Torturada por las lesiones, la croata consigue la medalla de plata en salto de altura y le sobra un nulo para compartir el oro con Kuchina, y Beitia es quinta
Vlasic llora tras lograr la plata. Foto: AP Images. |
Para alguien que se ha pasado parte de su carrera intentando superar el récord en salto de altura, de Stefka Kostadinova y de hace 28 años menos un día, una plata en un Mundial podría saber a poco. Más si cabe para Blanka Vlasic (Split, Croacia, 1983), con dos oros del torneo en el cuello (2007 y 2009). Cuando la atleta croata rompe a llorar en el Estadio Nido del Pájaro de Pekín puede que lo haga por dos cosas: por su prescindible nulo sobre 1,92, el matiz que le impide compartir el oro con la rusa Kuchina (Chicherova fue bronce
y Ruth Beitia, quinta), y por volver a subirse al podio en una gran competición.
En ese momento, por mucho que ruja el público, Vlasic siente que es un momento íntimo. Se derrite como una magdalena y luego sí que repara en los ojos que le siguen en el estadio y en las diferentes televisiones del mundo. Puede que se acuerde de cómo forzó en el Mundial de Daegu de 2011 para retener su corona pese a sufrir una lesión en la pierna izquierda. Entonces Chicherova superó a la primera la marca de 2,03 (la altura a la que ninguna atleta venció en Pekín) y la croata lo hizo a la segunda. Esa plata le salió cara a Vlasic, que estuvo alejada de las pistas 20 meses.
Su sueño cambió. Tuvo que dejar de pensar en igualar batir y/o batir ese infinito 2,09. También a sacarse la espinita en Londres 2012 de la plata olímpica de Pekín 2008, donde fue plata tras Tia Hellebaut, capaz de superar a la primera 2,05 (Vlasic lo hizo a la segunda). El reto pasó a ser volver a saltar. Durante 20 meses de penitencia Vlasic pensó varias veces en que jamás volvería a volar encima del listón; que ya no se dirigiría más al público pidiéndoles su apoyo con las palmas y moviendo los brazos; que no saltaría ni movería sus dedos índices mientras bailaba tras superar cada altura.
El tendón de Aquiles
En abril de 2013 la croata reapareció en Nueva York, en la Diamond League, pero después tuvo que renunciar al Mundial de Daegu por su maldita lesión en el tendón de Aquiles. A finales del año pasado se volvería a sentir atleta tras saltar dos metros y ganar la reunión de Praga. Esta vez, en el Nido del Pájaro de Pekín, donde se quedó con las ganas de ser campeona olímpica siete años antes, repitió plata. Un metal distinto, lleno de matices y de color gris, como su paréntesis forzado por las lesiones. De hecho, a principios de julio Vlasic renunció a participar en la Athletissima meeting, correspondiente, a la Diamond League por su pie.
La final resultó espléndida, la más salvaje de los últimos tiempos. Licwinko, campeona de Europa en pista cubierta el año pasado, pasó limpia todas las alturas hasta el 2,01. El listón que tampoco pudo superar la eterna Ruth Beitia, de 36 años y que disputaba su quinta final en siete participaciones en un Mundial. Vlasic y Kuchina superaron la marca a la primera y Chicherova, a la tercera. Ninguna superaría los 2,03.
Vlasic no ganó en Pekín, si por ganar se entiende sólo el oro. Su triunfo fue volver a sentirse Vlasic, a dejarse ir en las celebraciones. A disfrutar en unas de las pruebas más milimétricas, exigentes y retorcidas que hay. Seguro que se le pasaron por la cabeza muchas cosas, justo un día antes de que se cumplan seis años de su salto de 2,08 en Zagreb, y tres días después de recibir una visita muy especial en Pekín: "Mi padre ha llegado. ¡Ya estamos todos!". Él era quien llevaba las cuentas de los intentos de su hija por superar los 2,09. La marca prohibida para todas, incluso para Vlasic, que vuelve a ser ella.
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