Irrumpió a voces en todas las televisiones del mundo. Sus gritos, mezcla de esfuerzo y doble sentido, la hicieron famosa en Wimbledon en 2003. Pero ya entonces, con 16 años y dos meses, Maria Sharapova (Nyagan, Siberia, Rusia, 1977) quiso desmarcarse del prototipo de tenista de pasarela: "¿Kournikova? Sólo me preocupo de mí misma y no intento parecerme a nadie. Hacer de modelo es aburrido". Asumía Sharapova que para muchos su imagen, piernas largas y cara angelical, era lo único importante.
"Soy tenista, sólo soy eso", se ha cansado de repetir durante su carrera la tenista rusa, también conocida como Ave Maria o La reina del grito. Pero Sharapova ha sabido explotar su belleza, así que tiene su propio perfume y acumula contratos publicitarios multimillonarios con Prince, Canon, Colgate, Nike, Land Rover o PepsiCo. Y sobre todo gana. Con 20 años ya acumula tres Grand Slams, el último, el Abierto de Australia, logrado ante la serbia Ana Ivanovic (7-5 y 6-3) en la madrugada de sábado. Un título que le apetecía especialmente tras perder la final de 2007 ante Serena Williams en una hora y tras ganar sólo tres juegos. En 2006, ante la misma rival, Sharapova desperdició hasta tres pelotas de partido y perdió en semifinales, como en 2005 ante Justine Henin.
Discurso casi perfecto
"Chillo más de lo corriente", dijo, divertida y relajada, Sharapova poco después de ganar el Abierto de Australia. Su discurso fue casi perfecto: elogió a su rival -"Ana tiene un gran futuro y espero que juguemos muchas finales más"-, homenajeó a la madre de su entrenador, recientemente fallecida -"cambió mi visión sobre la vida"- y felicitó el cumpleaños a su madre -"hoy es su día, le regalaré un ramo de flores"-. El encuentro fue una demostración de la fortaleza que la llevó al número 1 en el pasado: ganó seis juegos en blanco y tuvo un 89% de eficacia en primeros servicios y un 70% en segundos. Ivanovic, con 33 errores no forzados, fue la perdedora de un encuentro plano de puntos rápidos y casi sin réplica.
No pudo reprimir las lágrimas Sharapova. Necesitaba un triunfo así tras un año tan complicado como el 2007, que empezó con la derrota ante Serena Williams en la misma pista de Melbourne y en el que incluso pensó en la retirada por su lesión en el hombro. La tenista rusa sólo jugó 47 partidos y ganó un torneo menor, el de San Diego. De hecho, sólo disfrutó en el Másters, al que llegó por la enfermedad de Venus Williams y del que salió tremendamente reforzada tras perder la final más excelente de la década ante Henin, a la actual número uno.
Navratilova, su descubridora
Vive tremendamente rápido Sharapova, que con 20 años sólo le falta por ganar un Grand Slam, Roland Garros. De su mejoría en el juego de piernas dependerá que lo consiga o no. Si llega ese éxito enorgullecerá a su seguidora más famosa, a su descubridora a fin de cuentas. Martina Navratilova quedó sorprendida con las aptitudes de Sharapova en un torneo de exhibición en Moscú, donde la checa nacionalizada estadounidense dirigía un curso de tenis. Navratilova vio un prodigio por moldear en aquella niña de seis años, así que se reunió con los padres y les recomendó que se la llevaran a Estados Unidos. Sólo allí podría triunfar.
Hizo un gran esfuerzo económico su familia y su padre, Yuri Sharapov, un humilde obrero, se llevó a su hija a Bradenton (Florida) para inscribirla en la academia Bollettieri. El riesgo del progenitor no tardó en ser rentable: la firma IMG se ofreció a patrocinarla y a costear los 35.000 dólares anuales que costaban las clases.
"Soy tenista, sólo soy eso", se ha cansado de repetir durante su carrera la tenista rusa, también conocida como Ave Maria o La reina del grito. Pero Sharapova ha sabido explotar su belleza, así que tiene su propio perfume y acumula contratos publicitarios multimillonarios con Prince, Canon, Colgate, Nike, Land Rover o PepsiCo. Y sobre todo gana. Con 20 años ya acumula tres Grand Slams, el último, el Abierto de Australia, logrado ante la serbia Ana Ivanovic (7-5 y 6-3) en la madrugada de sábado. Un título que le apetecía especialmente tras perder la final de 2007 ante Serena Williams en una hora y tras ganar sólo tres juegos. En 2006, ante la misma rival, Sharapova desperdició hasta tres pelotas de partido y perdió en semifinales, como en 2005 ante Justine Henin.
Discurso casi perfecto
"Chillo más de lo corriente", dijo, divertida y relajada, Sharapova poco después de ganar el Abierto de Australia. Su discurso fue casi perfecto: elogió a su rival -"Ana tiene un gran futuro y espero que juguemos muchas finales más"-, homenajeó a la madre de su entrenador, recientemente fallecida -"cambió mi visión sobre la vida"- y felicitó el cumpleaños a su madre -"hoy es su día, le regalaré un ramo de flores"-. El encuentro fue una demostración de la fortaleza que la llevó al número 1 en el pasado: ganó seis juegos en blanco y tuvo un 89% de eficacia en primeros servicios y un 70% en segundos. Ivanovic, con 33 errores no forzados, fue la perdedora de un encuentro plano de puntos rápidos y casi sin réplica.
No pudo reprimir las lágrimas Sharapova. Necesitaba un triunfo así tras un año tan complicado como el 2007, que empezó con la derrota ante Serena Williams en la misma pista de Melbourne y en el que incluso pensó en la retirada por su lesión en el hombro. La tenista rusa sólo jugó 47 partidos y ganó un torneo menor, el de San Diego. De hecho, sólo disfrutó en el Másters, al que llegó por la enfermedad de Venus Williams y del que salió tremendamente reforzada tras perder la final más excelente de la década ante Henin, a la actual número uno.
Navratilova, su descubridora
Vive tremendamente rápido Sharapova, que con 20 años sólo le falta por ganar un Grand Slam, Roland Garros. De su mejoría en el juego de piernas dependerá que lo consiga o no. Si llega ese éxito enorgullecerá a su seguidora más famosa, a su descubridora a fin de cuentas. Martina Navratilova quedó sorprendida con las aptitudes de Sharapova en un torneo de exhibición en Moscú, donde la checa nacionalizada estadounidense dirigía un curso de tenis. Navratilova vio un prodigio por moldear en aquella niña de seis años, así que se reunió con los padres y les recomendó que se la llevaran a Estados Unidos. Sólo allí podría triunfar.
Hizo un gran esfuerzo económico su familia y su padre, Yuri Sharapov, un humilde obrero, se llevó a su hija a Bradenton (Florida) para inscribirla en la academia Bollettieri. El riesgo del progenitor no tardó en ser rentable: la firma IMG se ofreció a patrocinarla y a costear los 35.000 dólares anuales que costaban las clases.
Dos años sin ver a su madre
"Me pasé dos años sin ver a mi madre (por problemas de visado) y viviendo en un mundo distinto", comentaba Sharapova al dominical EP[S] en septiembre de 2006. "Nadie me dijo que tenía que ser dura, que debía ser una luchadora, pero no tenía más que mirar a mis padres. Trabajaron por cada cosa que tuvieron", proseguía.
Su ascenso era cuestión de tiempo. Con 13 años, con un cuerpo desgarbado, Sharapova ganaba con facilidad a chicas tres años mayores. Con 16 años y dos meses llegó a los octavos de final de Wimbledon, donde perdió ante Svetlana Kuznetsova. Y poco después ganó su primer torneo WTA en Tokio, tanto en individual como en dobles. Acabó el 2003 como 32º del mundo y fue nombrada mejor debutante.
"Ver nacer a una estrella"
El año siguiente, el 2004, fue el su incursión en la élite, de la que no se ha movido nunca. En Londres Sharapova se convirtió en la segunda campeona más joven, sólo superada en precocidad por la suiza Martina Hingis. Rafael Ramos, en La Vanguardia, se mojaba por completo: "En el deporte hay pocas ocasiones tan emotivas como ver nacer a una estrella, ya sea Wayne Rooney o Sharapova, y ésa es la buena nueva que ocurrió ayer en la pista central del All England Club". Sharapova acabaría la temporada como número cuatro del mundo tras ganar el Másters en Los Ángeles a su eterna enemiga, Serena Williams, a la que también había superado en Wimbledon.
Su ascenso era cuestión de tiempo. Con 13 años, con un cuerpo desgarbado, Sharapova ganaba con facilidad a chicas tres años mayores. Con 16 años y dos meses llegó a los octavos de final de Wimbledon, donde perdió ante Svetlana Kuznetsova. Y poco después ganó su primer torneo WTA en Tokio, tanto en individual como en dobles. Acabó el 2003 como 32º del mundo y fue nombrada mejor debutante.
"Ver nacer a una estrella"
El año siguiente, el 2004, fue el su incursión en la élite, de la que no se ha movido nunca. En Londres Sharapova se convirtió en la segunda campeona más joven, sólo superada en precocidad por la suiza Martina Hingis. Rafael Ramos, en La Vanguardia, se mojaba por completo: "En el deporte hay pocas ocasiones tan emotivas como ver nacer a una estrella, ya sea Wayne Rooney o Sharapova, y ésa es la buena nueva que ocurrió ayer en la pista central del All England Club". Sharapova acabaría la temporada como número cuatro del mundo tras ganar el Másters en Los Ángeles a su eterna enemiga, Serena Williams, a la que también había superado en Wimbledon.
Estaba cerca el número uno para Sharapova, que acabaría lográndolo por primera vez el 22 de agosto de 2005. Desbancando a la estadounidense Lindsay Davenport, aunque sólo fuese por una semana. Volvió a lo más alto tras llegar a las semifinales del US Open ante Kim Clijsters. Esta vez la rusa aguantó como mejor tenista del mundo seis semanas.
En 2006 ganó en Indian Wells, San Diego, Zúrich y Linz. Pero sobre todo se impuso en el US Open, su segundo Grand Slam, ante Henin, quien se vengó en las semifinales del Másters y le impidió acabar el año como nuevo uno. Sí que lo sería efímeramente en 2007 por la renuncia a participar de la propia Henin y a pesar de su derrota en la final ante Serena Williams. Ahora, en Melbourne, Sharapova ha ganado su tercer Grand Slam. Dice que ha aprendido a sufrir y que tiene mejor humor. Se tome a broma las protestas de sus rivales por sus gritos de doble sentido. Por mucho que algunos se empeñen, ella es más que eso.
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