El mallorquín logra su segundo US Open y 13º Grand Slam tras
desquiciar a un Djokovic que comete 53 errores no forzados y remontar un tercer set que tenía perdido
Una jugada define a Rafa Nadal (Manacor,
1986). Se juega por el tercer punto del noveno juego del tercer set con 4-4 y empate
también a un set para dos contrincantes que no se reservan nada y hacen rugir a
la Flushing Meadows, enloquecida ante una batalla singular. Novak Djokovic
resta y a Nadal se le va el pie derecho, se resbala, pero no le quita el ojo a
una pelota que no puede devolver. Es el 0-30 para su rival, que llega a procurarse tres oportunidades de break para poder sacar para llevarse el tercer
set y tener más cerca la
copa del US Open. Pero Nadal es indestructible y no
tiene nada que ver con el que perdió ante el serbio siete veces consecutivas
entre 2011 y 2012 y ha hecho olvidar que empezó este curso después de siete
meses lesionado. El mallorquín remonta el juego con un par de derechas exquisitas,
provoca que Djokovic estampe su revés en la red y empata el juego con su único
saque directo del partido. Nadal bocea y su tío Toni grita un “¡vamos!” que
resuena en la pista. Nadal se lleva el juego en su segunda oportunidad, tras
rematar un globo de un Nole desquiciado que acumuló 17 de sus 53 errores no
forzados en ese set decisivo que se llevó su rival -solo 20 no forzados- por 4-6 a pesar de haber
empezado perdiéndolo por 0-2 y salvando una pelota de break para el 0-3. La
cuarta y última no tiene historia (1-6) y Nadal agrandó su leyenda con su
segundo US Open (2-6, 6-3, 4-6 y 1-6), el 13º Grand Slam de su carrera –superando
los 12 de Roy Emerson, a uno de Pete Sampras y a solo cuatro de Roger Federer–
y acercándose al número uno mundial de Nole en un 2013 impecable, con 10 títulos –la sexta
parte que acumula– de los 13 torneos disputados.
A Djokovic le preguntan cómo se
gana a Rafa y él, siempre tan dicharachero, no tiene ánimos para bromear demasiado -“gracias por preguntármelo justamente
ahora”- y sonríe triste. “Obviamente,
es decepcionante perder un partido así”, dice el serbio, elogiado por un
Nadal que en el punto final se tiró al suelo como si jugase en el colchón de
casa y rompió a llorar antes de chocar las manos con su equipo técnico: “Ellos saben cuánto significa para mí este
partido. Jugar contra Novak es un sentimiento especial. Nadie me hace subir mi
nivel de juego como él”. Nadie como el serbio le ha hecho renovarse,
olvidarse de abusar con los tiros del revés y proponer un partido eléctrico y
sin pausas para negar a Nole sus ángulos.
Nadal supo gestionar mejor los
nervios y desquiciar a su rival, que ya en el primer set solo ganó el 50% de los puntos al
primer servicio y que solo defendió una pelota de rotura de las tres que
recibió. Resurgió Djokovic en el segundo, cuando logró su primer break llevándose un
punto en el que hubo, nada más y nada menos, que 54 intercambios. Una cifra que
habla de la intensidad de un final excelente. Nole se lleva una manga en la que
es más agresivo y está cerca de doblegar a Nadal en el tercero, pero el
mallorquín es indestructible. Tan fuerte como el cemento, la superficie
en la que acumula 22 triunfos consecutivos y está invicto en un 2013 en el que
lleva 60 victorias en 63 partidos e iguala a Becker en una curiosa estadística,
la de veces en ganar a un número uno (19). Nadal es un embajador del tenis y de
la vida. Y lo celebró besando al instrumento con el que comparte su talento, la
raqueta.
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