El
periodista Albert Díez retrata al base de los Minnesota Timberwolves en 'El chico maravilla'
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Ricky Rubio - AP. |
“Tienes
que saberlo todo sobre él: gustos, anécdotas… Entrevístalo como puedas, y si es
necesario sacarlo en la foto haciendo el pino o yendo a comprar el pan, hazlo”, me insistía el jefe del diario. Quería un perfil que no hubiese
retratado la competencia sobre un Ricky Rubio (El Masnou, 1990) que vivía
protegido por el Joventut de Badalona. El base, todavía menor de edad, no podía
hablar con la prensa y sólo se podía prestar a una sesión de fotos. Cuando me encontré a
Ricky en el metro, camino del Olímpic y antes de bajarnos los dos en Gorg, le
saqué poco más de “habla con la Penya”
o “no te puedo decir más”.
Acabé conociendo mejor al chico a través de
terceros. Sus amigos le describieron como un bromista capaz de imitar la voz de
una chica para colarle un gol a un colega por teléfono. El presidente
Villacampa destacó su madurez; Huertas, el buen asesoramiento de sus padres;
Laviña, su inteligencia; Archibald, su temple: “Parece que haya jugado cinco años con nosotros”; Bennet, su
ambición: “Es un buen chico que quiere
ser un gran jugador”; y Rudy, del aliento de Aíto: “Está muy pendiente de él, tanto en su
progresión personal como personal”. Y el propio Aíto remató: “Si está bien, jugará”. Las reflexiones
del maestro baloncesto español son una de las grandes perlas de Ricky Rubio. El chico maravilla, obra de
Albert Díez, periodista de la COPE.
Habrá quien piense que es arriesgado publicar
una biografía sobre alguien de 24 años, cumplidos justo hoy. En la mayoría de
los casos tendrá razón. No en el de Ricky Rubio, que ha vivido mucho y muy
rápido. Lleva en la élite desde que, con 14 años, 11 meses y 24 días, se convirtiese
en Granada en el más joven en debutar en la Liga ACB. Aíto, entonces técnico de
la Penya, le convocó por la lesión a última hora de Huertas.
Escrito a modo de reportaje extenso, Ricky Rubio. El chico maravilla invita al
lector a un viaje por el currículo
deportivo y vital de una figura precoz. Del más joven en ganar la Euroliga (con
el Barça en 2010 y siendo fundamental) y en colgarse una medalla olímpica (la
plata en Pekín 2008), entre los jugadores de baloncesto. Ricky está a punto de
empezar su cuarta temporada en los Minnesota Timberwolves, de la NBA. Tiene en
jaque al club por su renovación, sobre todo tras la marcha de Kevin Love a los
Clippers, y también por su rendimiento. Su talento e inventiva no se están
correspondiendo con su discurso en la pista, discontinuo por las lesiones. Aunque
ya no tiene excusas para mejorar y ganar confianza y efectividad con su tiro.
Las intervenciones de los entrevistados del
libro (Aíto, Bennet, Sito Alonso, Josep Maria Margall, Marc Calderón…) están
bien seleccionadas (incluso figura Nacho Ordín, uno de sus defensores la noche
de su estreno en la Liga ACB). La parte más rica y con más voces es su periplo
en las categorías inferiores y el primer equipo del Joventut y por los equipos
de la selección previos a jugar con los grandes. Eso sí, se echan de menos más
testimonios de su paso por el Barça (muy interesantes los apuntes de Joan
Laporta) y de la selección absoluta. Ambas etapas están descritas con los
detalles justos, pero suficientes.
El libro cae a veces en un tono de biografía
autorizada y se encuentra a faltar una visión más crítica. Es el caso, por
ejemplo, de cuando se habla de la recta final de las eliminatorias por el
título en su último curso como azulgrana: “No
hay que buscar ningún enemigo más allá y sí destacar que el jugador de Badalona
[Víctor Sada, ahora en el Andorra] hizo un playoff
espectacular”.
Albert Díez retrata a un Ricky Rubio muy
familiar que de pequeño quería ser negro para jugar como Michael Jordan. A un
chico que llegó a la NBA diciendo “sólo
pienso en baloncesto, en nada más. Va a ser duro, lo sé” y que no tardó en
llenar el pabellón de su nuevo club, los Timberwolves, cosa que no ocurría
desde hacía cuatro años. A un chaval destrozado por la pérdida de su abuela y de
su amigo Guillem, que siempre ha admirado a su hermano Marc, también jugador de
baloncesto, como su hermana Laia.
Aíto, que lo había seguido en el cadete, le
invitó a entrenarse con el primer equipo de la Penya porque necesitaba un
jugador más para un cinco contra cinco. Bennet, su primer mentor en la pista,
vio en Ricky a un pipiolo “sin miedo”.
“Marc, tranquilo, que ganamos seguro”, le
dijo a su entrenador en la Minicopa de Sevilla 2004. Acabó como MVP y con el
título.
Algo después, en 2006, llegó otro episodio
impactante: la final en el Europeo cadete de Linares de 2006. Sumó 51 puntos, 24
rebotes, 12 asistencias y 13 faltas personales recibidas. Números repartidos en
dos prórrogas y con un triple surrealista que dio la vuelta al mundo de por
medio. También se habla en el libro de los roces entre él y su entorno con la
Penya, de la que se marchó por la puerta de atrás y dos temporadas antes de lo
previsto en su contrato. Aparcó su desembarco a la NBA (en el draft salió elegido en un puesto peor de lo que
esperaba, el quinto) y se fue al Barça, en el que además de maravillar en el
primer curso (el segundo fue muy discreto) dejó otro récord, el de fichaje más
caro de la historia de la Liga ACB (3’6 millones de euros). Una cifra
difícilmente superable.
Título: Ricky
Rubio. El chico maravilla. Editorial: Al Poste Ediciones. Páginas: 199.
Valoración: 3.7 sobre 5.
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