“Desde el principio supe que todo iba a ir bien”, dijo, micro en mano, Svetlana Kuznetsova, que más que una tenista parecía una escritora de libros de autoayuda impartiendo una conferencia por compromiso. Hablaba rápido, con seguridad, cierta indiferencia y ni un ápice de expresividad en su cara. Como si para Sveta ganar su primer Roland Garros, su segundo Grand Slam tras el US Open de 2004, supusiese un logro menor. Seguramente no le había gustado la forma de lograrlo, tan acostumbrada como está a partidos extremos y parejos. Una trama totalmente opuesta a la acontecida en la final de París ante Dinara Safina, a la que Svetlana superó por 4-6 y 2-6.
Vive el tenis femenino una época de transición en la que el número uno es una especia de patata caliente que pasan unas y otras. Desde que hace un año se retirase Justine Henin –una liberación para Kuznetsova, que perdió ante la belga en París en 2006 y en EE UU en 2007– hasta cinco tenistas se han intercambiado el reinado: Maria Sharapova, Ana Ivanovic, Jelena Jankovic, Serena Williams y ahora Safina, la auténtica protagonista del curso. La rusa ha alcanzado seis finales de los nueve torneos que ha jugado. Ganó en Roma y en Madrid, pero ha perdido en los dos grandes, primero en el Open de Australia ante Serena Williams y ahora en París. “Volveré a intentarlo el año que viene”, prometió, deshecha por ser derrotada de nuevo en la final de Roland Garros como en 2008, cuando cedió ante Ivanovic. Como entonces Safina no supo imponer su ritmo ni su juego, sino todo lo contrario. Fue Kuznetsova quien la hacía correr de un extremo al otro, quien la castigaba con golpes a su derecha. Safina era la antítesis de lo que lleva ofreciendo en los últimos meses, incluso concluyó el partido con su séptima doble falta. Cuatro cometería en el primer set.
Hermanísima
Enésimo caso de deportista que ha tenido que reforzar su nombre para hacer olvidar su apellido, Safina sigue siendo para algunos la hermana pequeña de Marat Safin, que llegó a ser el mejor del circuito. “Tengo una hermana que es más buena que yo”, advirtió el propio Safin cuando Dinara tenía 14 años y acababa de debutar como profesional en 2000. Un elogio que pesó en la joven, obsesionada en hacer demasiadas cosas para demostrarlo e intentar que se olvidase de quién era familiar. Su juego era auto reivindicativo y autodestructivo. Por eso Safin en 2005 no dudó en decir públicamente que a su hermana le faltaba trabajar más duro para llegar a ser alguien. Le faltaba tener más seguridad en sí misma. Un año después ya llegaría a cuartos de final en el US Open y en Roland Garros.
Safina no responde al perfil de tenista actual: no es ni excesivamente delgada ni tiene cara de modelo –dice que a veces no se reconoce cuando le hacen fotos–. Por desmarcarse del resto ni tan siquiera tiene caprichos caros. Para celebrar los buenos momentos se da un homenaje con dulces. Así celebró su número uno el pasado mes de abril, condición que estrenó en Stuttgart, donde perdió precisamente ante la propia Kuznetsova. A Safina le gusta desconectar con la música. Le relaja escuchar a Phil Collins, le da energía la discografía de Madonna y admira a Rafa Nadal, de quien destaca su juego, la humildad y el respeto por sus rivales.
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