El periodista Julián Redondo desnuda a la ex jugadora internacional en 'Nací luchando'
Amaya Valdemoro con su biografía. Foto: EFE. |
Sólo he visto un partido de Amaya Valdemoro sin ejercer de periodista. Fue una noche de mayo de 2005, y en La Fonteta, donde disfruté de los privilegios de la grada, que te permite saltar, animar y cantar, y también, al menos, otro verbo de la primera conjugación que no tiene sentido ni educación. Igual que los hermanos Jordan, Oriol y Guifré, y algunos miembros de la Penya Meritxell, era uno más de la expedición de fieles del UB Barça que habíamos partido al mediodía del Palau de Gel (al lado del Blaugrana)
en un bus fletado por el club. Hasta 8.500 aficionados nos reunimos en Valencia para ver el quinto y definitivo partido de la final de Liga entre Ros Casares de Amaya Valdemoro, Elisa Aguilar o Noemí Jordana y las azulgrana, lideradas por Marta Fernández, Érika de Souza y Delisha Milton-Jones.
en un bus fletado por el club. Hasta 8.500 aficionados nos reunimos en Valencia para ver el quinto y definitivo partido de la final de Liga entre Ros Casares de Amaya Valdemoro, Elisa Aguilar o Noemí Jordana y las azulgrana, lideradas por Marta Fernández, Érika de Souza y Delisha Milton-Jones.
Hasta entonces a Amaya Valdemoro la había disfrutado en la selección y sufrido cuando se enfrentaba al UB Barça, el club sobre el que llevaba tiempo informando. Exagerada en sus gestos y celebraciones, la chica que jugaba con una cinta en la cabeza desafiaba a la afición rival. Aquel día le mandé algún recado cuando fallaba (sin caer en ese verbo maldito de la primera conjugación) y ante su enésima genialidad le aplaudía y decía “¡Pero qué buena es!”. Afortunadamente (para los turistas de Barcelona), las visitantes hicieron un partidazo y el trofeo fue azulgrana. A pesar de la derrota, un rato después, Amaya Valdemoro, se hizo fotos con unos y otros y tuvo un trato exquisito con todo el mundo. Faltaban unos meses para que naciese Twitter y Facebook daba sus primeros pasos. La escena fue bastante anónima.
Algunos descubrirán a Amaya Valdemoro en Nací luchando, la biografía escrita por Julián Redondo, presidente de la Asociación Española de la Prensa Deportiva, columnista y redactor jefe de La Razón y colaborador de Onda Cero. Narrado en primera persona y con la intervención de varios testimonios, el relato atrapa al lector porque, además de ritmo y calidad literaria, le ofrece colarse en las disputas y alianzas de un vestuario, y saber las fortalezas y debilidades en la vida de una persona que ha sido deportista de élite.
Nací luchando es una historia de renuncias por un amor correspondido, el baloncesto, y que le ha dejado secuelas físicas a la protagonista por cuánto se ha exprimido y por cómo, también, la han exprimido. Su compromiso es indudable y nunca ha eludido responsabilidades, aunque a veces le haya faltado tener una visión más periférica del juego.
El libro es un continuo relato de superación de quien ha sido una deportista privilegiada y que ahora intenta aportar su experiencia como comentarista en Canal + y en su trabajo en la FEB. Antes de cumplir un año Amaya Valdemoro ya jugó su primer partido: superó la púrpura, una enfermedad que la tuvo al borde de la muerte.
La voz en off es la auténtica Amaya desde el primer párrafo: “Estaba tan reciente la lesión que, más que una recaída, me mortificaba sobre todo que los tiros me salieran desviados. Temía el fallo más que el propio dolor”. Un testimonio que se debilita puntualmente cuando cuenta las mismas cosas con varios sinónimos o formas en la misma frase. Una solución algo artificial que hace perder ritmo a la historia.
Julián Redondo ha sabido conectar y compenetrarse con Amaya Valdemoro, que parece que recuerde sin filtros: reparte hachazos al sistema, se concentra en una ex jugadora de renombre y un ex seleccionador; y también es muy autocrítica. Es difícil imaginarse cómo vivieron la conversación sobre cómo se fue consumiendo su madre, el episodio más doloroso de su vida y del libro.
La ex jugadora no se esconde y confiesa su inseguridad y sus errores, hasta qué punto se sintió sola en Rusia, la impotencia que vivió en Turquía en un ambiente indescriptible. Eso sí, en ocasiones hay un exceso de flores. Son flores merecidas porque Amaya Valdemoro es quien ha tenido más recorrido en la selección española (258) y una de las que hizo crecer más al baloncesto femenino español, sin olvidar a iconos menos reconocidos como Isa Sánchez, Laia Palau o Marta Fernández.
El entorno de la protagonista está bien representado y aprovechado (padre, hermana, representante y mejor amiga, Elisa Aguilar), pero se echan en falta más testimonios de ex compañeras y ex técnicos, y algunas intervenciones de gente no tan próxima a la protagonista son tan rápidas como el repaso a su periplo en Brasil. Con más detalles se nos describe su experiencia en Houston Comets, donde ganó tres anillos y comprobó, una vez más, cómo es de complejo (y salvaje) un vestuario; de sus inicios en el atletismo y de cómo no tardó en dar con la tecla adecuada para sobresalir en el baloncesto.
En un suspiro, Amaya Valdemoro pasó de jugar en las categorías inferiores del Tintoretto y de la Complutense, a ser pieza clave del ascenso a la Liga del Universidad de Salamanca (actual Perfumerías Avenida), hacerse un hueco en el mítico Dorna Godella, con el que ganó sus primeros títulos, entre ellos su única Copa de Europa. Sobresalió en sus dos etapas en el Ros Casares y Perfumerías Avenida, en el Samara y CSKA Moscú, Rivas Ecópolis y Real Canoe, y las pasó canutas, por motivos extradeportivos, en Tarsus, e incluso así tuvo buenos minutos. También jugó infiltrada muchas veces con la selección, con la despidió su carrera con un oro en el Eurobásket de Francia de 2013, su sexta medalla con España (completan el palmarés cuatro bronces y una plata).
Como periodista deportivo con especial sensibilidad hacia el baloncesto femenino encuentro a faltar más descripciones y más momentos de su trayectoria en la pista. De instantes como su agónica canasta ante Francia en cuartos de final del Mundial de la República Checa de 2010. La que forzó la prórroga en un partido épico. La primera vez que la selección superaba su barrera histórica. La jugada la describe, y muy bien, un bloguero, pero también podría hacerlo la propia Amaya Valdemoro. No faltan las anécdotas (divertidas, duras, surrealistas...) y experiencias de una “ganadora, lo fui y lo seré”.
“Me acuerdo, en el Picadero, cuando salía el Ros, y la gente no decía mucho, pero cuando lo hacía Amaya aparecían pitidos por todos los sitios. Amaya es pasión. Lo da todo. O la tienes en tu equipo y la amas, o eres del rival y no la quieres”, le cuenta a Cronómetro de Récords Jésica Cano, gran aficionada al baloncesto femenino: “Yo la tenía de rival y me gustaba. Era como si te dijera enfádate conmigo, que cuanto más me pites, más te la voy a clavar. Es lo que hacía”.
Como cuenta en Nací luchando, Amaya Valdemoro siempre ha tenido una memoria fotográfica privilegiada. “En una pista se quedó con la cara de alguien que la había abucheado. Esa misma persona se acercó para hacerse una foto con ella cuando al final del partido”, recuerda Jésica Cano.
—Ostras, después de lo que me has insultado... ¿Ahora quieres una foto? Pues no te preocupes, que yo me hago una foto contigo.
“Es Amaya. Lo vi y me dije ole, tú. Muy bien”, cierra Jésica Cano.
Título: Nací luchando. Autor: Julián Redondo. Editorial: Espasa. Páginas: 270 páginas. Valoración: 3.9 sobre 5.
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