Otro punto de vista del bronce en solo libre de la nadadora catalana
Ona Carbonell, durante su actuación en la final de solo libre - EFE. |
Tiene la sonrisa
de Clara, concursante de MasterChef.
La chica, acompañada por su novio –a juzgar por cómo se miran–, es la única de
alrededor abstraída con la actuación de la primera de las finalistas del solo
libre en los Mundiales de natación de Barcelona, Rebecca Kay Moody, de Estados
Unidos. Está más centrada que la propia realización, que no proyecta imágenes
de la actuación en las pantallas del Palau Sant Jordi. Por megafonía se
advierte al público que no distraiga a las nadadoras ni a los jueces. Moody obtiene,
81’230, mucho menos que en la preliminar, 84’040.
“¡Oh, qué chulo! ¡Qué chulada!”, se le
oye decir a una madre con su niño. Es la reacción más normal al ver la
inmensidad de la piscina, la instalación temporal más grande del mundo con 50 metros de largo, 26 de
ancho y 3 de profundidad para 10 calles. Desde la grada –y si renuncias a
seguirlo por las pantallas, que es lo que hago, sino sería como si estuviese en
casa– observas un punto lejano que se mueve y hace virguerías. Una buena
metáfora de lo insignificantes que somos en el mundo, pero de la capacidad que
tenemos para emocionar. Y la siguiente, Linda Cerruti, de Italia, emociona
mucho más que Moody, y ya sale en las pantallas.
– ¡No me toquéis las
canciones de Pink!– grita indignado
un aficionado al ver que, efectivamente, como suelen hacer en las discotecas, maquillan el último éxito de la cantante
en la actuación de Sona Bernardova, de la República Checa.
– No te sulfures, aquí lo
hacen mucho. Ponen una versión para marcar más el ritmo– le comenta su amiga –aquí
no hay miradas de las otras–.
“Las patitas esas así”
La grada francesa enloquece
con su representante, Estel-Anais Hubaud, pero es Ji Hyang Ri, de Corea del
Norte, la primera en mejorar su nota. Cosa que no consigue Jenna Randall, de
Gran Bretaña, en parte, según el seguidor de Pink, porque la música es “para
que duerman las ovejas”. “Y porque no sale de las patitas esas así”, le
dice su acompañante, que gira los dedos: “No
creo que haya 150 movimientos en natación sincronizada. Se tienen que repetir
por narices”.
Despoina Solomou, de
Grecia, apuesta por el flamenco y lo borda, mientras en la call room [cámara de llamada] Svetlana Romashina, la favorita
con mayúsculas, bosteza. Y es con la séptima actuación cuando el Palau Sant
Jordi, ese escenario para todo –Copa Davis, conciertos, natación, X Games…–, ruge
de verdad. Ona Carbonell está a punto de defender la canción Barcelona, interpretada en los Juegos
Olímpicos de 1992 por Freddie Mercury y Montserrat Caballé. La soprano ha
acercado a la letra a Ona, a quien ha trasmitido cómo evocar el encanto del Mediterráneo,
la fuerza del mar…
El más creativo e íntimo
Ona está a la altura del
himno con una actuación desgarradora, pasional y emotiva que pone la piel de
gallina y con la que mejora la puntuación anterior –de 94’260 a 94’290–. Cumple
su cometido de disfrutar y de hacer disfrutar.
El solo libre es quizás el
más creativo e íntimo y Ona ha asumido el reto tras la retirada de Andrea Fuentes
a principios de año. Gemma Mengual, en la piscina, está al borde la lágrima y la
acompaña junto a Mayujo Fujiki. Ona atiende a Izaskun Ruiz, de Tedeporte, y
después a Esport3. Mientras, Romashina, al compás de I want to be loved you, de Marilyn Monroe también levanta pasiones
en la grada y mucha admiración en una chica de al lado: “¡Y yo que ni soy capaz de hacer la voltereta! [en el agua, se
entiende]”.
Romashina se asegura el oro
y la china Xuechen Huang no da opción a Ona y mejora casi cinco décimas para
colgarse la plata con acrobacias inverosímiles. Huang no para de sonreír y
saludar. Antes de recibir la puntuación ya es consciente de que será segunda.
Un espontáneo profesional
Solo Ucrania y, en concreto
Lolita Ananasova, puede quitarle el bronce a Ona. Romashina y Huang se meten en
la call room –nadie les quitará las
medallas; poco después les sigue una tercera nadadora, puede que sea Ona, pero
no estoy seguro–. Lolita mejora la nota, pero no lo suficiente y la actuación
de la japonesa Yukiko Inui es irrelevante y la única que ve una pareja que
acaba de llegar. Les da tiempo de sorprenderse del show de un espontáneo que baila con
más entusiasmo cuando se da cuenta de que le enfocan las cámaras.
Definitivamente, es un espontáneo profesional que baja las escaleras de la
grada al ritmo de la música –o al suyo, más explosivo– e intenta, con mayor o
peor suerte, contagiar a quien se encuentre a su paso. Lo consigue con una
chica, que se pone a bailar con él. Se añade otro chaval. Un curioso
paréntesis antes de la ceremonia de medallas.
Suena el himno de Rusia en
honor a Romashina y el público se pone en pie como muestra de respeto y
después canta “¡Ona!
¡Ona!”. Tres aficionados agitan cartulinas con las letras de su
ídolo, O-N-A, que saluda y reparte besos al aire. En las inmediaciones del Palau,
la gente hace colas para fotografiarse con la mascota, Xop –descubro que el
hombre se llama John– o en un trampolín pintado en el suelo, y se ha perdido
una bolsa con documentación y dinero en el pabellón de Kazan (Rusia), la ciudad
que albergará los Mundiales de natación de 2015. Según parece, estos de
Barcelona son una buena oportunidad para promocionar que Madrid sea sede de los
Juegos Olímpicos de 2020. Lo digo porque me encuentro en el suelo un pin con el
logo de la capital como candidata olímpica.
Ya en el metro, una chica
sonríe mientras huele las páginas un libro de arte que, aparentemente, acaba de
comprarse. En la portada aparece El caminante sobre un mar de nubes, de Caspar David Friedrich.
No hay comentarios :
Publicar un comentario