El murciano logra su victoria más épica en el Tour el día que Froome vuelve a poner en evidencia a Wiggins
Valverde aplaude en la línea de meta - AFP. |
El ciclismo es pura poesía: se narra desde las entrañas, desde el contraste de unos paisajes generalmente maravillosos y los rostros desencajados de sus protagonistas, que con el tiempo han perdido atuendos, ya no parecen aviadores clásicos ni tampoco corren de noche. Pero hay cosas que no cambian, como la incredulidad de quien pedalea hacia la victoria de etapa. “Pasé miedo en los últimos kilómetros. Pensé que me cogían”, confesó Alejandro Valverde (Las Lumbreras de Monteagudo, 1980), que sólo se creyó que iba a ganar su etapa más épica en el Tour a 500 metros de la meta, poco después de coronar el Peyragudes, tras 35 km escapado en solitario, poco antes de coronar el Port de Balès, y pasarse todo el día entre los fugados. Abrió los brazos el murciano, sin fuerzas para más o quizás para saborear el aire y no dudó en señalar el logo del Movistar, el equipo que quiso esperarle en su larga sanción de 19 meses por su supuesta implicación en la Operación Puerto y aplaudió. Sobrecogido por la emoción y con lágrimas en los ojos, Valverde apenas tenía voz para decir que la victoria iba para el equipo, para su familia, para Xavi Tondo, su amigo y compañero fallecido el año pasado, y para quienes siempre le han apoyado: “Llevo mucho tiempo esperando esta victoria. Es una victoria muy trabajada”. Un triunfo de liberación para un ciclista fino y elegante. Puede que una concesión de Froome, obligado a ser leal al líder Wiggins, pero que al que con su actitud volvió a dejar en evidencia. Froome miró y remiró a Wiggins, aceleró el ritmo y le esperó, una y otra vez, dando a entender, que si no se escapaba e iba a por Valverde por no contradecir las órdenes del Sky.
Sky es cielo en inglés. Y bien gris estaba cuando Valverde firmó el cuarto triunfo de su carrera -y el segundo español tras el de Luis León en Foix- en su temporada de regreso a la competición después de haberse cuidado, según sus palabras, mejor que nunca. De ser persistente y decirse a sí mismo que volvería para ganar. Es su quinta victoria del curso, la más significativa en un Tour muy duro para él, que luchaba para ocupar una plaza del podio y que se vio relegado a más de diez minutos de Wiggins tras la contrarreloj de Besançon, después de sufrir tres caídas y un pinchazo. Un golpe para Valverde, al que a partir de entonces poco le importó perder más tiempo: tenía entre deja y ceja ganar una etapa. Un triunfo tan grande que “borra todo lo anterior” y que le puede hacer replantearse correr la Vuelta, además de coger moral para los Juegos Olímpicos de Londres, a los que finalmente no llegará Samuel Sánchez, que se retiró hace unos días de un Tour desafortunado para los españoles.
Valverde –y aquí volvemos a las cosas del ciclismo que nunca cambian ni cambiarán– reconoció haber convencido a Nibali para que abandonase el grupo de escapados, pues de lo contrario el Sky hubiese acabado neutralizándolos para evitar que el italiano se acercase a Wiggins. Del grupo de favoritos tiraría en la recta final el Liquigas de Nibali, que también tenía la ilusión de llevarse la etapa con su ataque final definitivo. Pero el Tiburón se quedó sin aliento ante Wiggins, Froome y compañía, aunque apenas perdió tiempo y, en teoría, su tercer puesto final no peligra. Del quinto al séptimo bajó Zubeldia, superado por primera vez en un Tour que vivió una jornada de liberación para Valverde, que acostumbrado a vencer en los metros finales se trabajó una victoria de principio a fin.
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