viernes, 10 de agosto de 2012

Brindis de bronce en el fondo del mar

El equipo español de natación sincronizada, que se tuvo que cortar el pelo para el ejercicio, encandila por su frescura y queda por detrás de Rusia y China




Reducir las distancias es uno de los retos del ser humano, motivado en llegar a los sitios más pronto, a contar con la información lo más rápido posible y a vivir el espectáculo muy de cerca. La nueva tecnología permite ver la honradez de la natación sincronizada, comprobar que el impulso de las deportistas se basa en su propia energía y no en utilizar el fondo de la piscina. Popularizada por Esther Williams en la década de los 70 con películas como Escuela de sirenas, la sincro es una disciplina para disfrutar al ritmo de la canción y por eso, en general, los comentaristas dejan que el ejercicio sea protagonista y lo analizan  después. Gustó, y mucho, la propuesta del equipo español, con una puesta en escena tierna, agresiva, poderosa y de ensueño al son de El Océano, de Salvador Niebla. Andrea Fuentes y compañía se pusieron en la piel –nunca mejor dicho– de un banco de ocho peces, sardinas, delfines, sirenas o ranas. Una oda a la fauna marina que a España le valió para colgarse su cuarta medalla olímpica, segunda en Londres y esta vez de bronce, con 96'920 puntos para un total de 193'120. Suficiente para batir a Canadá, pero no para birlarle la plata a China (97.010, 194.010). Ni para debatirle el oro a Rusia, que se llevó su cuarta corona olímpica consecutiva con 98.930, 197.030. Para Davidova fue su quinto oro.  

Hubo incertidumbre para conocer la puntuación del ejercicio del grupo de Ana Tarrés, como si los jueces hubiesen perdido, literalmente, las notas. La carismática Andrea Fuentes, cuatro metales olímpicos en su palmarés, pedía palmas al público para hacer más llevadera la espera tras una actuación enérgica y agotadora, y para la que todas las componentes del equipo se habían tenido que cortar el pelo. Era necesario para que el nuevo gorro, fabricado por Dolores Cortés y diseñado por Marc Arañó, quedase adherido a la cabeza “como si fuese la piel del cráneo”, en palabras de Tarrés. El gorro, como el vestido, simulaban ser  escamas de peces, ayudando al espectador a meterse en situación y viviese un rato en el fondo del mar. En sus entrañas. 

Hace cuatro años España se estrenó en Pekín con dos platas. Hasta entonces no había podido colgarse una medalla en unos Juegos, aunque ya llevaba tiempo en los podios europeos y mundiales con Gemma Mengual como icono. Le faltaba el reconocimiento olímpico en un deporte en el que no sólo se tiene en cuenta lo que se hace en ese momento, sino la trayectoria, la insistencia de hacerse un hueco entre los mejores. El grupo de Ana Tarrés lo sigue estando pese a la profunda renovación del equipo comenzada hace dos años. Clara Basiana, Alba Cabello, Ona Carbonell, Margalida Crespí, Andrea Fuentes, Thaïs Henríquez, Paula Klamburg, Irene Motrucchio y Laia Pons como reserva son los nombres y apellidos de otro grupo singular. Como Cristina Salvador, que fue la descartada para acudir a Londres. A otra cita con la historia.  

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