Bolt celebra su victoria - EFE. |
Correr es uno de los mayores actos de libertad: supone moverse, desconectar de la rutina, disfrutar del encanto de superarse a sí mismo y de vencer a la pereza y puede que también a la climatología. Ver cómo corre, mejor dicho cómo vuela, Usain Bolt (Trelawny, Jamaica, 1986) es casi como soñar con los ojos abiertos. Acompañarle en ese viaje frenético por 100 metros es saber que estás viviendo un momento irrepetible. Por eso muchos prepararan el DVD para grabar la carrera, por más que no dure más de diez segundos. Porque una carrera de 100 metros con Bolt es una carrera de confianza y desparpajo ante la crueldad del tiempo y de las oportunidades. El jamaicano entretiene a la audiencia con un show previo y posterior lleno de gestos: ahora se peina y mueve los dedos simulando sus zancadas, ahora hace de DJ, guiña un ojo y desenfunda sus pistolas, después pide silencio como hace en ese momento el speaker del Estadio Olímpico. Bolt se muestra relajado y divertido mientras el planeta cuestiona su reinado como hombre más rápido de la historia, comprueba si es vulnerable como en los trials de Jamaica de esta temporada o en la final del Mundial de Daegu del año pasado, cuando perdió ante sí mismo por una salida nula. Esta vez su capacidad de reacción, su debilidad, es excelente: 165 milésimas. Reacciona antes que su gran rival y amigo, Yohan Blake, y que le verá hacer 41 zancadas, a una media de casi dos metros y medio: “¿Qué más puedo pedir? Ser segundo detrás de Bolt es un honor”. Porque en Londres Bolt batió su récord olímpico en Pekín y obsequió al espectador con una marca de 9'63, la segunda mejor de todos los tiempos, sólo peor que la que hizo en los Mundiales de Berlín. Blake fue plata con 9'75 y Justin Gatlin, campeón en los Juegos de Atenas y apartado después de la competición por dopaje, se resarció con el bronce (9'79), sólo una centésima mejor que el ex campeón mundial, Tyson Gay, en una final memorable en la que sólo Asafa Powell, lesionado en los últimos metros, no bajó de diez segundos.
Sus rivales hicieron que Bolt no se dejase ir, que diese lo mejor de sí hasta el último aliento, que sólo sonriese después de cruzar la meta y no antes, como en Pekín, donde nadie le tosió. Así que Bolt se elevó al cuadrado para acabar colgándose en el cuello la bandera de Jamaica y pasear por el estadio: “Se cumplen los 50 años de la independencia de mi país y quería que la gente disfrutase conmigo”. Acompañado de Blake, su probable sucesor y al que hace de consejero, se marcó una voltereta y volvió a simular que es un arquero, un gesto que ha patentado. Una estampa de un velocista tan rápido como una flecha que se paseó por el estadio con una de las mascotas de los Juegos de Londres. Un tipo singular que interrumpió la entrevista que le estaba haciendo Izaskun Ruiz para TVE porque en ese momento estaba sonando el himno de Estados Unidos en honor de Sanya Richards, emocionada con la banda sonora de su país y el oro que logrado en un sprint maravilloso en la final de los 400 metros.
La periodista le preguntó si ya era una leyenda y él, discreto, respondió que “es un paso más para serlo”. Pero se exigió más: “Todavía tengo que revalidar el oro olímpico en los 200”. Donde volverá a enfrentarse a Blake, quien le hizo darse cuenta de que también podía perder. Esas dos derrotas en Jamaica le hicieron “abrir los ojos” y ponerse las pilas. Lo que más le preocupaba era no repetir su fallida salida en Daegu, cuando fue descalificado y perdió la opción de defender su oro, quizás su momento deportivo más difícil: “Mills, mi entrenador, me dijo que no me preocupase por eso, que lo mío era el sprint final”. Y le hizo caso remontando en los últimos metros a Gay, a Blake y a Blake. Bolt es infinito.
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