sábado, 27 de abril de 2013

Gemma Mengual, palabra de pionera

La ex nadadora de sincronizada habla de su trayectoria deportiva y vital en 'El agua o la vida'

Gemma Mengual, durante una competición - EFE. 

– ¿Gemma, qué es para ti el agua?
– El agua es casi, casi, mi vida. Mi hábitat– respondió a Cronómetro de Récords.

Cuando le hice esta pregunta, Gemma Mengual (Barcelona, 1977) estaba preparando los Juegos Olímpicos de Pekín con el objetivo de colgarse por fin una medalla olímpica. Logró dos platas en el dúo con Andrea Fuentes y en equipo. Ahora, con más tiempo para reflexionar sobre el elemento que ha cambiado su vida y con un tono más poético, escribe en su libro El agua o la vida: “El agua y yo. Nadie más, nada más. Es mi momento, mi espacio, mi agua. Un placer egoísta y, como he dicho, solitario. Donde todo desaparece. Es el vacío, el silencio, lo que va bien. No oír ni ver nada. Solo silencio y color azul. Como el cuerpo, los problemas pesan mucho menos dentro del agua. Los problemas como mínimo se aparcan, se congelan. Y dentro del agua se ordenan las ideas”.    

En este tiempo le han pasado muchas cosas a la pionera –junto a Anna Tarrés y el Club Kalliopolis– de la natación sincronizada en este país. Cuajó un gran papel, como el resto de la selección, en los Mundiales de Roma de 2009 (seis platas y un oro), hizo un paréntesis para ser madre por primera vez, volvió a los entrenamientos y a la competición –la última fue en diciembre de 2011 en el World Trophy de Pekín– o anunció su retirada definitiva en febrero de 2012, con su hijo Nil reclamándole mientras hablaba. Hace unos días nació su segundo retoño, Joe.

En este tiempo Mengual se ha dado cuenta de que ya no era feliz preparándose para competir y lamenta que Anna Tarrés no la supiera motivar ni entender para continuar compitiendo tras ser madre. Quería acabar su carrera este verano en los Mundiales de Barcelona, el escenario donde hace diez años junto a Paola Tirados –su compañera en el dúo durante una década y a la que nunca se reconoció lo suficiente– y compañía logró las primeras tres medallas mundialistas para España. Tres días que cambiaron la vida de Mengual, que empezó a recibir muchas llamadas de medios y propuestas publicitarias, y para la sincronizada, que salió del túnel de los breves y del silencio.

La natación sincronizada ha crecido de la mano del arte de aquella niña a la que le gustaba disfrazarse y soñaba con ser cantante o artista. La que se enamoró de esta disciplina viendo una exhibición de su primera Judith en el Club Kallipolis de su prima Judith y le dijo a su madre “yo quiero hacer esto”. De aquella adolescente que suspiraba por Jon Bon Jovi. O de la niña que había aprendido a nadar en la playa de L'Estartit y a la que sus padres les costaba convencer de que había vida fuera del agua: “Me obligaban a salir cuando me veían toda arrugadita y con lo labios de color lila”.

A Mengual hay que agradecerle su apuesta por un hacer crecer un deporte virgen y transmitir su pasión –como el resto de sus compañeras– con coreografías llenas de encanto, pasión, alegría, dolor, miedo, tensión... La sincronizada es un cajón simbólico que lo engloba todo, una especie de obra de teatro reducida a pocos minutos y muy compleja: “Dentro del agua no te puedes permitir gritos ni gestos. Solo miradas. No puedes dar instrucciones ni recibir indicaciones de una compañera”.

El agua o la vida Mengual supone un relato de agradecimientos –como a su familia por darle unos valores y apoyarla o al monitor de bigote que le enseñó a nadar–, de matices –desmiente que quiera ser seleccionadora en el futuro– y confesiones. La autora reconoce que debería haber estudiado más –es licenciada en gemología–, que la natación sincronizada le ha permitido ser en el agua ordenada y metódica, algo que no es fuera de ella o que le entra pánico al hablar ante mucha gente.

A Mengual le importa más el cómo que la forma. Tiene un estilo sencillo y no se complica para escribir lo que quiere decir. No cuesta demasiado imaginársela leyendo el texto en voz alta, como narradora. En ocasiones el relato pierde credibilidad por el uso de exclamaciones con la que se pretende el efecto contrario, ganar en espontaneidad. No siempre lo consigue. Y es contundente, pero desde el respeto cuando se refiere a Anna Tarrés: “Le reconozco todos los méritos, aunque su método no me gusta. Nunca me ha gustado su manera de hacer, y ella lo sabe. De ella he aprendido muchísimas cosas. Muchas y muy positivas. Pero no comparto sus formas”.

Los morbosos no quedarán satisfechos, pues no se moja en algunos temas delicados, como la carta de nadadoras sobre supuestos tratos vejatorios de la ex seleccionadora ni se pronuncia sobre su destitución. Aunque sí que lamenta que no supiera ni entenderla ni motivarla para luchar por llegar a los Juegos de Londres –que vivió como comentarista de TVE, también hay un apartado a las críticas que recibió por Twitter por sus comentarios– y sobre todo a los Mundiales de Barcelona.

A veces el libro funciona como una especie de diario personal de pequeñas historias, de anhelos y recuerdos, de presente y futuro. Mengual es un mito del deporte español y una marca por sí misma. Tiene negocios en la restauración, aparece en anuncios... Y le gustaría probar algún día en el cine. Valora lo que ha conseguido, pero confiesa que un día le pidió a su madre que le ayudara a tirar las medallas. Acabaron en el contenedor. En cambio, conserva los bañadores de cada competición, algunos los diseñó ella. Bueno, le falta uno, que perdió y que reclama a quien lo pudiera encontrar y lea este libro sincero y sin pretensiones literarias.

Título: Gemma Mengual. El agua o la vida. Editorial: Ediciones B. Páginas: 125. Valoración: 3.7 de 5.  

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