Horas antes de recibir el Balón de Oro en París, de tener en las manos el trofeo que le acredita como el mejor jugador del mundo, Leo Messi (Rosario, Santa Fe, 1987) demostró por qué se merece dicho reconocimiento en Riazor, un escenario tradicionalmente esquivo para el Barça y donde no ganaba desde hacía cuatro años. Lo hicieron todo los azulgranas, que pudieron golear en una primera parte para enmarcar, pero que facilitaron al Deportivo el gol que empataba el inicial de Messi en una acción nefasta de Sergio Busquets que aprovechó Adrián. Y cuando parecía que el Barça iba a dejar más puntos de Riazor Messi y Zlatan Ibrahimovic sellaron el 1-3 definitivo, una victoria de quilates que permite al equipo conservar los cinco puntos de ventaja sobre el Real Madrid, que ganó en el Bernabéu ante el Almería por 4-2. Y sobre todo afrontar con máxima confianza el desafío de Kiev, un partido trascendental en su futuro inmediato.
Messi es un delantero de oro: ha marcado 93 goles en sus 180 partidos oficiales con el Barça. Pero si es Balón de Oro (recibió 473 de los 480 posibles y le sacó 240 a Cristiano Ronaldo) es por el excepcional año de su equipo, capaz de lograr los cinco títulos disputados. La insistencia y la belleza son los grandes argumentos de los azulgrana. Y continuaron siéndolo en Riazor, donde el Barça compareció con un inicio fulgurante en el que no dejó ni oler el balón al Deportivo. La pelota pasaba por los pies principalmente de La Pulga, que premió dicha disposición poco antes de la media hora con un golazo desde fuera del área, tras retratar a Manuel Pablo y conectar la pelota con un toque duro y colocado. Asfixiaban en la presión los azulgranas y acumulaban ocasiones, todas muy claras, y con Aranzubía como portero perfecto. Se estaba cumpliendo la promesa de Josep Guardiola en la previa, cuando aseguró a los periodistas que el equipo no volvería a jugar tan mal como en Chapín ante el Jerez.
Toquero y Pamplona
Serio y concentrado, el Barça sólo tuvo un despiste y como en San Mamés supuso el gol del empate del rival. Como entonces todo empezó con un centro largo del portero rival, un fallo en la zona de tres cuarto (Sergio Busquets emuló a Chigrinsky cediendo el balón hacia atrás). El rechace lo aprovechó Adrián para marcar de cabeza. Víctor Valdés rozó la pelota, pero no pudo que evitar que entrase. Resultó la primera y única ocasión del Deportivo en todo el encuentro. Otra versión del gol de Toquero y otro despiste como el autogol en Pamplona de Gerard Piqué. Tres goles fruto del desmérito azulgrana.
El discurso de los entrenadores varía en función de los resultados, de los objetivos y de las circunstancias. Hace un par de semanas Quique Sánchez Flores decía que lo importante para su Atlético de Madrid era que ganase en autoconfianza. Antes del partido Miguel Ángel Lotina se había comprometido a dar espectáculo, una exigencia que su equipo se podía permitir tras su tremendo inicio de curso, en el que de momento tiene los mismos puntos (25) que el Valencia, equipo que marca la zona de clasificación de Champions. Una trayectoria fantástica para una plantilla confeccionada a partir de las dificultades económicas que vive el conjunto gallego por sus desfases en tiempos de bonanza. Pero el Deportivo, compacto, bien plantado en el campo, resultó inofensivo y perdió su segundo partido en casa. El conjunto gallego es quien mejor sabe rentabilizar sus goles. Los marcados y los recibidos, pues 13 de los 15 goles que lleva en contra fueron en las cuatro derrotas que contabiliza.
Soñó el Deportivo –para muchos una reedición de aquel que fue Súper– con arañarle un punto al mejor equipo del mundo, inactivo en la reanudación y con Thierry Henry totalmente desconectado. El delantero francés recibió la pitada de la noche cuando gesticuló por una supuesta falta de Manuel Pablo. El público no se creyó su cara de dolor. Una nueva prueba más de que a Henry nunca se le perdonará esa mano ante Irlanda. Su salida del campo animó por fin al Barça, mucho más peligroso con Pedro. Fue precisamente el canario quien asistió a Messi para que éste marcase de cabeza. Una acción inusual para el jugador, de 1’69, que también marcó de esa guisa en Roma ante el Manchester United. Siguió apareciendo Aranzubía, que nada pudo hacer para impedir el gol de Ibrahimovic, que está convirtiendo el gol en un puro trámite como ya consiguió Samuel Eto’o, goleador, pero con diferente suerte, en el derby entre el Inter y la Juventus, que ganó la Vecchia Signora por 2-1.
Se comprende por qué al sueco le llaman Ibracadabra: es un mago de la sencillez. Si ante el Xerez hizo una vaselina con un toque casi imperceptible, esta vez conectó de primeras un centro de Abidal desde la izquierda. Apoyado en el suelo y sin mover el cuerpo anotó el tercer gol de su equipo. Messi, con nueve, y el propio Ibrahimovic, con diez (como David Villa), se pelean por el pichichi de la Liga. Un pique sano que agradece el Barça, al que le aguarda mucho frío el miércoles en Kiev, en el partido que, salvo contratiempo, supondrá su acceso a octavo de final de la Champions en su año más redondo.
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