El periodista de ‘El Periódico Extremadura’ recopila anécdotas en ‘101 historias
del boooom del basket español’
“Jugaba a baloncesto, pero era muy malo”, reconoce Javier Ortiz (Cáceres,
1974), periodista deportivo de El Periódico Extremadura, a Cronómetro
de Récords. Así que cuando, con 13 o 14 años se apuntó al campus que el
Granollers Esportiu Bàsquet organizaba en su ciudad, lo hizo con la ilusión de jugar
y mejorar un poco. No se imaginaba que acabaría disputando un campeonato del trivial
de baloncesto que regalaba la revista Basket 16 ni
que le apodarían Trivial porque no tenía rival. Y mucho menos que
se
enfrentaría a Chichi Creus, invitado especial del campus de su club: “Flipó
viendo cómo acertaba preguntas en las que él estaba de protagonista, de
temporadas en las que yo apenas había nacido. Le saqué la ventaja en las de NBA.
Años después, cuando ya era periodista, le recordé la historia, y se acordaba”.
“Por pudor”, porque no le gusta ser el protagonista, descartó incluir
la anécdota en su primer libro, 101 historias del boooom del basket español,
editado por Ediciones JC. Una colección de postales del deporte de la canasta
de 1980 a 1999 para los fanáticos del baloncesto y los amantes de las historias
curiosas.
—¿Para ti las anécdotas son el hilo conductor del
deporte y de la vida?
Las pequeñas anécdotas nos alimentan. Cuando escribo sobre
grandes jugadores no me siento tan a gusto como cuando hablo sobre el décimo
hombre de un equipo de los 80. Es más cercano a mí el currela que la estrella.
Hace tiempo me encontré la historia de un exjugador de la ACB, José Manuel
Navarro. Rascando en su historia vi que una lesión le había obligado a retirarse
y que después fue campeón de Europa en baloncesto en silla de ruedas con el
ONCE Andalucía. Es una buena historia, sobre todo porque no ha circulado
mucho.
—Gonzalo Vázquez afirma en el prólogo
del libro, y estoy de acuerdo, que humanizas a los deportistas.
No son seres extraordinarios. De acuerdo, tienen más
habilidad para el deporte, pero también, sus dudas, bajones, mezquindades,
grandezas… Los periodistas tenemos que rascar en sus historias. El periodismo no es un copia-pega de las notas
de prensa, sino que debe intentar destapar cosas desconocidas. Con 101
historias del boooom del basket español pretendía recordar esos relatos a
quienes los vivieron o descubrirlos a los que no. Me he enterado de varias
cosas que no sabía, y eso que siempre he sido un fanático del baloncesto
retro.
—Los capítulos
son digeribles y tienen los datos precisos.
Soy un poco un Bolt, un velocista. No me salía un texto sobre
un tema. Preferí hacer pequeñas historias digeribles con una media de 700 o 800
palabras. Me costaría hacer una biografía de José Manuel Calderón porque
engloba un recorrido largo y monotemático. A mí me gusta un trayecto más
variado.
—Calde es una estrella muy normal y
cercana.
Los extremeños somos así: cercanos y normales. En su capítulo
hablo del Calderón que se fue de Villanueva de la Serena con 13 o 14 años a
Vitoria. Tuvo que ser muy duro para él. Quiero reivindicar a personas de ese
perfil.
—Y a quienes mucho pundonor e incluso
juegan lesionados, como Kenny Green, que lo hizo cojo en el quinto partido por
la permanencia con el Cáceres.
Hay muchas historias sobre él. El Cáceres fue su primer club
en España, y luego se hizo más conocido en Vitoria. Por sus pintas podía
parecer un pasota, pero era muy sacrificado. Siempre se dijo que solo una
rodilla maltrecha le impidió haber jugado en la NBA. Se quedó atrapado en Catar
por una deuda y hace dos o tres años que no se sabe nada de él.
—Entrevistaste a Esteban Fontanals, un
exjugador del Hospitalet en la Liga ACB que es… ¡Enterrador!
Muchas veces pensamos que se hacen millonarios y no es así.
Quizás no estudian y luego lo echan de menos, y tienen que aspirar a trabajos
que no son los mejores. Hay muchos a quienes han aplaudido mucho en una cancha
y acaban en curros normales.
—¿Carlos García, que se ocupa de “condiciones
legales para prevenir el contagio de enfermedades”, sigue teniendo el oficio
más peculiar entre los exjugadores de la ACB?
¡Ése está muy bien! Debo haber tenido contacto estos años con
casi 2.000 jugadores retirados, y hay de todo. No dejan de ser seres humanos
con problemas normales. El principal, comer tres veces al día.
—Por múltiples factores hay
deportistas que no llegan donde parecía que podían hacerlo. ¿Miguel Tarín y
Santi Abad son los talentos más desaprovechados de esa época?
Me gustan mucho los jugadores malditos, los que no cumplen las
expectativas generadas. Tarín y Santi Abad encajan en ese perfil, igual que Jordi
Soler, un jugador extraordinario que tomó malas decisiones en su carrera
deportiva y tuvo que retirarse muy joven.
—Te gustan los antihéroes.
Sí, claro. Tienen mejores historias que los héroes, que están
un poco trilladas. Además, sus méritos se suelen exagerar.
—¿Has tratado de
localizar a Jordi
Soler? Me extraña que no intervenga en su capítulo.
Lo conocí en los 90 en Cáceres, donde jugó un par de
temporadas. Luego se fue a Murcia y su compañero Bobby Martin le dio un
puñetazo en el estómago en un partido. Le costó mucho recibir ofertas, y fue bajando [su cotización]:
Melilla, Mollet… Heredó la empresa de plásticos industriales de su padre, el
también exjugador Josep Maria Soler. La empresa se fue a pique y él, aquejado
por las deudas, se marchó, según parece, a Chile, el país originario de su
mujer, una jugadora de voleibol. Jordi Soler no está localizable o, al menos,
no he podido dar con él.
—¿Has encontrado los poemas que Swen
Nater le dedicaba a su entrenador?
[Nos reímos]. Tendría que ponerme a ello. Oye, cada uno se
expresa como buenamente puede. Ha habido algún exjugador escritor, pero todavía
no había conocido a ningún jugador-poeta. Nater había aceptado la propuesta del
Barcelona en 1985 y parece que Dios le aconsejó echarse atrás. Hay excusas… Y
excusas.
—¿Fue Antonio Díaz-Miguel el rey de la
excusa en el boom del baloncesto español?
Fue muy importante como seleccionador, aunque también tuvo su
parte oscura en su última etapa, en la que todo el mundo estaba harto de él y
los resultados fueron malos. Nunca sabes con qué quedarte de cada personaje, y
hay que decirlo todo siempre. Por eso me gustan más los personajes pequeños.
Para los grandes parece que sea una afrenta decir que lo está haciendo mal,
como pasa ahora con Navarro.
—¿Los pequeños son más manejables?
No. Son más humanos y cercanos a nuestras emociones,
contradicciones y al día a día de los ciudadanos de a pie. Ser la estrella es
algo bastante irreal.
—En la prensa de antes y en la de
ahora se abusa de las comparaciones. Dedicas un capítulo a Ricardo Peral, el “Toni
Kukoc español”.
Algunos también han buscado al nuevo Juan Carlos Navarro o Pau
Gasol. La prensa de entonces era más salvaje e irrespetuosa con el
protagonista. Ahora a las estrellas se las respeta más. Es muy difícil que veas
una crítica sobre jugadores españoles de la NBA. Parece que la culpa cuando no
les van bien las cosas sea del entrenador. Antes había menos miedo a quedar
señalado si te metías con uno de los grandes. Creo que hay una razón muy
patriotera para proteger a la estrella nacional. En los 80 el tono de Nuevo
Basket y Gigantes era mucho más ácido. Hoy hay mejores fotos, diseños
y gráficos, pero menos análisis profundo y valiente.
—¿Añoras esos tiempos?
Mirar hacia atrás y ver cuando tenías
pelo y menos kilos es un ejercicio inútil. El baloncesto de ahora es más físico
y técnico. Es mejor. Hacer comparaciones entre épocas es una trampa porque
muchas veces tus opiniones están mezcladas con la nostalgia.
—¿Qué tienes en el trastero?
De todo: carpetas de 2º de BUP, ropa,
cintas de VHS… Eso sí, la hemeroteca de baloncesto, unas 3.000 y pico revistas,
están el despacho, una habitación para esas cosas. A veces tengo mis tiras y
aflojas con mi mujer, pero las revistas antiguas y otras cosas de baloncesto no
son trastos.
—Forraste una carpeta con tus artículos de
la revista del colegio. En tus artículos no se ve ese ego: piensas mucho en el
lector, aunque haya autohomenajes, como hablar de Mi gran noche, de
Raphael.
[Se ríe]. Es una muestra de que tenía
un ego descomunal. Cuando el señor de al lado en la cafetería se para en un
artículo mío… ¡Me pongo contentísimo! O cuando me dicen que mis artículos en Endesa
Basket Lover tienen 100.000 visitas mensuales [también colabora en ACB.com
y Gigantes del Basket]. Sigue habiendo algo en mí del ególatra de la
carpeta, pero otra cosa es que es que escribiendo se me note y me dedique a
poner o quitar entrenadores, criticar de una manera visceral a jugadores,
directivos... Eso no lo debes hacer.
—¿Algún protagonista se ha ofendido con el
libro?
A Santi Abad no le gustó demasiado su
capítulo. No le gusta la visión que se tiene de él de tío conflictivo y
polémico. No estoy en su interior para saber si realmente el retrato es justo,
pero sí que es indiscutible que tuvo problemas en muchos clubes. Me parece un
buen tío. Fue un jugador extraordinario al que algo le falló para no haber sido
una súper estrella. Por sus cualidades podría hacerlo conseguido.
—¿Ouspenski habrá leído el libro?
¡No creo! Me faltó su testimonio. Fue un
caso rarísimo: un ucraniano que viene, no se adapta, juega muy poco [18
minutos], se lo tienen que cargar... Han pasado 25 años y La Demencia sigue dedicándole
algún cántico.
—¿Por qué no escribiste un capítulo sobre Jim
Les? Se fue del CBS [Club Baloncesto Salamanca] ayudado por la agencia que
colaboraba con el club.
[Se ríe]. Ahora es entrenador
universitario. Le mandé un par de correos preguntándole por su etapa en España,
y cuando lo hice por su salida, no respondió.
—Uliana Semenova tenía un pie más grande
que el otro.
Llegó a una Liga un poco primitiva, la de los
80, y lo hizo con 30 y tantos años y unos problemas terribles que le impedían
casi moverse. Jugó a gran nivel y lideró a un Tintoretto que pasó de luchar por
la permanencia a jugar la final. En su plenitud, Semenova pudo contra las
pívots de Estados Unidos en Los Juegos Olímpicos Montreal 76.
—Te habrás reído mucho escribiendo 101
historias del boom del basket español.
Quería hacer algo que me divirtiese y que
gente como yo, aficionados al baloncesto de la época y de las pequeñas historias
divertidas y minoritarias, quisiese leer. Salió hace un año y a finales de año se
habían vendido 1.300 de los más de 1.600 que publicamos. Con un empujón más podremos
hacer una reedición. Lo bueno que tiene el libro es que si se compra dentro de
10 años no se quedará viejo. Ya lo es, en el buen sentido.
—En algunos capítulos haces
pequeños apuntes de otros deportes, del contexto político…
La final de la Copa del Rey cambió de hora
para no coincidir con la del Eurobasket de 1983 y se pudiesen televisar las dos
cosas. Es algo inimaginable hoy en día y que explica bien cómo evolucionó el
baloncesto aquellos años. Quien escribe sobre baloncesto lo hace también sobre
la vida, la sociedad...
—Eran tiempos en los que había mucha menos
distancia entre la prensa y los jugadores.
Cuentan los viejos lobos de mar del
periodismo deportivo de la época, los Martín Tello o Julián Felipo, que antes
eran menos y la relación con el jugador era más cercana. Antes se viajaba más
con los equipos. Ahora hay mucha zona mixta y rueda de prensa, pero cuesta que un
jugador de cierto nivel te atienda de un modo más campechano. Antes te podías
tomar las copas con los jugadores. Lo viví aquí, en Cáceres, pero seguramente eso
ha pasado a la historia.
—¿Crees en las ruedas de prensa?
Son un mal necesario. Un entrenador no
puede atender a 27 medios, aunque pienso que tenemos que poner un poco de
nuestra parte: los protagonistas, reduciendo su listado de tópicos, y los periodistas,
sin pretender saber más que el técnico ni preguntar con afirmaciones. Sabes a
lo que me refiero, ¿no?
—Hay algunos periodistas que desarrollan
una pregunta durante cinco minutos y a los que les encanta oírse.
A veces me hace sentir más incómodo el
periodista que quien da la rueda de prensa.
—Se ha escrito mucho sobre Drazen Petrovic
y Fernando Martín, rivales y compañeros. Mitos que murieron en la carretera.
En los últimos años se ha dicho mucho que
no se llevaban tan mal como la prensa de la época se empeñó en señalar. Fue muy
comentado que Martín estuviese muy serio en el avión tras ganar con el Madrid la
Recopa de 1989 y 62 puntos de Petrovic. Entendían el baloncesto de una manera
distinta. Drazen era más individualista. Al parecer se respetaban y sabían que
el otro también era un ganador. Sobre todo me interesó localizar a la persona
contra la que chocó. Al contrario de lo que se dijo, ni murió ni quedó
paralítica. Por lo que cuentan los júniors de la época, que se dedicaban a
darle el balón después de cada canasta en la Ciudad Deportiva, Petrovic era el
primero y el último en irse. Pidió un piso cerca y las llaves del pabellón.
Nunca sabremos qué habría hecho si no hubiese fallecido. Parecía que iba a
interrumpir su carrera en la NBA e irse a Grecia.
—¿Cómo se puede promocionar un segundo boom
del baloncesto? Ahora una plataforma de pago ofrece los partidos y la audiencia
es menor.
El estado del baloncesto no es tan
calamitoso como muchas veces se nos quiere dar a entender. Sigue siendo popular,
aunque también hay que matizar que las condiciones de los 80 eran muy
diferentes, pues había mucho menos oferta televisiva y de ocio. No tengo la
fórmula mágica. Esperemos que sigamos teniendo estrellas y la selección vaya
bien.
No hay comentarios :
Publicar un comentario