Mireia sonríe con su segunda plata - EFE. |
Bendita valentía. Bendita confianza. Una vez rotos en mil pedazos esos nervios que le atenazaban en las grandes competiciones, Mireia Belmonte (Badalona, 1990) asombra por su frialdad y seduce por su fortaleza mental. Predijo que para aspirar a medalla en los 800 libre tenía que rebajar en dos o tres segundos su marca personal. Lo hizo en cuatro. Mireia realizó una lectura excelente reservando energías y no volviéndose loca en una carrera que sí lo fue gracias a un torbellino llamado Katie Ledecky: “Se trataba de no perder más de medio cuerpo porque si no luego era muy difícil recuperar”. La estadounidense era una de las favoritas junto con Adlington, defensora del título y Friis, bronce en Pekín. Las tres y Boyle fueron por delante de Mireia hasta pasados los 450, cuando la nadadora del CN Sabadell se zampó a Boyle, cuarta, y se fue a por Friis, quinta, a la que cazó en los 620. Ya puestos, inconformista, se propuso alcanzar a Adlington, el ojito derecho de la grada y a la que superó antes de hacer viraje en los 700. A Mireia sólo se le resistió Ledecky, una veterana de 15 añitos que llegó a sacarle un cuerpo de ventaja al récord mundial de Adlington -se le escapó por cinco décimas escasas- y se llevó de calle (8m 14'63s): “ya estaba estaba muy lejos y yo ya no me notaba las piernas, quería vomitar”. Mireia agarró con fuerza la plata e hizo de tripas corazón para lograr su mejor marca (8m 18'76s) en su despedida a los Juegos Olímpicos de Londres y a su particular maratón, pues se apuntó a cinco pruebas individuales y al 4x200 libre. Tres finales, dos medallas -en los 200 mariposa también fue plata- y un hecho sin discusión: ya es la mejor nadadora española de todos los tiempos.
Mireia ha devuelto a las portadas de los periódicos a la natación, que llevaba 12 años yéndose de vacío de los Juegos, desde que su madrina, la rusa nacionalizada Nina Zhivanevskaya -bronce en Sydney 2000- y que ya cuenta por seis metales. El tercio es culpa de Mireia, tan emocionada que no se creía nada: “Parece que no han empezado ni los Juegos Olímpicos. Estoy en una nube”. Se sorprendió a sí misma por ver cómo nadaba y leer tan bien la prueba, pues sabía que el ritmo infernal de Ledecky –uñas pintadas de rojo y azul en honor a la bandera de su país, Estados Unidos– era demasiado fuerte incluso para Friis y Adlington, frustrada por su bronce, exacto botín que en los 400 libre: en ambas pruebas defendía corona y la perdió sin remedio. La británica no pudo contener a Mireia, una fuerza de la naturaleza y ahora también una buena estratega gracias a la aportación de su entrenador Fred Vergnoux, que ha trabajado para que salga mejor y no dependa después de hacer una remontada tremenda después: “Sólo le queda aceptar que puede ganarlo todo. Esto es lo más difícil”.
Parece que Mireia ha asimilado su potencial lejos de la piscina corta y las competiciones de menos pedigrí. Las sesiones interminables han tenido premio y la nadadora del CN Sabadell ya tiene dos platas olímpicas después de rebelarse contra sus miedos y las expectativas. En el centro acuático de Londres rugió como nunca, por algo le llaman La Leona. Tiene 21 años y un futuro brillante: “Esperemos que este sea el principio de la gran Mireia y en que en [en el Mundial de Barcelona 2013 pueda hacer un gran papel. No me quiero poner límites, sólo disfrutar de lo que hago. Me falta el oro, pero ahora quiero disfrutar de estas e irme de vacaciones porque me lo merezco”. Lo decía sonriendo porque estaba tan superada por el momento que en vez de lágrimas, ella que es de lágrima fácil y que siempre se emociona viendo Titanic como el primer día, se reía: “Me gustaría estar más contenta, pero como no me lo creo, no sé cómo reaccionar. No estoy acostumbrada a esto”. Esto es un triunfo sobre los miedos. Mireia cogió experiencia en su primera final olímpica, en los 400 estilos, y se ha liberado del todo agarrando con fuerza dos platas. Ahora le quedan unas merecidas vacaciones y cumplir su promesa si lograba una medalla, saltar en paracaídas: “Mi madre estaba llorando otra vez por teléfono. ¡Dice que se tira conmigo!”.
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