domingo, 9 de junio de 2013

París huele a Nadal

El balear logra su octavo Roland Garros, 12º Grand Slam con lo que se equipara a Emerson, ante un Ferrer sin respuesta (6-2, 6-3 y 6-2)

Bolt entrega la copa de campeón de Roland Garros. 

– ¿Sabes por qué me he lesionado este año y no he podido jugar aquí? Porque no me tocaba todavía, no era mi momento. Cuando pueda jugar por primera vez en este torneo será para ganarlo.

Era la primavera de 2004, Rafa Nadal (Manacor, 1986) estaba a punto de cumplir la mayoría de edad y hablaba, muletas en mano, con un representante de Nike que le acompañaba por
el torneo parisino. El jovenzuelo cumplió su palabra la temporada siguiente, cuando se plantó en París después de haber ganado en Montecarlo, Barcelona y Roma y se plantó en la final de Roland Garros ante Mariano Puerta, al que ganó en cuatro sets, pero después estuvo cuatro meses fuera de las pistas por una fisura en el tercio externo del escafoides, el mismo problema que le impidió debutar ante en Roland Garros. Su regreso en 2006 se concretó con unas semifinales en Marsella. “Se piensa de todo, incluso que quizás no puedes volver a jugar a tenis”, confesaba Nadal a Ángel Rigueira en una entrevista en Mundo Deportivo. También las pasó canutas el balear entre su eliminación en Wimbledon en 2012 y su retorno, con final incluida, en Viña del Mar, tras siete meses sin competir por una rotura parcial de tendón rotuliano y una hoffitis en la rodilla izquierda. De nuevo, peligraba su carrera y su trayectoria casi perfecta –una única derrota en 2009 ante Soderling– en Roland Garros, pero el balear se ha repuesto de nuevo y ha sido finalista en los nueve torneos que ha disputado en este triunfal 2013. Acumula ya siete títulos, el último, claro, su octavo en Roland Garros, donde se emocionó mordiendo su octavo Grand Slam en París, el 12º grande de su carrera con lo que iguala a Roy Emerson y se queda a dos de Pete Sampras y a cinco de Roger Federer, ante un David Ferrer (6-2, 6-3 y 6-2) que fue directo: “Él es el mejor”.

“Muchas gracias a la vida por darme esta oportunidad”, dice Nadal, que recibe el trofeo de manos de Usain Bolt, el atleta más rápido de la historia, trajeado y serio por un día: “Estoy aquí tras mucho trabajo desde que soy un niño, tras recibir mucho apoyo de mi familia, de Toni, de todos los entrenadores que he tenido, de Titín [su fisioterapeuta] y de mis patrocinadores”. El balear suma 59 victorias en Roland Garros, una más que Vilas y Federer, es el primero que gana un Grand Slam ocho veces y también el que logra al menos un grande nueve temporadas seguidas.. Desde su retorno ha ganado 94 de los 110 sets que ha disputado, 43 de los 45 partidos y suma 4.895 minutos. Una barbaridad que no le pesó en la final, a pesar del gran esfuerzo en semifinales ante Djokovic. Poco importa que Ferrer llegue sin haber cedido un set ni que comience con un juego en blanco el primer juego y lo gane en un minuto. Nadal se procura cinco pelotas de rotura y logra tres en un primer set cuyo penúltimo punto es una doble falta de su rival, que nunca antes había alcanzado una final de Grand Slam.

“David es un luchador”

Ferrer –“David es un luchador. Él y todo su equipo se merecen estar aquí y les deseo lo mejor”, concede el ocho veces campeón en París– trata de hacer de tripas corazón y salva dos pelotas de break que le darían un 4-0 a Nadal en la segunda manga, pero poco más puede hacer, pues no puede llevarse el siguiente juego, el quinto del set, en el que el alicantino cede de nuevo su saque tras salvar otras dos bolas de rotura, aunque no aguanta a su rival en el intercambio más largo y espectacular del partido, un punto que se lleva Nadal tras un passing. Es un set marcado por dos paréntesis extradeportivos: la expulsión de dos personas que enseñan una pancarta en contra de los matrimonios homosexuales en Francia –gritan “¡François [por Hollande, el presidente francés], no queremos tu ley”– y la aparición de un enmascarado con el torso desnudo y máscara que lleva una bengala.


Ferrer se repone en la tercera manga a un 0-2 y empata a dos y a tres, mientras la Philippe Chatrier le premia con un “¡David! ¡David!”. Es el reconocimiento unánime a un tenista que a los 31 años se está superando y que es un exponente del trabajo: “Espero que no sea la última vez que llego a la final de un Grand Slam. Intentaré volver”. No pone excusas Ferrer a la lluvia y felicita a su amigo Nadal: “Si alguien se merece esto es él”. Definitivamente, París huele a Nadal.
    

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