domingo, 18 de agosto de 2013

Bolt y Carl Lewis, hermanos de oro

El jamaicano gana el 4x100 para sumar su tercera corona en el Mundial de Moscú y su octavo título mundialista, tantos como El Hijo del Viento 

Bolt, tras cruzar la meta por delante de Chambers y Gatlin - Reuters. 

Camuflado con una gorra blanca, unos cascos gigantes y una sudadera negra, Usain Bolt (Trelawny, Jamaica, 1986) llegó al aeropuerto de Pekín como un turista más. A principios de agosto de 2008 solo los buenos seguidores del atletismo sabían quién era y qué cara tenía. Era el único capacitado para entrometerse en el duelo de altura del momento, entre Tyson Gay y Asafa Powell, sancionados ahora por dopaje antes de comenzar el Mundial de Moscú. Bolt viajó desde Londres acompañado de su entrenador, Glenn Mills y de otros
compañeros del equipo jamaicano. Varios periodistas perdidos iban preguntando a cualquier caribeño con pinta de atleta que se cruzase por su camino si eran Bolt. Una vez localizado, Usain soltó una frase reivindicativa y vanidosa: “Soy una estrella, ¿no lo sabéis?”. Tenía parte de razón, pues meses antes había superado la mejor marca de siempre en 100 metros, los 9’77 segundos de Powell, con 9’72 en Nueva York. Su discurso continuó en el tartán de Pekín, donde rebajó el récord a 9’69 y marcó 19’30 –por los 19’32 de Michael Johnson– en los 200. En los que eran sus primeros Juegos Olímpicos, Bolt también se llevó el oro en el 4x100, un triplete que repitió en el Mundial de Berlín 2009 –donde dejó las marcas actuales de 9’58 y 19’19– y en los Juegos Olímpicos de Londres, donde contribuyó en la mejor marca de la historia en relevos (36’84) con Blake, Frater y Carter como escuderos. En Moscú solo le acompañó este último, el que partió en la calle cinco y quien cedió el testigo a Bailey-Cole con poco tacto. Tampoco lo hizo demasiado bien éste con Ashmeade, perfecto para dárselo a Bolt, la lanza final para vencer la carrera (37’36) por delante de Estados Unidos (37’66) y de Gran Bretaña (37’80), descalificada antes de la ceremonia del podio a favor de Canadá (37’92), bronce en los despachos. Es el octavo oro de Bolt en un Mundial, tantos como Carl Lewis, aunque en la era del Hijo del Viento el campeonato del mundo se disputaba cada cuatro años. Ambos acumulan diez metales mundialistas con dos platas para Bolt y una plata y un bronce para Lewis.


Dos épocas diferentes y dos campeones mayúsculos. Carl era más polémico, un mito más serio que solía chocar con la prensa y se definía como “un saltador de corazón”, mientras que Usain es un genio enamorado de los 200 con la alegría de los niños, que igual se pone a imitar el baile tradicional ruso que se pone a saltar detrás del equipo de Estados Unidos –Gatlin le dio una colleja cariñosa– y de Gran Bretaña –Gemeli se tronchaba, la cara le cambió cuando le dijeron que habían sancionado a su equipo– mientras estaban atendiendo a la televisión. Puestos en faena, Bolt puso el broche final al Mundial en un Luzhniki por fin casi lleno que vibró con sus 100 metros, en los que superó a Gatlin, que a punto estuvo de caerse tras coger el testigo de Salaam y que, para evitarlo, invadió hasta cinco veces la parte exterior de la calle de Usain. Un contratiempo que no incomodó al jamaicano y que no fue sancionado porque su equipo, el único que podía reclamar algo, entendió que no tenía sentido hacerlo. Así que el Mundial acabó con Bolt tarareando el himno de su país tras igualar a Lewis en los Mundiales y que tiene más cerca de Merlene Ottey, la atleta que más metales acumula, 14, aunque solo tres son de oro. El color de Lewis y de Bolt, que tratará de superar al Hijo del Viento en el próximo Mundial… en Pekín. 

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