Mascherano celebra el pase de Argentina a cuartos de final - Foto: Reuters. |
No lleva un peinado extravagante porque le haría llamar la atención y él prefiere la cabeza rapada, más cómoda y discreta. Tampoco necesita colocarse un brazalete de capitán para serlo, pues demuestra, aliento tras aliento, que lo de El Jefecito es más un nombre que un apodo. Por su iniciativa y predisposición, Javier Mascherano (San Lorenzo, Argentina, 1984) hubiese podido jugar y encajar en cualquier época, en tiempos en blanco y negro sin cambios ni fueras de juego o en éstos de árbitros y asistentes comunicados con
pinganillo. Es un tesoro para cualquier entrenador porque atiende, entiende y no polemiza con el técnico. Conoce sus limitaciones y las minimiza por su sentido de colocación, el que le enseñó Guardiola poniéndole por primera vez de central, y por su sentido de responsabilidad, la que le dio Bielsa haciéndole debutar con Argentina antes que en la Liga argentina. A luchar más y mejor le enseñó Tito, y puede que Tata le ayudase a ser todavía más humilde. Seguro que Luis Enrique aprenderá mucho de él y Masche de Lucho.
Puede (o sin el puede) que a la FIFA le chirriase ver a un Mascherano rodeado de flashes y sosteniendo el MVP del Mundial de Brasil, un galardón que, según justifican, se escoge por puntuación acumulada durante el torneo, como si los premios fuesen una ciencia exacta. Aunque se lo llevó su compañero Leo Messi, MVP en cuatro partidos y ausente en el mejor once inicial, Mascherano escribió su propio MVP. El que implica la M de Modestia y Macanudo, la V de Voluntad y Valentía y la P de Pundonor y Persistencia. El Jefecito resultó el mejor ante la pujante Bélgica, fue la sombra de Robben y convenció al portero Romero de que iba a ser el héroe en la tanda de penaltis ante Holanda. En la final Mascherano se desvivió y, como durante el campeonato, apenas cometió errores para seguir siendo el líder de una Argentina sin el talento de otros, pero con mucho oficio y coraje. Es un líder silencioso que me recuerda al personaje de Oliver y Benji Philip Callahan, el esforzado capitán del Flynet, el equipo que se entrenaba en la nieve y llegaba a semifinales para sucumbir, siempre sin merecerlo, ante Oliver Atom o Mark Lenders. A El Jefecito y su país les faltó media uña para doblegar a una Alemania coral, más joven y talentosa en la que estuvo otro jugador ejemplar, Klose. Otro de caso de atemporalidad.
2 comentarios :
Un gran mundial del medio argentino que ha demostrado que quizas sea muy necesario en el barça
Necesario en el campo y en el vestuario. Los jugadores con agallas y liderazgo nunca sobran. Un saludo, Jairo.
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