viernes, 26 de julio de 2013

La ‘Barcelona’ de Ona Carbonell desde la grada del Sant Jordi

Otro punto de vista del bronce en solo libre de la nadadora catalana

Ona Carbonell, durante su actuación en la final de solo libre - EFE. 

Tiene la sonrisa de Clara, concursante de MasterChef. La chica, acompañada por su novio  –a juzgar por cómo se miran–, es la única de alrededor abstraída con la actuación de la primera de las finalistas del solo libre en los Mundiales de natación de Barcelona, Rebecca Kay Moody, de Estados Unidos. Está más centrada que la propia realización, que no proyecta imágenes de la actuación en las pantallas del Palau Sant Jordi. Por megafonía se advierte al público que no distraiga a las nadadoras ni a los jueces. Moody obtiene, 81’230, mucho menos que en la preliminar, 84’040.

“¡Oh, qué chulo! ¡Qué chulada!”, se le oye decir a una madre con su niño. Es la reacción más normal al ver la inmensidad de la piscina, la instalación temporal más grande del mundo con 50 metros de largo, 26 de ancho y 3 de profundidad para 10 calles. Desde la grada –y si renuncias a seguirlo por las pantallas, que es lo que hago, sino sería como si estuviese en casa– observas un punto lejano que se mueve y hace virguerías. Una buena metáfora de lo insignificantes que somos en el mundo, pero de la capacidad que tenemos para emocionar. Y la siguiente, Linda Cerruti, de Italia, emociona mucho más que Moody, y ya sale en las pantallas.

– ¡No me toquéis las canciones de Pink!– grita indignado un aficionado al ver que, efectivamente, como suelen hacer en las discotecas, maquillan el último éxito de la cantante en la actuación de Sona Bernardova, de la República Checa.
– No te sulfures, aquí lo hacen mucho. Ponen una versión para marcar más el ritmo– le comenta su amiga –aquí no hay miradas de las otras–. 

“Las patitas esas así”

La grada francesa enloquece con su representante, Estel-Anais Hubaud, pero es Ji Hyang Ri, de Corea del Norte, la primera en mejorar su nota. Cosa que no consigue Jenna Randall, de Gran Bretaña, en parte, según el seguidor de Pink, porque la música es “para que duerman las ovejas”. “Y porque no sale de las patitas esas así”, le dice su acompañante, que gira los dedos: “No creo que haya 150 movimientos en natación sincronizada. Se tienen que repetir por narices”.

Despoina Solomou, de Grecia, apuesta por el flamenco y lo borda, mientras en la call room [cámara de llamada] Svetlana Romashina, la favorita con mayúsculas, bosteza. Y es con la séptima actuación cuando el Palau Sant Jordi, ese escenario para todo –Copa Davis, conciertos, natación, X Games…–, ruge de verdad. Ona Carbonell está a punto de defender la canción Barcelona, interpretada en los Juegos Olímpicos de 1992 por Freddie Mercury y Montserrat Caballé. La soprano ha acercado a la letra a Ona, a quien ha trasmitido cómo evocar el encanto del Mediterráneo, la fuerza del mar…

El más creativo e íntimo 

Ona está a la altura del himno con una actuación desgarradora, pasional y emotiva que pone la piel de gallina y con la que mejora la puntuación anterior –de 94’260 a 94’290–. Cumple su cometido de disfrutar y de hacer disfrutar.

El solo libre es quizás el más creativo e íntimo y Ona ha asumido el reto tras la retirada de Andrea Fuentes a principios de año. Gemma Mengual, en la piscina, está al borde la lágrima y la acompaña junto a Mayujo Fujiki. Ona atiende a Izaskun Ruiz, de Tedeporte, y después a Esport3. Mientras, Romashina, al compás de I want to be loved you, de Marilyn Monroe también levanta pasiones en la grada y mucha admiración en una chica de al lado: “¡Y yo que ni soy capaz de hacer la voltereta! [en el agua, se entiende]”.

Romashina se asegura el oro y la china Xuechen Huang no da opción a Ona y mejora casi cinco décimas para colgarse la plata con acrobacias inverosímiles. Huang no para de sonreír y saludar. Antes de recibir la puntuación ya es consciente de que será segunda.  

Un espontáneo profesional 

Solo Ucrania y, en concreto Lolita Ananasova, puede quitarle el bronce a Ona. Romashina y Huang se meten en la call room –nadie les quitará las medallas; poco después les sigue una tercera nadadora, puede que sea Ona, pero no estoy seguro–. Lolita mejora la nota, pero no lo suficiente y la actuación de la japonesa Yukiko Inui es irrelevante y la única que ve una pareja que acaba de llegar. Les da tiempo de sorprenderse del show de un espontáneo que baila con más entusiasmo cuando se da cuenta de que le enfocan las cámaras. Definitivamente, es un espontáneo profesional que baja las escaleras de la grada al ritmo de la música –o al suyo, más explosivo– e intenta, con mayor o peor suerte, contagiar a quien se encuentre a su paso. Lo consigue con una chica, que se pone a bailar con él. Se añade otro chaval. Un curioso paréntesis antes de la ceremonia de medallas.

Suena el himno de Rusia en honor a Romashina y el público se pone en pie como muestra de respeto y después canta “¡Ona! ¡Ona!”. Tres aficionados agitan cartulinas con las letras de su ídolo, O-N-A, que saluda y reparte besos al aire. En las inmediaciones del Palau, la gente hace colas para fotografiarse con la mascota, Xop –descubro que el hombre se llama John– o en un trampolín pintado en el suelo, y se ha perdido una bolsa con documentación y dinero en el pabellón de Kazan (Rusia), la ciudad que albergará los Mundiales de natación de 2015. Según parece, estos de Barcelona son una buena oportunidad para promocionar que Madrid sea sede de los Juegos Olímpicos de 2020. Lo digo porque me encuentro en el suelo un pin con el logo de la capital como candidata olímpica.

Ya en el metro, una chica sonríe mientras huele las páginas un libro de arte que, aparentemente, acaba de comprarse. En la portada aparece El caminante sobre un mar de nubes, de Caspar David Friedrich.  

Me acerco y le pregunto: “Seguro que te gusta la natación sincronizada, ¿no?”.                 

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