"A mí siempre me ponían el listón más alto", destaca uno de los mejores atletas europeos de la historia, el último medallista español en 1.500 metros en un Mundial y que ahora es entrenador
Reyes Estévez en el Museo Olímpic i de l'Esport. Foto: Toni Delgado / Cronómetro de Récords. |
Toni Delgado (@ToniDelgadoG) / Barcelona
—¿Te traigo la carta?
—No. Una botella de agua. Me iré en cinco minutos.
El camarero del bar-restaurante no disimiló su sorpresa. ¿Por qué un tío había entrado para ver dar vueltas a otros tíos vestidos de corto en la tele?
El atletismo es otro mundo y pocas finales hay como un milqui. En los Europeos de atletismo de 2010 de Barcelona ganó Arturo Casado y Manolo Olmedo fue bronce, medallas que me supieron a poco porque, por encima de todo, quería a Reyes Estévez en el podio. Lo perdió en los 50 últimos metros. La plata se le escurrió por 15 centésimas y el bronce, por 13. Cinco minutos después, me fui del local. Había quedado para cenar con amistades que tampoco valoraban lo que acababa de pasar.
Ahora, más de nueve años después y esta vez en el Museu Olímpic i de l'Esport, a 210 metros del Estadi, encuentro las respuestas de aquella noche y de muchas más. Me las da el propio Reyes Estévez (Cornellà, 1976), uno de los mejores atletas europeos de la historia y el último español en ganar una medalla mundialista en 1.500 metros. Es el responsable de King's Project, un programa de entrenamiento para atletas populares. Parece cercano, campechano y empático y no hay dudas de que es muy generoso. Se pierde el cóctel de después del acto de los 100 años de celebración de la primera edición de la Jean Bouin para atender a Cronómetro de Récords.
—Solías correr más con el corazón que con la cabeza.
De corto siempre me he dejado llevar por los impulsos, que me han hecho ganar y perder carreras. Me pasaba mucho en las de 1.500 metros, donde pegaba un cambio demasiado pronto y de haberlo hecho en los últimos 150 metros habría ganado. Sin el cambio a falta de una vuelta, no habría sido tercero en el Mundial de Sevilla.
El entrevistado y Encarna Escudero. Foto: Toni Delgado / Cronómetro de Récords. |
—Es muy curioso esto que le contaste de esa final a Sergio Heredia en su Vuelta y Vuelta de La Vanguardia: "Cuando salté a la pista, no oía nada. Estaba metido al 100%. Se lo conté a un psicólogo. Me dijo que habría alcanzado el estado de concentración perfecto". Es un poco peculiar que puedas estar súper concentrado y que sigas al corazón.
Tienes razón. ¿Sabes? Necesitaba ser valiente. Dos años antes había sido también bronce mundialista, pero sin ataque. En Sevilla, al paso del 1.000, no quería quedarme con la sensación de haber podido conseguir algo más... Así que empecé a tirar hacia adelante y... ¡Lo hice de verdad! [Risas]. Jamás he vuelto a estar 100% metido en una carrera como esa noche. ¡No oía nada!
—En una entrevista de Alfredo Varona para Sport confesabas que te impulsó el rugido del público...
Hombre, estaba muy concentrado, pero... ¡El estadio estaba lleno! Como mínimo sientes el murmullo. Aquí al lado, en el Estadi Olímpic, no pude centrarme 100% en la final de los Europeos de Barcelona de 2010. Vi en la grada a amistades, familiares...
José María Rubí y Reyes Estévez durante el acto de los 100 años de la celebración de la primera edición de la Jean Bouin. Foto: Toni Delgado / Cronómetro de Récords. |
—Te faltó muy poquito para lograr una medalla...
La rocé. Tenía mucha ilusión, pero no la frialdad habitual. Estaba muy emocionado porque sabía que era mi última carrera en un campeonato. Era consciente de que los jóvenes venían fuertes y de que sería complicado.
—Quizás el peor momento de tu carrera fue cuando no te convocaron para los Juegos Olímpicos de Sídney de 2000. Te afectó mucho.
No merecía el trato que recibí. ¡Venía de ser tercero del mundo en 1997 y 1999, y oro europeo en 1998! Cuando he ido con la selección he estado al nivel. Era el primero que no quería competir en un Mundial o en un Europeo si no estaba en forma. Era como si yo siempre tuviese que demostrar el doble. Hice la mínima olímpica, quedé entre los tres primeros en el campeonato de España... Cumplí los requisitos y me dejaron fuera. Mi preparación estaba centrada en intentar ganar a Hicham El Guerrouj en los Juegos.
Reyes Estévez preparándose para una foto. Foto: Toni Delgado / Cronómetro de Récords. |
—Esa decisión te transformó.
Lo podía haber hecho para mal y no fue así.
—Desde fuera parecía que necesitabas reivindicarte ante quienes dudaban de ti.
No creo que fuera una reivindicación. Simplemente me dejaba el alma. Igual que me llevaron a los Juegos de Atlanta de 1996 sin la mínima olímpica para aprender, me rompieron la carrera deportiva dejándome sin los de Sídney. No sé qué pasaría. Habría que preguntárselo a [José María] Odriozola [expresidente de la Federación Española de Atletismo]. En marzo del año siguiente, en Lisboa, quedé subcampeón del mundo en pista cubierta, peleándole el oro a Rui Silva hasta el último metro y superando al campeón olímpico, Noah Ngeny. Estoy convencido de que habría ganado una medalla en los Juegos Olímpicos de Sídney y... Ahora sumaría un metal en todos los campeonatos...
—¿Por qué lo tienes tan claro?
A falta de mes y medio, los entrenamientos eran fantásticos y llegué al campeonato de España sin haber descansado ni un día esa semana. Tenía mi carta de atleta fijo en los Juegos Olímpicos de Sídney firmada por el seleccionador. Iba a ir sí o sí, pero...
Recordando... Foto: Toni Delgado / Cronómetro de Récords. |
—Diría que se te haya juzgado más por tus errores que por tus éxitos.
Creo que tienes razón. Ahora entras en una final y te ponen en un pedestal. Una medalla en un Mundial es muy difícil y nadie te regala estar entre los cinco o seis primeros durante 20 años. En el atletismo cuenta el hoy. Ni tan siquiera el ayer. En el Mundial de Edmonton hice 3:32 y quedé quinto, a medio segundo del bronce. Hubo quien lo calificó como fracaso. ¿Fracaso? No lo es cuando te acercas a tu marca personal del año y peleas por un metal hasta el último metro. A mí siempre me ponían el listón más alto.
—¿Te afectaban las críticas y los elogios?
No. Sabía quién era, qué trabajo estaba haciendo y cuáles eran mis objetivos. Pero cuando cumples todos los requisitos y te lo tiran todo por tierra... Contra eso no puedes hacer nada.
—Tampoco contra quienes aseguraban que no te entrenabas lo suficiente.
Quien diga eso no me ha visto trabajar. Me gusta tanto el entrenamiento que mis entrenadores han tenido que frenarme. A veces me pasaba haciendo pesas en el gimnasio. Nunca he sido vago, al contrario. ¿Qué pasa? Quizás alguna vez llegué un poco más tarde o falté y, claro, si fallaba otro no pasaba nada. Si lo hacía yo, parecía que había matado a alguien...
Curiosidad. Foto: Toni Delgado / Cronómetro de Récords. |
—Sí que has reconocido que cuando eras más joven a veces no cuidaste tanto el descanso.
Eso sí es verdad. Era joven y si podía ir al cine, o salir a cenar o a tomar algo, lo hacía. Eso sí, cuando tenía que estar centrado, era el monje número uno. Cuatro o tres meses antes de un Mundial no puedes desconectar del objetivo.
—¿Cuántas veces te enfadaste y cuántas le diste la razón a Gregorio Rojo?
Cada dos por tres me frenaba: yo quería más kilómetros, competir con los mayores porque con los de mi edad se me hacía fácil... Gregorio Rojo fue mi mentor: mis grandes éxitos y mi mejor marca vinieron con él. Se lo debo todo. Es una lástima no haber podido disfrutar de él muchos más años. Con Gregorio mi carrera deportiva habría sido un poco mejor.
—Gregorio Rojo se retiró en el 2001. Había tenido dos amagos de infarto.
Con 81 años, tenía una cardiopatía que empezaba a darle problemas y decidió jubilarse. Bien merecido tenía ese descanso. Si Gregorio no hubiera estado en las pruebas que me hicieron con 16 años en el CAR y no hubiese apostado por mí, probablemente no estaríamos aquí hablando. Le debo la oportunidad de mi vida y enseñanzas infinitas: humildad, persistencia, educación, respeto... Fue un segundo padre para mí.
—¿Gregorio Rojo te enseñó también a ser más paciente?
Sí, a serlo mucho más. Aunque él se ponía más nervioso que yo. Le gustaba tenerlo todo muy controlado. Así que si el entrenamiento empezaba a las 11 de la mañana, a las siete y media me estaba picando a la puerta de la habitación para desayunar. Diría que le di una motivación extra. Gregorio quería hacerlo todo perfecto conmigo porque veía que mis tiempos no eran normales. Esa ilusión le llevaba a veces a sobreprotegerme.
—Demasiado marcaje.
Sí. Nos entendíamos muy bien. A veces, cuando me picaba a esa hora, le pedía 20 minutos más. Me sabía mal que se pegase esos madrugones. Él venía de Barcelona.
—¿Cómo eres como entrenador?
Lo más difícil para un o una deportista es conocerse lo mejor posible en el aspecto físico y mental. Cuando empiezo a hacer un entrenamiento personal, intento ver qué piensa y qué tipo de vida lleva la persona tras el entrenamiento. Me refiero al descanso activo, que es vital, igual que la paciencia. Antes de marcarnos kilómetros y retos, tenemos que trabajar más nuestra condición física y la técnica de carrera, que hará que nos cueste menos correr, ser más eficaces y tener menos lesiones. Llevo dos años como embajador de carrera de CaixaBank y entreno a empleados y empleadas. En las sesiones aprovechan para preguntar y resolver dudas. Tienen diferentes niveles, claro. Ahora habrá quienes correrán la maratón de Barcelona. Es impagable ver cómo mejoran y, en muchos casos, cómo se enganchan a este deporte cuando quizás antes apenas corrían.
—En tu época ir a un psicólogo o psicóloga no era tan habitual como ahora entre deportistas. Estaba muy mal visto.
En 1993 ya teníamos psicólogo en el CAR de Sant Cugat. Yo solía ir a verle. Éramos poquitos quienes lo hacíamos. Siempre me interesó la psicología. Tengo amigos del oficio y cada vez me parece más evidente que hay que entrenar la mente y que si estás bien mentalmente gestionarás mejor la presión y asimilarás más los entrenamientos.
—La visualización es vital.
Exacto. También la relajación, saber desconectar, enfocar cuando es necesario. La mente marca la diferencia.
—La palabra que te evoca la Jean Bouin es "ilusión". El motor de todo.
Cuando hablo de esta carrera, me cambia la mirada. El año pasado, en la última edición, sentí el mismo hormigueo en el estómago que cuando la corría de niño.
—No te esperabas ganar los 10.000 km en la categoría popular.
¡No me lo creía! Hace dos años la corrí en 35 minutos y, aunque ahora me entreno cada día, no creía que me sentiría tan bien en el kilómetro 6, el 7, el 8, el 9... Sabía que la prueba acababa en subida y soy de 1500. Todavía tengo esa velocidad. Así que le aguanté al chico que venía conmigo y le cambié en la última recta. Vencer cuando no te lo esperas y ver la ilusión con la que lo vivió mujer... Puede que ya no la vuelva a ganar más, pero siempre será la primera carrera en la que me impuse. Tenía nueve añitos.
—¿Qué te enseñó Fermín Cacho?
Constancia. Tuve la suerte de entrenar dos años con él en Soria, donde el invierno es durísimo. Se sacó el carnet de conducir y me venía a buscar. A las nueve y media de la mañana ya empezábamos la vuelta de 16 km y por la tarde hacíamos series. Acumulábamos entre 180 y 190 km semanales en invierno. En Barcelona me entrenaba igual, pero sin hacer tantos kilómetros.
—¿Hicham El Guerrouj ha sido el rival más grande contra el que te has batido?
¡Sin duda! [Sonríe. Es un gesto de admiración]. Era predecible y casi imbatible. Siete de cada 10 carreras bajaba de 3:30. ¡Una barbaridad! ¡Apenas tuvo días malos! Fue plata en Sídney, una final de Grand Prix que salió lenta y no le fue bien, Eliud Kipchoge le ganó la final de 5.000 en el Mundial de París de 2003 y poco más. ¡No fallaba! Creo que habría sido un gran corredor de fondo.
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