La saltadora cántabra
consigue en Gotemburgo su quinta medalla consecutiva en unos Europeos
de pista cubierta, la primera de oro, tras arrepentirse de la
retirada
Beitia festeja su oro en Gotemburgo - AFP. |
No hay momento más
íntimo en una final de salto de altura que el ritual de las
saltadoras. Cada una intenta concentrarse y sacudirse los nervios a
su manera. Pidiendo los aplausos del público, como Green, o con un grito, como el de Jungmark, que resuena en todo el Scandinavium. Lo de Ruth Beitia
(Santander, 1979) es más completo: se tuerce hacia la izquierda como
imaginándose en vuelo, calienta brazos y piernas, se peina y habla
consigo misma. Sí, está preparada, pero acaba llevándose por
delante el listón de 1'99 metros, ya eliminadas otras dos favoritas, Hellebaut –oro en altura en los Juegos Olímpicos
en Pekín y que ha vuelto dos veces a la competición tras ser madre,
estancada esta vez en 1'92– y Trost, que atesora con dos metros la
mejor marca del año en Trinec (República Checa) y se quedó en
1'96, como Veneva-Mateeva. Con el fallo de ésta, ya Beitia ya es
mínimo bronce y compite contra dos atletas suecas, las niñas de los
ojos de la grada, claro. Green tiene un nulo en 1'96 y Jungmark
comete su primer error en 1'99, la altura que supera a la segunda
Beitia y que pretende saltar en su último intento Jungmark, que
se aplaude y pide apoyo. Falla. Beita, que es tan espontánea siempre, se
quita la camiseta de la cara y se levanta con tranquilidad. No ha
querido ver el salto. Se abraza con Jungmark –plata, el bronce fue
para su compatriota Green– como si se la encontrase por la calle y
sólo explota de alegría cuando lo prueba tres veces en 2'02.
Entonces, cuando lo ha dado todo, Beitia empieza a saltar de un sitio
a otro y a saludar a rivales, a la grada, a su entrenador Ramón
Torralbo. “Ha valido la pena”, seguro que piensa Beitia, que
anunció que se retiraba tras los Juegos Olímpicos de Londres, donde
fue cuarta, y en diciembre anunció que volvía a la competición,
que el 2013 sí que iba a ser su último año. Porque se sentía en
plena forma, en deuda consigo misma. Y logró su quinta medalla
consecutiva en unos Europeos en pista cubierta (tras las platas en
Madrid 2005, Turín 2009 y París 2011, y el bronce de Birmingham),
su primer oro en estas condiciones.
Beitia se quitó en
Gotemburgo su espina de no haber sido todavía campeona de Europa
indoor. En pista cubierta también tiene un par de medallas
mundialistas más (plata Doha 2010 y bronce en Moscú 2006). El año
pasado ya pudo estrenarse al aire libre, su gran asignatura
pendiente, el curso pasado con otro oro en Helsinki. La cántabra
parece no tener fin. Es eterna y la capitana de la delegación
española en Gotemburgo, que ha logrado tres platas (Juan Carlos
Higuero en los 3.000, Isabel Macías en el 1.500 y Kevin López en
800).
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