Todas las fuentes fueron igual de contundentes: si continuaba jugando, su rodilla sería pronto la de una abuela: "A veces me pregunto todavía si podría regresar a las pistas y a las 4 kilómetros de caminata... ¡Ya no puedo más! [Se ríe]. Aunque me duela, no me equivoqué retirándome en febrero. Elegí la salud. Mi última parada ha sido la NCAA y la Universidad de South Florida, donde sigo formándome".
"Cada vez he ido teniendo más mala suerte", describe, tranquila. Su energía traspasa la pantalla del ordenador: "Cuando me operaron del tobillo izquierdo, pensé que había superado una intervención en el dedo, y esos dos percances me animaron cuando me rompí los ligamentos cruzados y el menisco interno y externo de la pierna derecha. Tampoco bajé los brazos ante una nueva operación en la rodilla para limpiar por dentro y romper adherencias ni en la última, después de que me detectaran que tenía el menisco roto".
Le cuesta enfadarse y sólo grita los años bisiestos. Un día se rompió un dedo en un entrenamiento.
—Lo tenía colgando, pero no quería dejar las cosas a medias y hasta que no lancé los tiros libres no fui al médico. [Risas]. Quejarse poco es un defecto.
—Tienes la habitación muy ordenada: tus camisetas (Bàsquet Banyoles, GEiEG Uni Girona, Segle XXI, Catalunya, España y Universidad de South Florida) están colgadas en forma de escalera; las fotos forman una ese...
¡El confinamiento! A veces me paso de ordenada... Desde pequeña he tenido que serlo mucho. Jugar al baloncesto siendo diabética no es imposible, pero te exige ser muy rigurosa con el descanso, la alimentación y las pautas médicas.
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La entrevistada durante un partido y con su rutina desde los seis años. Foto: David Subirana. |
—¿Ser diabética desde tan pequeña te ayudó a relativizar más las cosas?
¡Seguro! Si me ves preocupada es que tengo un problema muy gordo. ¿Que estoy alta de azúcar? ¡Ya lo arreglaremos! ¡Siempre he actuado igual! Muchas personas diabéticas que conozco son o así o... ¡Todo lo contrario! Con seis años no entendía por qué mis padres estaban tan preocupados ni sabía que la diabetes sería para siempre. No recuerdo mi ingreso en la UCI, pero sí que hice amistades en el hospital y que mucha gente vino a verme con regalos. Aunque no me gustaba que me pincharan, no lo pasé muy mal.
—¿Cuánto tiempo tardarte en aprender a pincharte tú misma?
Diría que un año. Hasta entonces me lo hacía mi madre y me enfadaba porque... ¡Quería apañarme yo! "¿Sabes qué haremos, cariño? Empezaremos a pinchar frutas hasta que le cojas el tranquillo, y así no te enfadarás conmigo. Sílvia, lo único que quiero es cuidarte...", me dijo. Cuando aprendí a hacerlo todo fue mucho más fácil.
—¿Cuántas veces lo haces al día?
Antes eran cuatro y tenía que ir con un librito haciendo los cálculos. En 15 años la tecnología ha avanzado un montón. Ahora llevo una bomba que me suministra insulina y que está conectada con un sensor, que mide y almacena los niveles de glucosa. A veces no me tengo ni que pinchar porque la tecnología se encarga de ello.
—"Sílvia es la persona más fuerte que he conocido. Sé que para ella es duro y una alegría a la vez que, después de su retirada, yo haga fotos para el Uni Girona", explica David Subirana. [Se le caen las lágrimas]. Ya me has tocado la fibra... No pasa nada... [Hace una pausa].
—Coge aire y tómate el tiempo que necesites...
No, no. Puedo seguir, Toni. Mi sueño era jugar aquí, ojalá que en casa, en el Uni Girona, cuando volviese de Estados Unidos. Estoy encantada de que de que él sí lo haya conseguido, pero a veces... No es fácil asumir que David vaya cada día a hacer fotos al club y yo ya no pueda ni jugar...
—Por cierto, ¿conservas un cinturón con cabeza de caballo?
¿Quién te ha explicado eso?
[Se ríe]. ¡Sí! ¡Pero era un cinturón normal! [Risas]. Me ponía una máscara de caballo y hacíamos guerras de cinturones por los pasillos de la Blume. [Risas].
—¿Aina Ayuso era de una de las líderes de la batalla? [Risas]. No participaba, pero si lo hubiese hecho... ¡Habría ganado! Le pasa como a Paula Ginzo: hasta que no consigue algo, no se da por vencida. Y míralas, las dos en la absoluta. Aina se estrenará en unas horas [por ayer jueves]. Le escribí para felicitarla y me confesó que se llevó una sorpresa, por más que le hubiesen pedido varios datos días antes. Aina pensaba que era algo rutinario y veía casi imposible formar parte de las elegidas.
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Sílvia Serrat durante un entrenamiento que hizo en Murcia con niños y niñas con diabetes. Foto: David Subirana. |
—Lo que el Segle XXI unió es difícil que lo separe el tiempo.
—¿Y con quién te lo pasabas mejor?
¡Con todas! Aunque el tercer año nos lo pasamos fenomenal porque formamos un grupo muy especial con Barneda, Brotons y Maria Martí, mi prima segunda, que años después también dejó el baloncesto por una lesión. Cuando dudaba sobre si retirarme o no sobre todo hablé con mi prima y David.
—¿Escribir el comunicado donde anunciaste que colgabas las botas fue una liberación? ¿Un grito?
Me sale una onomatopeya. Fue un uf... Escribí una nota en el móvil para mí, para decirle adiós al baloncesto, y luego pensé que si lo publicaba en las redes sociales no me preguntarían cuándo volvería a jugar. Pero como no fui muy explícita con los motivos de mi retirada... Casi todo el mundo se interesó por cuáles eran...
—"Admiro su manera de ver y vivir la vida, su energía y optimismo. En el Segle XXI Sílvia fue una hermana mayor que me enseñó a disfrutar de cada aliento y rodearme de personas que me quieran de verdad", te retrata Mama Dembele. No me gusta echarme flores, pero poca gente me conoce mejor que Mama. Aunque no te ha explicado lo mejor: se pasó un año llamándome Banyoles. [Risas] Y como Maria Martí y yo somos de allí... ¡Nos girábamos las dos! A Montse Brotons se refería como Cocentania (Alicante). Cuando llegó a la Blume Mama llamaba a todo el mundo por el nombre de su ciudad.
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El comunicado de su adiós. Texto: Sílvia Serrat. Diseño: David Subirana. |
—"Es una persona muy tranquila que en la pista se transformaba", asegura David Subirana. ¿Has encontrado alguna actividad en la que sufras un cambio parecido?
No. Aunque David me ha hecho descubrir, de verdad, la bici, que me ayuda a desfogarme. En verano salíamos cuatro o cinco días por semana. Eso sí, David no está contento hasta que no puede más y yo prefiero ir a mi ritmo. Ya competí en la pista, aunque menos de lo que me hubiese gustado.
—Cuando decidiste dejar el baloncesto seguiste estudiando en la facultad. ¿Eras capaz de ver partidos de la Universidad de South Florida?
[Sonríe]. Continuaba siendo mi equipo y seguía hasta los entrenamientos, aunque a veces me llevaba deberes para no mirar tanto. Un día le confesé al entrenador que, para digerirlo todo, necesitaba tiempo y seguir otras rutinas. Lo entendió. Creo que fue en Navidades y David había venido a verme. Semanas después, ya más tranquila, volví a implicarme igual. El entrenador me dijo que por lo mucho que había hecho por el equipo me ofrecían seguir pagándome la beca, y lo siguen haciendo. Les estoy muy agradecida. Ahora estoy estudiando a distancia y, en teoría, volveré en enero.
—¿Ahora te cuesta menos ver baloncesto en directo y/o en la tele?
Sí, aunque todavía me resulta difícil... Fui a Fontajau al Uni Girona-Básket Zaragoza. "Aina, he venido porque te quiero mucho, eh", le dije a Ayuso. [Risas]. Leo más que veo baloncesto.
—La pizarra y los métodos de entrenamiento son muy diferentes en Estados Unidos.
En la uni teníamos unas 80 jugadas que muchas veces no sabía aplicar porque veía opciones mejores. ¡Las que me habían enseñado antes! En Estados Unidos te pones más fuerte y quizás por eso creces como jugadora, pero no mejoras en lectura de juego. No hay tanta técnica individual y no es tan completa como en el Segle XXI.
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Sílvia Serrat en carne y hueso e impresa con la indumentaria de la Universidad de South Florida. Foto: David Subirana. |
—¿Alguien te ha arropado especialmente en Estados Unidos?
Hay personas que me ayudaron de verdad, como la primera fisio, excelente y una madre para mí; Laura Ferreira, exjugadora del Al-Qázeres y que ahora está en Portugal, siempre me proponía planes cuando me veía mal. Siempre he tenido una conexión diferente con quienes han superado grandes baches. Son personas que aprecian más la vida, especiales, y Laura lo es, y mucho. Mi entrenador y mi entrenadora también se portaron genial conmigo.
—Sílvia, creo que serías una gran fisio...
Es un oficio que me atrae, igual que el de enfermera. Estoy estudiando Ciencias de la Salud y Nutrición, y me encantaría trabajar en el mundo de la diabetes, que arrastra tantos tópicos... ¡No hay una diabetes buena y una mala, eh! [Risas].
—Me cuenta David Subirana que tu ídolo es Laia Palau. Te dijo Laia Palau, a quien admira cualquiera, porque no sabía quién decirte. De pequeña habría optado por Queralt Casas, que se deja el alma en la pista, ha superado varias lesiones y tiene mucho talento. Ambas pasamos por las categorías inferiores de Catalunya y España, el Segle XXI y el GEiEG Uni Girona, donde nos entrenó Èric Surís, que siempre me decía que yo era la jugadora que más le recordaba a Queralt Casas. Como me preguntaban mucho quién era mi referente y no sabía qué contestar, me dije: "¡Queralt, a partir de ahora serás mi ídolo!". [Risas].
—¿Qué recuerdos tienes de Èric Surís?
Es un gran entrenador y comunicador que sabe motivarte, potenciar tus virtudes y limar tus defectos. Te hace pensar. Después de un partido en el que cogí 20 rebotes me aseguró que él valoraba más a una jugadora que hiciese eso que a otra que asumiese muchos tiros y metiese 30 puntos. Èric, tenías razón, es tan importante el trabajo silencioso...
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