En ‘Amarilla. El futbolista que quiso ser actor’ Juan Gabriel García hace un homenaje a un mito en Paraguay que caló hondo en la Almería más cinematográfica
Florencio Amarilla, en su etapa de actor. |
Lo que fue un rincón de oportunidades es ahora es un local sucio con cartones, pósters colgados en la pared o tirados por el suelo y algún utensilio de limpieza. Ése fue un gran reclamo de la estación de Sants de Barcelona, donde podías encontrarte desde el ciclo de películas de Alfredo Di Stéfano a la biografía de Andoni Zubizarreta publicada cuando era portero del Valencia y todavía no había cometido la pifia contra Nigeria, pasando por un documental de David Beckham de su etapa en el Manchester United y casi cualquier disco
olvidado incluso por sus propios autores. Conservo varias reliquias de ese museo engullido por la crisis. La última vez que lo vi abierto entré y, por inercia, me fui a la estandería de libros deportivos. El más fino me llamó la atención.
Era Amarilla. El futbolista que quiso ser actor, escrito por el periodista, escritor, director y productor de cine Juan Gabriel García y editado por el diario La Voz de Almería en 2008. Cuatro años antes de la muerte de su protagonista, Florencio Amarilla, un carrilero izquierdo imborrable en Paraguay que marcó tres goles para sellar el pase de los guaraníes al Mundial de Suecia de 1958 tras desmontar por 5-0 a su rival histórico, Uruguay, que todavía tenía muy fresco su Maracanazo. También un actor que participó en más de 100 películas, beneficiado por la importancia que tuvo Almería, su ciudad de adopción, conocida entonces como El Hollywood europeo y en la que se construyeron diversos decorados para recrear los escenarios del Oeste americano, sobre todo en el Desierto de Tabernas.
Juan Gabriel García hace de apuntador y de complemento. Quiere que sea el propio Amarilla, exjugador, entre otros, del Real Oviedo, Elche, CD Almería o CE l'Hospitalet, quien nos cuente su historia —“esta obra pretende otorgar al futbolista que quiso ser actor, el lugar que se merece por derecho propio en el fútbol y en el cine”— y por eso el gran cuerpo del libro está en formato entrevista. Una conversación de recuerdos duros, como el de no haber conocido a su madre o su embolia cerebral, con otros más amables, como su descripción de aquel fútbol añejo, más accesible y romántico, en el que los clubes tenían los balones contados. La Copa solo la disputaban los españoles, “si corrías, jugabas en todos los equipos”, en el que no se podían hacer cambios: “Te podías vestir para jugar y luego tener que cambiarte”. Y, claro, también de su carrera como actor, que empezó por casualidad y tras una tremenda decepción deportiva.
Amarilla acababa de volver de una derrota en Compostela, donde había su CD Almería, desaparecido meses después. Había perdido gran parte de las opciones de ascenso a Segunda. Para desconectar, se fue a dar un paseo y llegó hasta el Gran Hotel, donde se encontró un “gran alboroto" de gente por el rodaje de 100 rifles, dirigida por Tom Gries, y protagonizada por Rachel Welch, "todo un mito erótico entonces”. Entró al bar del hotel para tomarse una cerveza y poco después un camarero le advirtió que un señor quería hablar con él. El hombre misterioso, “de dos metros de altura”, era Antonio Tarruella, un ayudante de dirección que le reconoció. El diálogo fue, más o menos, éste.
—Perdona, ¿pero tú no eres Amarilla, el que nos metió metió aquel gol al Espanyol? ¡Perdimos 1-0 por su culpa! [comentario, se supone, acompañado de risas] —le diría Antonio Tarruella.
—Ése soy yo. Sí, sí, me acuerdo perfectamente —respondería el jugador.
—Para que veas que no soy rencoroso tengo una propuesta para ti.
—¿De qué se trata?
—Estamos rodando 100 rifles, con Jim Brown, Burt Reynolds y Raquel Welch, supongo que sabes quiénes son, y creo que podrías encajar en el papel de indio. Tienes rasgos parecidos. ¿Qué te parecería salir en la película?
Es fácil imaginarse la cara de sorpresa que puso ante la propuesta Amarilla, pero es imposible recrear la de su mujer cuando éste se presentó en casa y le dijo que se iba a trabajar: “Cuando volví con el dinero que me habían pagado, me preguntó que si había asaltado un banco”.
100 rifles, donde interpretó a un soldado indio que lucha por la libertad del pueblo mexicano, fue su debut en el cine. En El Cóndor (John Guillermin) encarnó a Águila, la mano derecha del jefe indio; de Tarahumara hizo en Catlow (Sam Wanamaker); de sufridor en Bajo el polvo del sol (Richard Balducci), pues “disfrutó de un extenso papel y de varias palizas que sufre su personaje”; de cowboy en Los cuatro de Fort Apache (Giuseppe Rosati); o de guerrero en Conan, el bárbaro (John Milius), con Arnold Schwarzenegger. Tampoco faltó en películas con poco guión y mucho humor, como Los cuatro truhanes (Giuseppe Colizzi), con la pareja Terence Hill y Bud Spencer o, atención, Aquí llega Condemor, el pecador de la pradera (Álvaro Sáenz de Heredia), con Chiquito de la Calzada.
Se cuentan muchas leyendas sobre Amarilla. Una de las más simpáticas asegura que un día a las cinco de la mañana engulló hasta catorce chuletones y cinco cubalibres. Lo que sí que no hay dudas es que su buen papel en el Mundial de 1958, el de Pelé (rey absoluto con seis goles en cuatro partidos y puntal del Brasil campeón con 17 años), le abrió las puertas a Europa y, pese a la insistencia hasta el último momento del RCD Espanyol, acabó en el Real Oviedo, recién ascendido a Primera División. Se nacionalizó para no ocupar plaza de extranjero después de que le buscasen en Barcelona una madre postiza, a la que premiaron con 25.000 pesetas.
Después de tres temporadas en Asturias, la última con una grave lesión, fichó mermado por el Elche, en el que estuvo muchos meses de baja. Después pasó por Constància, CE L'Hospitalet, Abarán de Murcia, CD Almería, Adra y AD Almería, donde se retiró como jugador. En Almería caló hondo en el campo, en el terreno de juego y en el banquillo (pasó por el propio AD Almería, Roquetas de Mar, Vera, Garrucha, Polideportivo Ejido...), pero también como utillero y masajista, sus últimas ocupaciones en el fútbol, en el Comarca de Níjar.
La grada le cantaba “¡Amarilla es, Amarilla es, Amarilla es!”, una adaptación personalizada del tema de los Beatles Yellow Submarine. Solo una embolia cerebral le apartó de una de sus grandes pasiones, el fútbol. Por entonces ya no participaba en la otra, el cine, donde pudo hacer muchos papeles e hizo buenos amigos. Congenió con Rachel Welch, Charles Bronson, Iron Eyes Body o con Pepe El Habichuela, uno de los extras más populares. En la época en la que compaginó los dos oficios “muchas veces llegaba a los entrenamientos con la ropa y el maquillaje del rodaje porque no había podido cambiarme”.
Título: Amarilla. El futbolista que quiso ser actor. Autor: Juan Gabriel García. Editorial: Novotécnica, S.A, La Voz de Almería. Valoración: 3.5 sobre 5.
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