La ex
nadadora de sincronizada habla de su trayectoria deportiva y vital en
'El agua o la vida'
Gemma Mengual, durante una competición - EFE. |
– ¿Gemma, qué es para
ti el agua?
– El agua es casi, casi,
mi vida. Mi hábitat– respondió a Cronómetro de Récords.
Cuando le
hice esta pregunta, Gemma Mengual (Barcelona, 1977) estaba preparando
los Juegos Olímpicos de Pekín con el objetivo de colgarse por fin
una medalla olímpica. Logró dos platas en el dúo con Andrea
Fuentes y en equipo. Ahora, con
más tiempo para reflexionar sobre el elemento que ha cambiado su
vida y con un tono más poético, escribe en su libro El agua o la
vida: “El agua y yo. Nadie más, nada más. Es mi momento,
mi espacio, mi agua. Un placer egoísta y, como he dicho, solitario.
Donde todo desaparece. Es el vacío, el silencio, lo que va bien. No
oír ni ver nada. Solo silencio y color azul. Como el cuerpo, los
problemas pesan mucho menos dentro del agua. Los problemas como
mínimo se aparcan, se congelan. Y dentro del agua se ordenan las
ideas”.
En este
tiempo le han pasado muchas cosas a la pionera –junto a Anna Tarrés
y el Club Kalliopolis– de la natación sincronizada en este país.
Cuajó un gran papel, como el resto de la selección, en los
Mundiales de Roma de 2009 (seis platas y un oro), hizo un paréntesis
para ser madre por primera vez, volvió a los entrenamientos y a la
competición –la última fue en diciembre de 2011 en el World
Trophy de Pekín– o anunció su retirada definitiva en
febrero de 2012, con su hijo Nil reclamándole mientras hablaba. Hace
unos días nació su segundo retoño, Joe.
En este
tiempo Mengual se ha dado cuenta de que ya no era feliz preparándose
para competir y lamenta que Anna Tarrés no la supiera motivar ni
entender para continuar compitiendo tras ser madre. Quería acabar
su carrera este verano en los Mundiales de Barcelona, el escenario
donde hace diez años junto a Paola Tirados –su compañera en el
dúo durante una década y a la que nunca se reconoció lo
suficiente– y compañía logró las primeras tres medallas
mundialistas para España. Tres días que cambiaron la vida de
Mengual, que empezó a recibir muchas llamadas de medios y propuestas
publicitarias, y para la sincronizada, que salió del túnel de los
breves y del silencio.
La natación
sincronizada ha crecido de la mano del arte de aquella niña a la que
le gustaba disfrazarse y soñaba con ser cantante o artista. La que
se enamoró de esta disciplina viendo una exhibición de su primera
Judith en el Club Kallipolis de su prima Judith y le dijo a su madre
“yo quiero hacer esto”. De aquella adolescente que suspiraba por
Jon Bon Jovi. O de la niña que había aprendido a nadar en la playa
de L'Estartit y a la que sus padres les costaba convencer de que
había vida fuera del agua: “Me obligaban a salir cuando me veían
toda arrugadita y con lo labios de color lila”.
A Mengual
hay que agradecerle su apuesta por un hacer crecer un deporte virgen
y transmitir su pasión –como el resto de sus compañeras– con
coreografías llenas de encanto, pasión, alegría, dolor, miedo,
tensión... La sincronizada es un cajón simbólico que lo engloba
todo, una especie de obra de teatro reducida a pocos minutos y muy
compleja: “Dentro del agua no te puedes permitir gritos ni gestos.
Solo miradas. No puedes dar instrucciones ni recibir indicaciones de
una compañera”.
El agua o
la vida Mengual supone un relato de agradecimientos –como a su
familia por darle unos valores y apoyarla o al monitor de bigote que
le enseñó a nadar–, de matices –desmiente que quiera ser
seleccionadora en el futuro– y confesiones. La autora reconoce
que debería haber estudiado más –es licenciada en gemología–,
que la natación sincronizada le ha permitido ser en el agua ordenada
y metódica, algo que no es fuera de ella o que le entra pánico al
hablar ante mucha gente.
A
Mengual le importa más el cómo que la forma. Tiene un estilo
sencillo y no se complica para escribir lo que quiere decir. No
cuesta demasiado imaginársela leyendo el texto en voz alta, como
narradora. En ocasiones el relato pierde credibilidad por el uso de
exclamaciones con la que se pretende el efecto contrario, ganar en
espontaneidad. No siempre lo consigue. Y es contundente, pero desde
el respeto cuando se refiere a Anna Tarrés: “Le reconozco todos
los méritos, aunque su método no me gusta. Nunca me ha gustado su
manera de hacer, y ella lo sabe. De ella he aprendido muchísimas
cosas. Muchas y muy positivas. Pero no comparto sus formas”.
Los
morbosos no quedarán satisfechos, pues no se moja en algunos temas
delicados, como la carta de nadadoras sobre supuestos tratos
vejatorios de la ex seleccionadora ni se pronuncia sobre su
destitución. Aunque sí que lamenta que no supiera ni entenderla ni
motivarla para luchar por llegar a los Juegos de Londres –que vivió
como comentarista de TVE, también hay un apartado a las críticas
que recibió por Twitter por sus comentarios– y sobre todo a los
Mundiales de Barcelona.
A
veces el libro funciona como una especie de diario personal de
pequeñas historias, de anhelos y recuerdos, de presente y futuro.
Mengual es un mito del deporte español y una marca por sí misma.
Tiene negocios en la restauración, aparece en anuncios... Y le
gustaría probar algún día en el cine. Valora lo que ha conseguido,
pero confiesa que un día le pidió a su madre que le ayudara a tirar
las medallas. Acabaron en el contenedor. En cambio, conserva los
bañadores de cada competición, algunos los diseñó ella. Bueno, le
falta uno, que perdió y que reclama a quien lo pudiera encontrar y
lea este libro sincero y sin pretensiones literarias.
Título:
Gemma Mengual. El agua o la vida. Editorial: Ediciones B.
Páginas: 125. Valoración: 3.7 de 5.
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