Entendiendo que iba a ser el momento clave del partido y de la eliminatoria, Ivanovic removió el punto de penalti con los tacos. El central del Chelsea, que se ganó la amarilla, no pretendía otra cosa que alargar el lanzamiento y el sufrimiento del lanzador, de un Messi que quiso tirarlo tan arriba que se encontró con el travesaño. Se quedó sin respuesta el argentino, que ya había fallado otros dos penaltis durante el curso, y al Barça le conmovió ver con esa cara a su estrella. Messi es como un niño grande al que el equipo acoge con un instinto paternal. Resultó una decepción familiar en una noche en la que todos acabaron encogidos 78 horas después de despedirse de la Liga en el Bernabéu. El día después de la jornada de Sant Jordi el Camp Nou leyó una novela con un nudo previsible –un Chelsea con espíritu de fontanero que se protegía atrás– y un final cruel para el actual campeón de la Champions, que de ponerse con 2-0 a favor tras la expulsión de Terry pasó a ver cómo su rival le empataba a dos marcando en el descuento de la primera y de la segunda parte. También en tiempo extra había sucedido en Stamford Bridge el gol de Drogba. Los azulgrana acabaron despidiéndose de la final de Múnich desconsolados, incapaces de contar cuántas veces habían tirado en la eliminatoria (47), pero orgullosos de no perder la esencia de su juego.
Quiso jugar siempre el Barça, que llevaba la batuta, aunque también padecía ante el único jugador con permiso del Chelsea para estar fuera de su área, Drogba. Así empezó un partido que funcionó como una balanza: los inconvenientes y las buenas noticias se compensaban entre unos y otros. Si Cahill, omnipresente en la ida en Londres, tuvo que retirarse al banquillo por problemas físicos, Piqué se vio obligado a acudir al hospital tras un golpazo con Valdés y fue sustituido por Alves.
La torpeza de Terry
Los azulgrana cantaron el gol de Busquets a centro desde la izquierda de Cuenca. Un tanto que empataba la serie y que puso muy nervioso a Terry. Tanto que el capitán del Chelsea se comportó como un crío enfadado y se autoexpulsaría dándole un rodillazo a la altura de las lumbares a Alexis. El chileno, ejemplar, fue quien inició la jugada que selló Iniesta con un toque delicioso: 2-0 en el 42. El Barça estaba en Múnich.
La torpeza de Terry
Los azulgrana cantaron el gol de Busquets a centro desde la izquierda de Cuenca. Un tanto que empataba la serie y que puso muy nervioso a Terry. Tanto que el capitán del Chelsea se comportó como un crío enfadado y se autoexpulsaría dándole un rodillazo a la altura de las lumbares a Alexis. El chileno, ejemplar, fue quien inició la jugada que selló Iniesta con un toque delicioso: 2-0 en el 42. El Barça estaba en Múnich.
Fue un viaje tan virtual como imposible para los azulgrana, sorprendidos en una contra bien buscada por Lampard de la que Ramires sacó petróleo con una vaselina ante Valdés, en el primer minuto de descuento y los locales se fueron al descanso obligados a marcar otro gol ante un rival que le iba a esperar en su área con uñas, garras y dientes. Ante un Chelsea que protestó en grupo por el penalti señalado a Drogba por desplazar a Cesc. Era la jugada más directa, la única, más allá de un tiro lejano, que no requería de combinaciones de billar entre tantos defensas. Pero a Messi le faltó la puntería que suele tener en sus jugadas de cine, falló y tanto a él como a su equipo les costó asumir esa tragedia, mientras el Chelsea, cómodo, todavía pudo marcar por medio del propio Drogba, que lo intentó desde el medio campo, cuando ya ejercía de lateral derecho. Todo un ejemplo de competitividad a sus 34 años.
El final fue extremadamente cruel para el Barça: Busquets remató alto en el área pequeña, a Alexis le anularon un gol por fuera de juego y Messi repitió palo, esta vez en un tiro lejano. No había manera de lograr el tanto de la clasificación y sería Fernando Torres, de nuevo en el descuento y al contraataque, recortó a Valdés para marcar el empate a dos que sentenciaba la eliminatoria. El tercer gol de un Chelsea que contabilizó cuatro ocasiones reales en toda la semifinal ante un Barça conmovido por la suerte de Messi, que continúa sin poder marcarle ni un gol al conjunto inglés. Un rival al que Guardiola nunca ha conseguido ganar como entrenador. Aunque el legado del técnico y del equipo va mucho más allá de esta decepción y de sus éxitos. Su éxito fue la actitud del Camp Nou aplaudiéndoles como si hubiesen ganado. Cambiar la dinámica de un estadio también es memorable, por más que no haya un trofeo de por medio.
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