Cuenta Abel Antón, bicampeón mundial de maratón, que tras una tortura de más de dos horas tenía las uñas de los pies absolutamente negras, llenas de sangre. Añade el ex atleta que el remedio para no perder la uña es pincharse con una jeringuilla para extraer la sangre. Es doloroso, pero no deja de ser un mero trámite para aquellos deportistas que participan en una de las pruebas más duras.
Si correr el maratón (42'195 kilómetros) en condiciones normales es inhumano. Completar el recorrido con calor, a 30 grados largos, y con más de un 80% de humedad, es más surrealista que épico. En Osaka, en Japón, se cumplió ese infierno. Por eso el keniata Luke Kibet cruzó la línea de meta de la primera final del Mundial de atletismo con un tiempo de 2h.15:58, el registro más discreto de la historia del torneo, que se disputa desde 1983. Muy lejos del récord (2h.04:55, de su compatriota Paul Tergat en Berlín 2003). Algo más cerca de la mejor marca de otro keniata, de William Kiplagat, que en el maratón de Amsterdam de 1999 hizo 2h.06:50 y... sólo fue tercero.
Dos ataques
En Osaka, Kiplagat empezó siendo el principal protagonista, con el primer gran ataque, a los 40 minutos, al que sólo pudo al instante el ganador, Kibet, y con el segundo, en el kilómetro 25, que hizo una criba definitiva de aspirantes. Se sentía espléndido el atleta keniata, vencedor en los maratones de Rotterdam (2003) y Seúl (2005).
Pero a partir de los primeros 30.000 metros Kiplagat se vino abajo. No pudo seguir el resto de la prueba entre los mejores, y el resto del maratón se le hizo eterno. Cruzó la línea de meta como pudo. Incluso se quedó paralizado unos segundos cuando estaba a dos palmos del final del sufrimiento. Movió las piernas lentamente, con total rigidez, como si las tuviera rotas. Y llegó: era octavo con la peor marca de su vida (2h.19:21). Poco después no aguantó más y se desplomó. Como cuentan que hizo el soldado Filipides tras ir de Maratón a Atenas para anunciar a su pueblo la victoria sobre el ejército persa. Para homenajearle se creó esta tortuosa prueba.
Si correr el maratón (42'195 kilómetros) en condiciones normales es inhumano. Completar el recorrido con calor, a 30 grados largos, y con más de un 80% de humedad, es más surrealista que épico. En Osaka, en Japón, se cumplió ese infierno. Por eso el keniata Luke Kibet cruzó la línea de meta de la primera final del Mundial de atletismo con un tiempo de 2h.15:58, el registro más discreto de la historia del torneo, que se disputa desde 1983. Muy lejos del récord (2h.04:55, de su compatriota Paul Tergat en Berlín 2003). Algo más cerca de la mejor marca de otro keniata, de William Kiplagat, que en el maratón de Amsterdam de 1999 hizo 2h.06:50 y... sólo fue tercero.
Dos ataques
En Osaka, Kiplagat empezó siendo el principal protagonista, con el primer gran ataque, a los 40 minutos, al que sólo pudo al instante el ganador, Kibet, y con el segundo, en el kilómetro 25, que hizo una criba definitiva de aspirantes. Se sentía espléndido el atleta keniata, vencedor en los maratones de Rotterdam (2003) y Seúl (2005).
Pero a partir de los primeros 30.000 metros Kiplagat se vino abajo. No pudo seguir el resto de la prueba entre los mejores, y el resto del maratón se le hizo eterno. Cruzó la línea de meta como pudo. Incluso se quedó paralizado unos segundos cuando estaba a dos palmos del final del sufrimiento. Movió las piernas lentamente, con total rigidez, como si las tuviera rotas. Y llegó: era octavo con la peor marca de su vida (2h.19:21). Poco después no aguantó más y se desplomó. Como cuentan que hizo el soldado Filipides tras ir de Maratón a Atenas para anunciar a su pueblo la victoria sobre el ejército persa. Para homenajearle se creó esta tortuosa prueba.
|
No hay comentarios :
Publicar un comentario