Ajeno a la niebla, al frío y a la humedad, un hombre corría en la cima del Tourmalet. Su vestido, amarillo y con la palabra Tour en el pecho, delataba su ubicación y pasión. En su espalda llevaba estaba escrito su deseo: Armstrong 8. El aficionado, que había compartido cuota de pantalla con otro vestido de plátano y una chica casi sin vestir, se había hecho el disfraz con la intención de animar a Lance en su camino hacia el octavo Tour, pero, solidario, ahí estaba gritando y animando a quienes realmente opositan a ganar la prueba: Alberto Contador y Andy Schleck. Dos ciclistas que estaban a punto de coronar en solitario el Tourmalet después de medir sus fuerzas y comprobar que estaban empatados técnicamente. A poco más de tres kilómetros para la meta y tras la última prueba en serio de Contador, hablaron. “Para ti la etapa”, dijo el corredor de Pinto, incómodo por cómo se ha digerido entre prensa y seguidores que no esperase a Andy tras su percance con la cadena en Balès. Incómodo también el luxemburgués, enfadado con sí mismo por el error y por culpar a su amigo, al que no había esperado en la etapa del pavés. Materializado el pacto, Andy festejó su segunda victoria en este Tour y Contador, felicitado por Miguel Induarin y Nicolas Sarkozy, sonrió por salvar su penúltima prueba (el sábado deberá defender los ocho segundos en la contrarreloj, especialidad en la que es mejor que su rival) y estar a un paso de llegar a París vestido con el maillot amarillo por tercera vez.
Harto de tanta pantomima, acuerdos, detalles y reproches, había un corredor. O al menos habló de ello uno. Campeón del Tour en 2008 para más señas y que dice cuanto piensa venga o no venga a cuento. En este caso su discurso era de rabiosa actualidad. “Creo que estamos haciendo del ciclismo una patraña de niñatos”, criticó Carlos Sastre. Y venía al caso porque descubrió que Contador se dirigió a él cuando estaba a punto de atacaren la subida a la Marie-Blanque. El líder le advirtió que esperase, que un compañero (Samuel Sánchez, de momento tercero con 21 segundos, ocho más que antes de la etapa, sobre Denis Menchov, poco margen ante la crono) se había caído. Sastre frunció el ceño y aún se motivó más para alejarse del grupo en busca de quienes rodaban cabeza de carrera: “Me he caído y he tenido averías en este Tour y en el Giro. ¿Y me ha esperado alguien? Nadie”. Suena lógico pensar que el juego limpio no puede ser a la carta.
Jalabert, desde la moto
Sin ese titular Sastre hubiese sido también uno de los protagonistas de la etapa, disputada entre Pau y el Tourmalet, por su insistencia de coger a los siete escapados, entre ellos, Juan Antonio Flecha, al que el ex ciclista francés Laurent Jalabert veía, montado en una moto de la televisión gala, “con mejores piernas”. Un comentario inoportuno porque Flecha, excelente cronista, fue el primero en descolgarse del grupo de cabeza, en el que Koren y Pauriol fueron cronometrados bajando a… ¡75 km/h! Una temeridad o una señal de que las cosas por delante iban en serio. Por detrás sufría Mark Cavendish, deseando acabar la etapa y empezar la siguiente, llana, inofensiva y la última en París para sumar dos nuevos triunfos y lograr cinco en total, a uno del año pasado. También hacía cálculos Kolobnev, el último de los fugados que se resistió al grupo de Contador, que alcanzó primero a Sastre. El abulense se vino abajo y en un momento perdió el contacto.
Andy atacó como pudo y sólo encontró la respuesta, segura y contundente, de Contador. Ambos alcanzaron y derritieron al ilusionado Kolobnev y compitieron de igual a igual. Siempre con el luxemburgués llevando el ritmo y el español a su rueda. Andy pedaleaba a un ritmo endiablado y no paraba de girarse para comprobar si su rival continuaba allí. Y allí, casi impasible, estaba Contador, al que con la mirada y varias frases recriminó que no le diese relevos. Hasta que llegó el último ataque de Contador y pactaron que no habría sprint final. “Porque yo había hecho la mayor parte del trabajo”, se enorgulleció Andy, que sí, perdió 39 segundos por su avería en Balès, pero también es cierto que ganó 1m 13s en la etapa de pavés. Un duelo memorable, muy igualado, sólo empañado con polémicas absurdas. Sastre se confunde en las formas, pero no en el contenido: o hay juego limpio para todos o no lo hay para nadie.
Harto de tanta pantomima, acuerdos, detalles y reproches, había un corredor. O al menos habló de ello uno. Campeón del Tour en 2008 para más señas y que dice cuanto piensa venga o no venga a cuento. En este caso su discurso era de rabiosa actualidad. “Creo que estamos haciendo del ciclismo una patraña de niñatos”, criticó Carlos Sastre. Y venía al caso porque descubrió que Contador se dirigió a él cuando estaba a punto de atacaren la subida a la Marie-Blanque. El líder le advirtió que esperase, que un compañero (Samuel Sánchez, de momento tercero con 21 segundos, ocho más que antes de la etapa, sobre Denis Menchov, poco margen ante la crono) se había caído. Sastre frunció el ceño y aún se motivó más para alejarse del grupo en busca de quienes rodaban cabeza de carrera: “Me he caído y he tenido averías en este Tour y en el Giro. ¿Y me ha esperado alguien? Nadie”. Suena lógico pensar que el juego limpio no puede ser a la carta.
Jalabert, desde la moto
Sin ese titular Sastre hubiese sido también uno de los protagonistas de la etapa, disputada entre Pau y el Tourmalet, por su insistencia de coger a los siete escapados, entre ellos, Juan Antonio Flecha, al que el ex ciclista francés Laurent Jalabert veía, montado en una moto de la televisión gala, “con mejores piernas”. Un comentario inoportuno porque Flecha, excelente cronista, fue el primero en descolgarse del grupo de cabeza, en el que Koren y Pauriol fueron cronometrados bajando a… ¡75 km/h! Una temeridad o una señal de que las cosas por delante iban en serio. Por detrás sufría Mark Cavendish, deseando acabar la etapa y empezar la siguiente, llana, inofensiva y la última en París para sumar dos nuevos triunfos y lograr cinco en total, a uno del año pasado. También hacía cálculos Kolobnev, el último de los fugados que se resistió al grupo de Contador, que alcanzó primero a Sastre. El abulense se vino abajo y en un momento perdió el contacto.
Andy atacó como pudo y sólo encontró la respuesta, segura y contundente, de Contador. Ambos alcanzaron y derritieron al ilusionado Kolobnev y compitieron de igual a igual. Siempre con el luxemburgués llevando el ritmo y el español a su rueda. Andy pedaleaba a un ritmo endiablado y no paraba de girarse para comprobar si su rival continuaba allí. Y allí, casi impasible, estaba Contador, al que con la mirada y varias frases recriminó que no le diese relevos. Hasta que llegó el último ataque de Contador y pactaron que no habría sprint final. “Porque yo había hecho la mayor parte del trabajo”, se enorgulleció Andy, que sí, perdió 39 segundos por su avería en Balès, pero también es cierto que ganó 1m 13s en la etapa de pavés. Un duelo memorable, muy igualado, sólo empañado con polémicas absurdas. Sastre se confunde en las formas, pero no en el contenido: o hay juego limpio para todos o no lo hay para nadie.
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