Ana Peleteiro, durante la final de triple salto. Foto:cuatro.com. |
Ana Peleteiro (Ribeira, A Coruña, 1995) sigue teniendo la cara de adolescente, casi de niña, de cuando se presentó en sociedad con su oro en el Mundial júnior de Barcelona de 2012. Tenía solo 16 años y era juvenil de segundo año. Ahora, camino de los 23, ha perdido la mirada inocente y soñadora cuando compite. Ya no lleva cargadas las muñecas ni de su cuello cuelga un medallón al que besar. Tampoco aplaude tres veces para pedir aliento al público ni se activa las caderas. Del ritual solo conserva un detalle: adelantar el
brazo derecho y utilizarlo como punto de referencia. Ahora, su mirada es fija, de concentración absoluta. Dibuja una ambición infinita. Si pide ánimos al público, no la cambia. Nada la perturba. "Mi objetivo", no se cansa de repetir, "es ser la mejor versión de mí misma. No me gusta fijar marcas ni posiciones". La teoría no puede ser más exigente. "El inconformismo nos hace grandes. Siempre nos lo dice el entrenador [Iván Pedroso]", le contesta a María Rodríguez cuando la periodista de Teledeporte le pregunta por qué está tan seria si acaba de lograr el bronce en los Europeos de atletismo al aire libre de Berlín. Con 14,44 metros se ha quedado a un centímetro de la plata de alemana Kristin Gierich.
Ana Peleteiro sonríe a la entrevistadora, pero no renuncia a su filosofía. Le da vueltas al último salto: "Si hubiese talonado bien, podría haber ganado". O lo que es lo mismo: habría, como mínimo, rozado el récord de España de Carlota Castrejana (14,62 metros), pues la griega Paraskeví Papahrístou había saltado 14,60 en su segundo intento. Con un punto y seguido, sin salirse del párrafo, la atleta gallega viaja al 2016, cuando tuvo que ver los Europeos de Ámsterdam y los Juegos Olímpicos de Río desde casa. "Entonces no me habría creído que hoy ganaría el bronce", añade.
Tampoco que en marzo, esta vez en unos Europeos en pista cubierta de Birmingham, sería también tercera (14,40 metros en su cuarto salto). Sintió, sentimos, que Ana Peleteiro había vuelto con el mejor salto de su vida. Hace unas semanas, en el Campeonato de España, alcanzó los 14,55. Su último mejor registro. Con 22 años, ocho meses y ocho días, Ana Peleteiro ha vivido situaciones tan extremas, de la cima a la frustración más extrema, que su historia daría para varios documentales. Como le contó hace unos días a Laura Ortega en Deportes Cuatro, su oro en el Mundial júnior de Barcelona de 2012 (con 16 años, en su segundo año de juvenil) le abrió "muchísimas puertas". También, claro, la puso "en el punto de mira".
Ana Peleteiro cargó con las expectativas propias y ajenas. Una vez acabado el bachillerato, se fue de Galicia y dejó a su entrenador de siempre, Abelardo Moure, para aterrizar en Madrid, estudiar INEF y formarse con Juan Carlos Álvarez, que dirigió a la mejor saltadora de triple española de la historia, Carlota Castrejana. La gallega reconoce que, quizás por su juventud, no aprovechó la oportunidad. Comenzó el declive de su carrera meteórica: emigró a Lisboa y empezó a trabajar con su tercer técnico, Joao Ganço. Tuvo que ver desde el sofá de casa los Europeos de Ámsterdam y los Juegos Olímpicos de Río. En esos años también acumuló todo tipo de lesiones (las más constantes, de espalda) e incluso dijo adiós a los Mundiales de Pekín por luxarse un dedo del pie en un accidente doméstico.
Necesitaba un cambio y se lo pidió a Iván Pedroso, el mítico exsaltador de longitud. La sociedad entre el entrenador y la atleta es fructífera. Pedroso utiliza palabras fuertes disciplina, sacrificios o concentración, y Ana Peleteiro está encantada de poder entrenarse junto a la venezolana Yulimar Rojas, campeona mundial, o Nelson Oliveira, que también ha sido rey mundial. La atleta gallega ha aparcado su impulsividad. Eso, le aseguró hace unos días a Carlos Arribas en El País, lo ha aprendido también de Pedroso, que le ha enseñado a concentrase únicamente en el atletismo.
Cuando, de pequeña, su madre le preguntaba qué quería ser de mayor, Ana Peleteiro siempre respondía lo mismo: "Campeona del mundo". Con cinco años deseaba ser gimnasta, pero su padre, con la excusa de que era la más bajita de clase, la apuntó a atletismo. El primer día no pudo pisar la pista porque la instalación estaba en obras, pero las vueltas que dio por fuera le supieron a gloria. Ahora solo sueña "con continuar entrenándome con salud". El resto, el compromiso, la disciplina y el sacrificio absoluto, depende de ella. No lo promete. Lo asegura.
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