Donde antes veían arrogancia, ahora ven elegancia, donde antes descubrían distancia y altivez ahora encuentran proximidad y naturalidad. La caída humaniza al mito y hace que gran parte de sus detractores olviden cuáles eran las razones para desear su fracaso. “Nunca me he sentido tan querido en Francia”, dijo hace unos días Lance Armstrong, cuando ya no tenía opción alguna de podio ni de llegar a París entre los diez mejores. El siete veces campeón del Tour nunca se había encontrado tan cómodo en un país cuya prensa ha publicado varias informaciones que le incriminarían con el dopaje, hipótesis que no se cansa de repetir como hechos su ex compañero Floyd Landis. Convertido en un ciclista más del pelotón y no en un referente, Armstrong se toma el Tour de otra manera. Carlos Arribas sostiene desde El País que el texano valora más la pequeña gran victoria de llegar cada día a meta, mientras que en Teledeporte Carlos de Andrés y Perico Delgado pronosticaban ayer durante la retransmisión que sería comprensible que Lance buscase un ataque para intentar ganar una etapa.
Ajeno a dichos comentarios, Armstrong quiso recuperar el protagonismo en el Tour, competir con 38 años, volver a sentirse grande, como cuando volvió al ciclismo tras superar un cáncer para ser número uno. Así que puso en práctica el reto y fue uno de los ocho corredores que se levantaron de la bici, juntaron los dientes y se escaparon en la subida al Peyresource, el primero de los cuatro puntos míticos (Aspin-Tourmalet-Aubisque) de la etapa, en teoría, más vistosa de la prueba. Le acompañaron modestos como Costa, Roche o Capecchi, y tan sólo un ilustre, Kreuziger, inicialmente entre los favoritos y fiasco después. Al grupo llegaría después Fédrigo, que sería quien frustraría en el sprint final el plan de Armstrong y la valentía del español Carlos Barredo, al que le sobraron unos metros para poder para ganar su primera etapa en el Tour. Fue Fédrigo quien festejó su tercera victoria en la prueba, la sexta en esta edición para los anfitriones, orgullosos además de que dos de los suyos, Anthony Charteau y Christophe Moreau, rivalicen por ganar el maillot de la montaña. En el amarillo Alberto Contador mantuvo los ocho segundos con respecto a Andy Schleck, ante el que se disculpó la noche anterior en un vídeo y con el que espera “seguir manteniendo una buena relación”. Disculpas aceptadas por el presunto traicionado, que recuperó su medio sonrisa habitual. ¿Todo olvidado? Sea como sea la etapa del jueves (mañana miércoles hay descanso) con final en el Tourmalet será la última oportunidad de venganza (sana o no) para Andy.
Ataque precipitado
Volvamos a Armstrong y rescatemos sus declaraciones, ciencia ficción hace unos meses: “Quiero agradecer al público que me apoya, son muy amables y aprecio su reacción al verme en la escapada, luchando”. Hasta hace poco era un corredor tan contundente en el asfalto como poco amante de hablar de los aficionados. El ciclista del Radioshack se equivocó en el sprint final, con siete competidores más y Barredo descolgado. Atacó pronto y mal y acabó antepenúltimo entre los que se decidieron el triunfo de etapa. Fédrigo, una de las sensaciones del Tour de 2009, se llevó el gato al agua, secundado por Casar (¡otro francés!) y el español Rubén Plaza.
El grupo de escapados llegó a ser de 17 ciclistas, pero en el ascenso al Tourmalet la cifra se había reducido drásticamente a casi la mitad. Tan sólo 10, entre los españoles Barredo y Plaza, buscaban ser los primeros en coronar esta en el centenario de su inclusión en el programa de la grande boucle. Lo logró Moreau, seguido por Fédrigo. Armstrong pasó cuarto. En la ascensión al Aubisque la diferencia con respecto al pelotón sueró los siete minutos y medio. En el grupo principal se repartían las responsabilidades, aunque un gregario de lujo en el Astana, Tiralongo, asumía gran parte de ese papel ingrato de guiar el ritmo haciéndose camino entre el aire.
La web de Barredo
Armstrong atacó y sólo pudieron responderle cuatro corredores: Plaza, Cunego, Barredo y Fédrigo. Aunque el grupo se ampliaría de nuevo a ocho componentes tras la reincorporación de Casar, justo antes de que Barredo, que había pinchado una rueda, intentase su cuarta ofensiva. Y pareció buena, relativamente buena, a 44 kilómetros de la meta, pero la distancia se le hizo eterna a un ciclista que tiene una web oficial que advierte que no se actualiza desde 14 de marzo de 2008, pero que, en cambio, felicita al corredor por su victoria en la Clásica de San Sebastián de 2009.
“Hablamos acerca de cómo teníamos que atacar y mantener el impulso. Lance lo intentó y luego llegó mi turno”, relató Barredo, que llegó a tener 47 segundos de ventaja sobre sus ocho perseguidores. Ése fue el tope, a 30 kilómetros. Cinco después conservaba 37 seg. de margen, a 20 km., 26 seg…. A 15 km., 13 seg. y a 10 km. había conseguido aumentar la diferencia a 29. 23 era su colchón a 3’4 km.., però en 400 metros le recuperaron diez segundos e, inevitablemente, en un final lento y previsible, Barredo fue alcanzado a 1’5 km. Llegó, exhausto y frustrado 28 segundos después de que Fédrigo alcanzase los puños y de que Armstrong reconociese que había atacado muy pronto, que no le sobran las fuerzas como antes. Seguro que pensó que por eso ahora cae tan bien.
Ajeno a dichos comentarios, Armstrong quiso recuperar el protagonismo en el Tour, competir con 38 años, volver a sentirse grande, como cuando volvió al ciclismo tras superar un cáncer para ser número uno. Así que puso en práctica el reto y fue uno de los ocho corredores que se levantaron de la bici, juntaron los dientes y se escaparon en la subida al Peyresource, el primero de los cuatro puntos míticos (Aspin-Tourmalet-Aubisque) de la etapa, en teoría, más vistosa de la prueba. Le acompañaron modestos como Costa, Roche o Capecchi, y tan sólo un ilustre, Kreuziger, inicialmente entre los favoritos y fiasco después. Al grupo llegaría después Fédrigo, que sería quien frustraría en el sprint final el plan de Armstrong y la valentía del español Carlos Barredo, al que le sobraron unos metros para poder para ganar su primera etapa en el Tour. Fue Fédrigo quien festejó su tercera victoria en la prueba, la sexta en esta edición para los anfitriones, orgullosos además de que dos de los suyos, Anthony Charteau y Christophe Moreau, rivalicen por ganar el maillot de la montaña. En el amarillo Alberto Contador mantuvo los ocho segundos con respecto a Andy Schleck, ante el que se disculpó la noche anterior en un vídeo y con el que espera “seguir manteniendo una buena relación”. Disculpas aceptadas por el presunto traicionado, que recuperó su medio sonrisa habitual. ¿Todo olvidado? Sea como sea la etapa del jueves (mañana miércoles hay descanso) con final en el Tourmalet será la última oportunidad de venganza (sana o no) para Andy.
Ataque precipitado
Volvamos a Armstrong y rescatemos sus declaraciones, ciencia ficción hace unos meses: “Quiero agradecer al público que me apoya, son muy amables y aprecio su reacción al verme en la escapada, luchando”. Hasta hace poco era un corredor tan contundente en el asfalto como poco amante de hablar de los aficionados. El ciclista del Radioshack se equivocó en el sprint final, con siete competidores más y Barredo descolgado. Atacó pronto y mal y acabó antepenúltimo entre los que se decidieron el triunfo de etapa. Fédrigo, una de las sensaciones del Tour de 2009, se llevó el gato al agua, secundado por Casar (¡otro francés!) y el español Rubén Plaza.
El grupo de escapados llegó a ser de 17 ciclistas, pero en el ascenso al Tourmalet la cifra se había reducido drásticamente a casi la mitad. Tan sólo 10, entre los españoles Barredo y Plaza, buscaban ser los primeros en coronar esta en el centenario de su inclusión en el programa de la grande boucle. Lo logró Moreau, seguido por Fédrigo. Armstrong pasó cuarto. En la ascensión al Aubisque la diferencia con respecto al pelotón sueró los siete minutos y medio. En el grupo principal se repartían las responsabilidades, aunque un gregario de lujo en el Astana, Tiralongo, asumía gran parte de ese papel ingrato de guiar el ritmo haciéndose camino entre el aire.
La web de Barredo
Armstrong atacó y sólo pudieron responderle cuatro corredores: Plaza, Cunego, Barredo y Fédrigo. Aunque el grupo se ampliaría de nuevo a ocho componentes tras la reincorporación de Casar, justo antes de que Barredo, que había pinchado una rueda, intentase su cuarta ofensiva. Y pareció buena, relativamente buena, a 44 kilómetros de la meta, pero la distancia se le hizo eterna a un ciclista que tiene una web oficial que advierte que no se actualiza desde 14 de marzo de 2008, pero que, en cambio, felicita al corredor por su victoria en la Clásica de San Sebastián de 2009.
“Hablamos acerca de cómo teníamos que atacar y mantener el impulso. Lance lo intentó y luego llegó mi turno”, relató Barredo, que llegó a tener 47 segundos de ventaja sobre sus ocho perseguidores. Ése fue el tope, a 30 kilómetros. Cinco después conservaba 37 seg. de margen, a 20 km., 26 seg…. A 15 km., 13 seg. y a 10 km. había conseguido aumentar la diferencia a 29. 23 era su colchón a 3’4 km.., però en 400 metros le recuperaron diez segundos e, inevitablemente, en un final lento y previsible, Barredo fue alcanzado a 1’5 km. Llegó, exhausto y frustrado 28 segundos después de que Fédrigo alcanzase los puños y de que Armstrong reconociese que había atacado muy pronto, que no le sobran las fuerzas como antes. Seguro que pensó que por eso ahora cae tan bien.
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