Hay deportistas sin carisma, incapaces de aportar algo más allá de su trabajo. De hacer que el público se identifique con ellos, con sus éxitos y frustraciones. Suelen esconderse en su coraza. Contar sus gestos. Como si esas emociones fueran de pago. Ana Ivanovic (Belgrado, Serbia, 1987) es todo lo contrario. Sonríe cuando conecta un golpe ganador con su derecha, sonríe cuando falla una bola clara. Desdramatiza la derrota, como la de hoy en la final de Roland Garros ante Justine Henin, porque sabe que tan sólo tiene 19 años. Que aún le queda mucho por aprender. "Hubiera preferido levantar la copa, pero he perdido ante la mejor jugadora del mundo", dijo.
Poco ha podido aprovechar sus recursos Ivanovic. Ese potente saque, esa habilidad para coleccionar aces. Sólo ha ganado tres juegos (6-1 y 6-2) y ha perdido su descaro en el segundo, cuando ha desperdiciado un 40-0 a favor. Hasta entonces había descentrado a una tenista de calculadora como Henin, tan metódica y peculiar (juega con reloj) como eficaz e introvertida.
Sólo cuando rentabilizó su primera pelota de partido, la número 1 mundial se dejó ir: lanzó su raqueta, señaló al cielo, a su madre, y esbozó una sonrisa relajada. Acababa de ganar su cuarto Roland Garros, el tercero consecutivo.
Su gran torneo
A pocos metros Ivanovic observaba la reacción de su rival. Valoraba que era la tenista revelación del torneo, rememoraba sus victorias ante la segunda y tercera jugadoras más importantes del ránking de la WTA. Su contundencia ante Sharapova, su descaro ante Kuznetsova. Asumía que no había cumplido la premisa que anunció horas antes: "Debo preparar el partido emocionalmente".
No logró aparcar sus nervios Ivanovic, que en el sexto juego ya acumulaba hasta 10 errores no forzados, que acumuló hasta cinco dobles faltas. Pero su carácter, a pesar de todo, no cambió. No dudó en decir que eran buenas un par de pelotas de Henin; la segunda dejaba a la tenista belga a un cierto, al borde de ganar su 35º set consecutivo en París. Prueba superada, y regitro mejorado: la número 1 no ha cedido un sólo set en sus últimos 17 partidos. Lo hizo en 2005 ante la francesa Nathalie Dechy, en segunda ronda.
Quién sabe si Ivanovic podrá rebatir, algún día, la hegemonía de Henin en el circuito. Los expertos creen que es una de las grandes candidatas. Y ha empezado con la misma fuerza que otras aspirantes. Como Sharapova, que, en 2004 con 17 años, ganó Wimbledon ante Serena Williams. Como Vaidisova, que con la misma edad, fue semifinalista en 2006 tras, entre otras, vencer a la entonces número 1, Amélie Mauresmo.
El futuro del tenis puede pasar por una jugadora que, durante la guerra de los Balcanes, perfeccionó sus golpes el fondo de una piscina vacía. El palmarés de los grandes torneos puede ir ligado a la belleza y desparpajo de Ana Ivanovic. A su sonrisa de talento.
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