sábado, 15 de julio de 2017

"Garbiñe Muguruza se entrenaba muy duro, pero a veces priorizaba otras cosas al tenis"

La hispano-venezolana levanta su primer Wimbledon tras desquiciar a Venus Williams

Garbiñe Muguruza con el trofeo. Foto: AFP.

Miró, durante unos segundos, al Venus Rosewater Dish, el imponente trofeo de Wimbledon. Recompensa a su izquierda, y luego, a su derecha. Sonrió. Garbiñe Muguruza (Guatire, Venezuela, 1993) dominó la puesta en escena ante los flashes del All England Club con la misma tranquilidad con la que sacó de sus casillas a Venus Williams, sin alma después de que la hispano-venezolana le remontase dos pelotas de set en la primera manga, con 5-4 en contra (7-5 final). En la siguiente, no hubo historia (6-0) y Muguruza
levantó su primer Wimbledon, el segundo Grand Slam tras el de Roland Garros el curso pasado. 

"Garbiñe se entrenaba muy duro, pero a veces priorizaba otras cosas. Le gusta la moda. No sé cómo trabaja ahora. Parece que haya cambiado sus hábitos", explica a Cronómetro de Récords alguien que la conoce bien. Muguruza sigue siendo Muguruza, la tenista valiente y descarada que se presentó de sopetón al gran público arrollando a Serena Williams en la segunda ronda en el Roland Garros de hace tres años. "He trabajado con psicólogos bastante tiempo, me ayudan en los momentos de presión, de concentración, que es una de las cosas más importantes. Me han ayudado al día a día, a estar siempre positiva, a no enfadarme rápidamente", le confesó días después a Juan José Mateo en El País.    

Su carácter es, dicen, volcánico: es ambiciosa, pero a veces pierde el norte. De ahí, quizás, sus derrotas, algunas inexplicables como la que sufrió en tercera ronda en el Abierto de Australia del año pasado ante Barbora Strycova: "A veces, tú eres tu propia enemiga". "Era una cuestión de madurez; si no hubiese sido ahora lo hubiera hecho más adelante", la elogió Arantxa Sánchez-Vicario ante Alejandro Ciriza en El País el día que Muguruza lloró por su primer Grand Slam, Roland Garros ante una Serena Williams ante la que había perdido su primera final grande, en Wimbledon. 

Como reconoció ella misma, el éxito parisino le transmitió muchas dudas. Cedió en situaciones inverosímiles, como en su estreno en la Copa de maestras ante Karolina Pliskova, a quien tenía casi contra las cuerdas. Una derrota que la condicionó. Después se sometió a un tratamiento para depurar la articulación del tobillo izquierdo. Una vez recuperada, se sometió a un programa físico que soportarían muy pocos y pocas, cambió sus hábitos alimenticios, fortaleció los hombros y la espalda. En definitiva, dio un salto de calidad importante en su físico, por más que sufriese varias retiradas al inicio de este curso.  
     
Los periodistas desplazados a Wimbledon coinciden en que estos días la han visto muy concentrada, a veces casi triste. "No debo estar eufórica", se ha cansado de repetir, sabedora de las expectativas del mundo sobre ella. Quizás las mismas que tiene ella misma. En el segundo set se merendó a Venus Williams en 26 minutos: le hizo subir sin sentido varias veces a la red, cometer errores absurdos, parecer una estatua sin recursos. Incluso minó su moral pidiendo el ojo del halcón porque consideró que un resto de Williams había salido fuera. Así fue. ¡Era campeona de Wimbledon! "Aquí lo tienes", le dijo a su entrenador Sam Sumyk, que está a punto de ser padre y no ha podido acompañarla en el All England Club. Lo ha hecho, y con éxito, Conchita Martínez, hasta ahora la única española en triunfar en ese escenario.  

"Trabajo para repetir los éxitos de Arantxa y Conchita", declaró Muguruza a Eugenio G. Delgado, en el diario 20 minutos, en una de sus primeras entrevistas. Su reto es igualarlas primero y luego, superarlas. 

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