o intentar no sentirla, pero la tiene. Sufre. Racionalmente piensa
algo y sus actos dicen lo contrario. Vamos, lo que le pasa a todo el mundo
muchas veces.
—¿Tiene miedo a ser vulnerable?
Por supuesto. Por eso se esconde en sus rutinas y manías. En
sí mismo.
—Su madre le enseñó la frase “Uno. Dos.
Tres” para controlarse y ser educado.
Y le sirve de brújula para sus rutinas. El doctor Alarcón
nunca valoró a su madre por su inteligencia, aunque intuía que tenía otro tipo
de inteligencia que él no controlaba. Ella le explicó que tenía altas
capacidades y que podría sufrir por ello.
—Ese “Uno. Dos. Tres” le hace ser
menos desagradable de lo que es a veces.
No es un doctor House al uso. Aunque piense muchas burradas,
Manuel Alarcón es educado. De hecho, salvando sus torpezas, pasa bastante desapercibido
o, al menos, no es molesto para el resto. Su excesivo control le hace explotar.
—¿Todos y todas tenemos algo del
doctor Alarcón?
Mucha gente se siente identificada con él, ya que piensa cosas
parecidas que no se atreve a decir en voz alta. [Nos reímos]. Construí el
personaje con la idea de que al principio cayera muy mal, pero, en general, cae
genial.
—Es difícil que genere rechazo alguien
que tiene perchas con la vestimenta completa en función de la ocasión, que se
compra dos pantalones iguales… Por cierto…
Dime.
—Gracias al doctor Alarcón me voy a
replantear mis visitas al médico de cabecera y a pensarme mejor las (re)preguntas.
Tengo que confesarte que es una autocrítica a mi
comportamiento cuando voy al médico…
—Preguntamos cosas que no tienen
ningún sentido.
También tenemos derecho, eh. [Se ríe].
—El
doctor Alarcón se acuerda
de los historiales clínicos de pe a pa, pero no de los nombres de las personas.
¿Es porque no le interesan?
Tal cual. Eso sí, fíjate qué rápido memoriza el nombre de la
mujer que le atrae por su coleta… Su nueva enfermera…
—Natalia le hace quitarse las
ataduras, liberarse, descontrolarse…
Lo manipula, ¿no? ¿En qué se fijaría de una mujer un hombre
que cree que no necesita atender a las relaciones sociales? Al doctor Alarcón le
atrapa la coleta de Natalia, tan recta que, a veces, incumple las leyes de Newton.
Se agarra a lo que conoce, la física, porque ha sentido algo emocional que no
quiere identificar. Sí, piensa que la coleta de Natalia es perfecta. Es así
como se autoengaña.
—¿Cómo le das libertad a los
personajes?
Me gusta ponerme en su piel y pensar a qué retos se tendrían
que enfrentar para superarse. Me parece más importante construir un personaje,
con sus características y batallas, que la trama, aunque también sea vital.
—Todos los personajes son claves, incluso
los secundarios.
No podían tener menos protagonismo que el doctor Alarcón
porque nos dan pistas sobre él y lo construyen. Cada uno pone una pieza de este
puzle.
—Y la lista de sospechosos y
sospechosas es larga…
No te voy a engañar: le busco las cosquillas al lector.
—¿Qué peligros tiene un o una
novelista?
Caer en la soledad, encerrarse en su mundo de ficción y
olvidarse de las experiencias de fuera, que pueden enriquecerlo. El mundo
editorial es cruel y te exige ser valiente y seguir tus instintos. Si no te arriesgas
por miedo a perder, perderás.
—Describes el alma y los pensamientos
de los personajes, eres directa retratando los escenarios y paisajes, y
construyes diálogos frescos. Se ve un gran trabajo detrás para contar la
historia de la manera más sencilla posible, sin artificios.
Muchas gracias, Toni. En Navarra somos un montón de
escritores y escritoras y, a veces, nos surge el eterno dilema. ¿Qué es más importante
la trama o el estilo? ¿Construir la frase perfecta o lo que pretendes explicar?
—¿Te has reído mucho escribiendo La
ordenada vida del doctor Alarcón?
¡Muchísimo! Cuando revisaba el texto, me reía de lo que había
puesto, también de una manera tierna. Siempre pregunto a los y las lectores si
se han reído. Hay humor, sobre todo al principio, y también mucha angustia. Se
habla de violencia de género, eutanasia, enfermedades mentales…
—¿El mensaje de La ordenada vida
del doctor Alarcón es que seamos más empáticos y no etiquetemos tanto las
cosas, como las enfermedades mentales?
Sería que comprendernos mejor y con más sinceridad nos puede
hacer también comprender mejor a los demás. La sociedad tiene un diagnóstico,
una etiqueta y un nombre para las enfermedades mentales, y eso hace que te
alejes de ellas y te parezcan ficción. También te puede pasar a ti. El doctor
Alarcón tiene cosas diagnosticables, aunque no les pongo nombre porque la gente
se siente identificada con él.
—Leyendo el libro se me han quitado
las ganas de dar demasiados consejos y seguir más la táctica del frontón de José,
el camarero del Medio Limón, donde el doctor Alarcón se toma cada viernes tres
copas de ron. Muchas personas solo necesitan desahogarse. Nada más.
O responderse a sí mismos. A los y las profesionales de la
salud mental nos enseñan a no dirigir la respuesta. Puedes orientar, pero no
decidir por las personas.
—¿Qué
nos puedes decir del doctor Antonio Tenor, el psicólogo al que acude el doctor Alarcón?
Es uno de los personajes que más me gusta porque maneja súper
bien al doctor Alarcón, aunque éste tenga un coeficiente intelectual superior. El
doctor Alarcón lo sabe, aunque no puede hacer nada para evitarlo… Me he divertido
mucho escribiendo esas escenas.
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